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| Sebastien Desarmaux | GoDong |
Y es que, en efecto, ya es una gracia lograr no agravar
nuestra situación con nuevos comportamientos pecaminosos. Pero ¿de qué sirve
confesarse cuando repetimos siempre los mismos pecados?
Un sacramento que pretende ser “pedagógico”
La confesión no es un acto jurídico, una forma de “saldar
cuentas” con el buen Dios y con uno mismo. El sacramento de la reconciliación
es una oportunidad privilegiada de experimentar la misericordia del Padre hacia
nosotros.
Este sacramento pretende ser también “pedagógico”, como
decía Benedicto XVI. Nos permite entrar en un conocimiento más íntimo del
corazón de Dios: el Padre de misericordia nunca se cansa de perdonar.
Esta misericordia de Dios no es un sentimiento, por “bueno”
que sea, sino “la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del
cáncer del pecado”, en palabras del papa Francisco.
¡Fascinación, acción de gracia y júbilo ante una revelación
así del amor personal de Dios por cada uno!
Reconozcámoslo: si la confesión repetida de nuestro pecado
nos molesta no es siempre por motivo de la herida causada al corazón de Dios.
La incomodidad frente a nuestro pecado se debe a menudo al
hecho de estar a disgusto con uno mismo, de constatar que la imagen de uno está
desteñida.
Sin embargo, la vida cristiana se arraiga precisamente en la
experiencia existencial de nuestra miseria, de nuestra incapacidad de hacer
ninguna cosa fuera de Cristo (Jn 15,5).
Los beneficios de la confesión de las mismas faltas
San Maximiliano Kolbe manifestó un día:
“Cuando todos nuestros medios fueron decepcionantes, cuando
reconocí que estaba perdido y cuando mis superiores se dieron cuenta de que no
servía para nada, entonces la Inmaculada tomó entre sus manos este instrumento
que solo servía para chatarra”.
Por su parte, Francisco de Sales explica:
“No solamente el alma que tiene el conocimiento de su
miseria puede tener una gran confianza en Dios, sino que no puede tener
verdadera confianza sin tener conocimiento de su miseria; porque este
conocimiento y la confesión de nuestra miseria nos introducen delante de Dios”.
La confesión repetida de las mismas faltas nos conduce, por
tanto, en este doble conocimiento de la bondad infinita de Dios y de nuestra
miseria innata.
A la Madre Teresa, que se lamentaba de ser “incapaz”, Jesús
le respondió:
“Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora,
pero precisamente por eso quiero usarte para mi gloria. ¿Te negarás?”.
Así, la pedagogía de Dios no consiste primero en liberarnos
del pecado para estar moralmente en regla.
Más bien, pretende conducirnos a esta inteligencia profunda
del abismo de nuestra miseria llamada a ser engullida en el abismo de la misericordia divina.
Será entonces y solo entonces cuando la gracia siempre
suficiente de Dios para evitar el pecado podrá ser recibida de manera eficaz.
Por el padre Nicolas Buttet
Fuente: Edifa






