En aquel tiempo, cuando Jesús se
acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo
limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que
era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo
regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de
David, ten compasión de mí!”
Entonces Jesús se detuvo y mandó
que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga
por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu
fe te ha curado”.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
"Cuando rezamos, es el mismo
Señor quien nos pregunta: '¿Creen que puedo hacer esto?' Una pregunta de la que
surgen otras que cada uno debe hacerse: '¿Estoy seguro de que puede hacer esto?
¿O rezo un poco, pero no sé si él puede hacerlo?' La respuesta es que
ciertamente él puede hacerlo, aunque cuándo lo hará y cómo lo hará, no lo
sabemos. Sólo esa es la seguridad de la oración. En cuanto a la necesidad
específica que motiva nuestra oración, es necesario presentarla con la verdad
al Señor: 'estoy ciego, Señor, tengo esta necesidad, tengo esta enfermedad,
tengo este pecado, tengo este dolor'. Y él escuchará nuestra necesidad, él
escuchará que le pedimos con certeza su intervención. Pensemos pues si nuestra
oración es necesitada y segura: necesitada, porque nos decimos la verdad a
nosotros mismos, y segura, porque creemos que el Señor puede hacer lo que le
pedimos". (Santa Marta 6 de diciembre de 2013)
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