Dar amor, calmar la sed espiritual sacia al mismo tiempo tu propia sed
![]() |
| Shutterstock | VBStudio |
Tengo sed de un Dios que colme todos mis amores incompletos. Sed de un
amor que acabe con mis miedos, con mis dolores. Leía el otro día: «Sabía que el
miedo se sentía menos cuando el amor le ponía cerco»[1].
Es cierto que el amor acaba con el miedo, o hace que se sienta
menos. Igual que quita también la sed y el hambre.
Pero sigue habiendo en mi corazón una sed insaciable, un hambre que no
consigo combatir. Dice una oración de la Biblia:
Creo necesitar a Dios en mi vida, siento la sed y el hambre. Y nada de
lo finito que poseo sacia esa necesidad.
No te escondas
Pero al mismo tiempo tiendo a protegerme frente a Dios. Es
como si pretendiera ocultarle algo de mi vida. En un vano intento tapo mis
pecados, mis zonas grises, mis oscuridades y mis miedos.
Al hacerlo me olvido de lo esencial, olvido cómo es Dios. Sé que si su
amor no acaricia mi vida estoy perdido. Si no experimento su amor no me puedo
amar a mí mismo.
Si me cierro a ese amor más grande que yo mismo no puedo dar lo que no
tengo. Comenta el profeta Isaías:
Esa experiencia de un amor más grande que mis mezquindades es lo que me
salva. Puedo crecer e ir más alto en la vida cuando no dejo de buscar ese
amor de Dios con pasión.
Lo persigo, necesito saber que Él está conmigo y soy precioso a sus
ojos. Sé que valgo más que lo que dice el mundo que valgo.
¿Cuál es mi precio? Infinito es mi poder de hijo ante la misericordia
de Dios. No merezco nada y lo recibo todo. No quiero vivir con miedo ante
Dios, ante la vida. Está todo en sus manos y no necesito comprobarlo cada
mañana.
Me ama como soy, con todo lo que tengo. Ningún peligro será una amenaza si voy a su lado. Esta experiencia es la que me sostiene y salva.
Tengo ansia de Dios y ansia de su amor. Al mismo tiempo Jesús
tiene sed de mí. Tiene sed de mi vida como comenta santa Laura Montoya:
Mi sed no sólo es de Dios. Al mismo tiempo que tengo sed de Dios en mi
alma, noto una sed de dar agua, de saciar al sediento, de amar al
hambriento de amor.
Tengo sed de amar a ese Jesús sediento de mi amor, menesteroso, pobre,
que se detiene a mi puerta esperando a que le abra y le deje entrar. Esa sed
de Jesús.
Él tiene sed de mi amor, de mi entrega. Y yo quiero saciar su sed y
entregarme a Él con alegría. Ponerme en sus manos, romperme por Él.
No me da miedo intentar saciar con mi vida su sed. Calmar su
soledad con mi presencia. Estoy llamado a vivir con Él para siempre. Hacia
allí va mi camino:
«El Señor descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en
primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con
ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos
siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras».
Me consuela esta esperanza para seguir viviendo con sed, con hambre,
con miedo, con insatisfacción. No quiero vivir saciado porque sé que en el
cielo el amor será pleno y todo en mí estará completo.
Y mientras tanto viviré con sed e intentando con mi amor saciar la
sed que sufre el mundo. La sed de Cristo en los pobres, los necesitados, los
vagabundos, los abandonados al borde del camino.
Vivir calmando
Me gustan las palabras del papa Francisco sobre san Francisco de Asís:
«Escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del
enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo
de vida. Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[2].
Quiero que su fuerza crezca en mí. Quiero vivir saciando la sed de los
hombres al mismo tiempo que el agua de mi entrega calma mi propia sed. Quiero
ser un sediento que saca agua del pozo.
Quiero ser como María subida a lo alto de madero para llevar la sangre
de Jesús, su agua, a tantos sedientos. Calmo la sed de Dios y la mía propia
amando, entregando.
Cuando más me doy más recibo. Cuanto más guardo para mí temiendo
perder, más perderé y me quedaré solo e infeliz.
La vida que no se da se vuelve amarga, como las aguas estancadas que no
se convierten en un canal que lleva el agua a los sedientos.
Así quiero vivir yo, con el alma rota, para dar de beber a los que
sufren, para dejar que mi agua los calme.
[1] Amelia Noguera, Escrita en tu nombre
[2] Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






