![]() |
Ángelus 1 nov. 2020 (C) Vatican Media |
A continuación, siguen las palabras
de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de
la Santa Sede.
***
Palabras
antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta solemne fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza, la gran esperanza que se funda en la Resurrección de Cristo: Cristo ha resucitado y también nosotros estaremos con Él.
La segunda es esta: “Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados” (v. 4). Parecen
palabras contradictorias, porque el llanto no es un signo de alegría y
felicidad. Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las
adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida cotidiana,
frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida y probada
por la ingratitud y la incomprensión. Jesús proclama bienaventurados a los que
lloran por estas situaciones y, a pesar de todo, confían en el Señor y se
ponen a su sombra. No son indiferentes ni tampoco endurecen sus corazones en el
dolor, sino que esperan con paciencia en el consuelo de Dios. Y ese
consuelo lo experimentan ya en esta vida.
En la tercera Bienaventuranza Jesús afirma: “Bienaventurados
los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (v. 5). Hermanos
y hermanas ¡la mansedumbre! La mansedumbre es característica de Jesús, que dice
de sí mismo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,
29). Mansos son aquellos que tienen dominio de sí, que dejan sitio al otro, que
lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus
demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y
dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás.
Estas personas, que la mentalidad mundana no aprecia, son en cambio preciosas a
los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra prometida, es decir, la vida
eterna. También esta bienaventuranza comienza aquí abajo y se cumplirá en
el Cielo, en Cristo. La mansedumbre. En este momento de la vida, también
mundial, donde hay tanta agresividad…Y también en la vida cotidiana, lo primero
que sale de nosotros es la agresión, la defensa. Necesitamos mansedumbre para
avanzar en el camino de la santidad. Escuchar, respetar, no agredir: mansedumbre.
Queridos
hermanos y hermanas, elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir
confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por
la justicia y la paz, todo esto significa ir a contracorriente de la mentalidad
de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la
arrogancia hacia los más débiles. Los santos y los beatos han seguido este
camino evangélico. La solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos
recuerda la vocación personal y universal a la santidad, y nos propone los
modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única, de manera
irrepetible. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias
concretas que se dan entre los santos y las santas: no son iguales, cada uno
tiene su personalidad y ha desarrollado su vida en la santidad según su propia
personalidad y cada uno de nosotros puede hacerlo, ir por ese camino.
Mansedumbre, mansedumbre por favor e iremos a la santidad.
Esta inmensa familia de fieles discípulos de Cristo tiene una
madre, la Virgen María. Nosotros la veneramos con el título de Reina de todos
los Santos, pero es sobre todo la Madre, que enseña a cada uno a acoger y
seguir a su Hijo. Que nos ayude a alimentar el deseo de santidad recorriendo el
camino de las Bienaventuranzas.
Raquel
Anillo
Fuente: Zenit