Palabras antes del Ángelus
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Ángelus 29 nov. 2020 (C) Vatican Media |
También nos recuerda, “El Adviento es una llamada incesante
a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para
conducirla a su fin último y a su plenitud, que es el Señor Jesucristo. Dios
está presente en la historia de la humanidad, es el “Dios con nosotros”, camina
a nuestro lado para sostenernos”.
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Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo año
litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los
principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la
salvación. Al hacerlo, como Madre, ilumina el camino de nuestra existencia, nos
sostiene en las ocupaciones cotidianas y nos orienta hacia el encuentro final
con Cristo. La liturgia de hoy nos invita a vivir el primer “tiempo fuerte” que
es este del Adviento, el primero del año litúrgico, el Adviento, que nos
prepara a la Navidad, y para esta preparación es un tiempo de espera, es un
tiempo de esperanza. Espera y esperanza.
San Pablo (cfr. 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de
la espera. ¿Cuál es? La “Revelación de nuestro Señor” (v. 7). El Apóstol invita
a los cristianos de Corinto, y también a nosotros, a concentrar la atención en
el encuentro con la persona de Jesús. Para un cristiano lo más importante es el
encuentro continuo con el Señor, estar con el Señor. Y así, acostumbrados a
estar con el Señor de la vida, nos preparamos al encuentro, a estar con el
Señor en la eternidad. Y este encuentro definitivo vendrá al final del mundo.
Pero el Señor viene cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien
en nuestra vida y en la de los otros.
Nuestro Dios es un Dios-que-viene —no os olvidéis esto: Dios
es un Dios que viene, viene continuamente— : ¡Él no decepciona nuestra espera!
El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar quizá, nos hará esperar algún
momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza, pero nunca
decepciona. El Señor siempre viene, siempre está junto a nosotros. A veces no
se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso momento histórico y se
ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la festividad de Navidad
conmemora esta primera venida de Jesús en el momento histórico—; vendrá al
final de los tiempos como juez universal; y viene también una tercera vez, en
una tercera modalidad: viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada
hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos
y en las hermanas.
Jesús, nos dice la Biblia, está a la puerta y llama. Cada
día. Está a la puerta de nuestro corazón. Llama. ¿Tú sabes escuchar al Señor
que llama, que ha venido hoy para visitarte, que llama a tu corazón con una
inquietud, con una idea, con una inspiración? Vino a Belén, vendrá al final del
mundo, pero cada día viene a nosotros. Estad atentos, mirad qué sentís en el
corazón cuando el Señor llama.
Sabemos bien que la vida está hecha de altos y bajos, de
luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de desilusión, de
fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo, marcada por la
pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedo y malestar; se corre el riesgo
de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y en la apatía. ¿Cómo
debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere el Salmo de hoy: “Nuestra
alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra
nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos” (Sal 32, 20-21). Es
decir, el alma en espera, una espera confiada del Señor hace encontrar consuelo
y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de qué nace esta
valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde nace? Nace de la esperanza. Y la
esperanza no decepciona, esa virtud que nos lleva adelante mirando al encuentro
con el Señor.
El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos
recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último
para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está
presente en la historia de la humanidad, es el “Dios con nosotros”, Dios no
está lejos, siempre está con nosotros, hasta el punto que muchas veces llama a
las puertas de nuestro corazón. Dios camina a nuestro lado para sostenernos. El
Señor no nos abandona; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para
ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para
infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor. En medio de las tempestades
de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. ¡Esto
es bonito! En el libro del Deuteronomio hay un pasaje muy bonito, que el
profeta dice al pueblo: “Pensad, ¿qué pueblo tiene a sus dioses cerca de sí
como tú me tienes a mí cerca?”. Ninguno, solamente nosotros tenemos esta gracia
de tener a Dios cerca de nosotros. Nosotros esperamos a Dios, esperamos que se
manifieste, ¡pero también Él espera que nosotros nos manifestemos a Él!
María Santísima, mujer de la espera, acompañe nuestros pasos
en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de
los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y cuál es esta tarea?
Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 P 3,15).
Raquel Anillo
Fuente: Zenit