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| Dimitri Conejo Sanz-Cathopic |
El hermano Dominique-Benoît de La Soujeole (O.P.), profesor de teología, nos ayuda en un tema que a muchos puede resultarnos muy complicado: la corrección fraterna.
¿Cuál
es la mejor manera de corregir al prójimo?
No hay ninguna receta
milagrosa. El trato que administrar deberá adaptarse a la persona que
corrijamos, a la gravedad de la falta y al momento más idóneo… “Hacer notar a
un hermano un ‘pecadillo’ no se hace de la misma forma que cuando señalamos un
pecado importante”, insiste fray Dominique-Benoît de La Soujeole.
La forma que adopte nuestra
corrección tendrá también su importancia. Puede asumir rasgos de “buen
ejemplo” a seguir. Cuando santa Teresa de Ávila veía a alguna
de sus hermanas actuar mal, desarrollaba la virtud inversa: actuar mejor aún. A
los Padres del desierto, por su parte, les encantaba dar ejemplo con astucia.
Nuestra corrección fraterna puede pasar por la recomendación de una lectura (un pasaje del Evangelio, el escrito de un “sabio”, etc.) o por el relato de una breve historia (la vida de un santo o algunos apotegmas de los Padres del desierto, una vez más).
La
manera más habitual sigue siendo, sin duda, la conversación franca, directa y
sin demora.
Y concretamente, no buscarle
tres pies al gato: para corregir a un amigo o un allegado,
basta con una charla de unos minutos de tú a tú en un espacio adecuado y
al abrigo de oídos indiscretos.
“Las pocas veces que me ha
sucedido algo así, he citado al amigo en cuestión en mi casa para hablar
tomando un trago. Era a la vez distendido y serio”, cuenta Guillaume, antiguo
jefe scout.
El
lugar y la atmósfera son esenciales.No se “corrige” de forma rápida y
descuidada o en una posición “desequilibrada”, con uno de pie y el
otro sentado, por ejemplo.
“En general, tenemos
cuidado de decirnos las cosas sentados alrededor de una mesa, después de
recordarnos que estamos ahí para ayudarnos mutuamente y no para juzgarnos”,
confiesan Claire y su esposo Xavier. Cuanto más se haya preparado el ejercicio
con antelación, mejor irá. De modo que cada palabra cuenta y debe reflexionarse
cuidadosamente.
Dicho esto, no se excluye
ni la franqueza ni cierta forma de improvisación en el momento para adaptarse a
las reacciones del otro. Guillaume tiene su propia técnica: “Intenso
siempre partir de mis propias carencias para mostrar al otro las suyas. ¡Eso
muestra que yo tampoco soy un santo!”.
¿Qué
aspectos trata la corrección fraterna?
“La corrección fraterna
trata sobre todo el pecado, ya sea venial o mortal, porque todo pecado hiere e
incluso mata la caridad”, aclara fray Dominique-Benoît.
Así que no habría que
limitar la corrección fraterna únicamente a las faltas graves; tiene una
función también para las faltas leves que pueden conducir a faltas grandes.
“La paja es el comienzo de
la viga, pues, al formarse la viga, antes es una paja. Regando la paja, haces
que se convierta en viga”, escribía san Agustín.
“Por ejemplo, la
glotonería puede ser solo una ligera falta de moderación puntual con la bebida,
pero si esta tendencia no se corrige, corre el riesgo de convertirse en un
pecado capital”, ilustra el dominico.
¿Podemos
corregir a nuestro cónyuge, jefe, hijos adultos…?
Sí, pero con delicadeza. La corrección
fraterna únicamente puede tener lugar entre dos personas moralmente iguales;
es decir, sin que uno tenga autoridad sobre el otro.
“Es el caso en la igualdad
dentro de la pareja, entre hermanos y hermanas, y entre bautizados en la
comunidad cristiana”, explica el hermano De La Soujeole.
“El señor sacerdote es,
ante todo, un bautizado, y si yo, laico, le veo cometer una falta contra la
moral común en la Iglesia, la corrección fraterna tiene cabida aquí. Donde no
haya igualdad, hay lugar para la corrección paterna (de un superior a un
subordinado)”.
No obstante, “si un
subordinado ve a un superior cometer una falta contra la moral común de todos,
se dirigirá a su superior no como superior, sino como hermano y, por tanto,
como igual”.
Para la relación entre
padres e hijos, la corrección será paterna o materna mientras el hijo no sea
adulto. Llegado a la edad adulta, la corrección se vuelve fraterna debido a una
cierta igualdad moral entre los adultos.
“Pero hay que tener un
espíritu de delicadeza: la experiencia que un padre o madre tiene de la vida y
de sus hijos puede colocarle, incluso entre adultos, en una cierta
superioridad”.
Y
si no consigo convencer a mi hermano, ¿debo perseverar o abstenerme?
Es importante discernir con prudencia. San Agustín, corregido por santo Tomás de Aquino, admite la posibilidad de abstenerse de reprender y corregir a quienes obran mal por tres motivos:
- “Porque esperan una ocasión más oportuna”;
- “Porque temen que con
ello puedan empeorar”;
- “Por el miedo de que
(…) sintiéndose presionadas se alejen de la fe”.
Santo Tomás añade que
“cuando la corrección fraterna se torna en obstáculo para el fin, o sea, la
corrección del hermano, ya no tiene razón de bien”.
Y continúa analizando fray
Dominique-Benoît de La Soujeole: “El ejercicio de la corrección fraterna, como
el ejercicio de toda virtud (aquí, la caridad misericordiosa), debe estar
reglado por la virtud de la prudencia. Esta última
tiene dos aspectos. Desde el punto de vista intelectual, evalúa el caso
concreto desde el punto de vista de la verdad: ¿el acto cometido por mi hermano
es un pecado en sí mismo y en las circunstancias concretas del caso? Pero la
prudencia es también una virtud moral (la primera) en ese sentido de que debe
evaluar las condiciones del éxito, en lo concreto del caso presente, del acto
que se propone (corregir).
Si desde el punto de vista
intelectual se ha verificado que hay pecado, desde el punto de vista moral
habrá que plantearse la pregunta: ¿debo intervenir ahora? ¿Mi disposición es la
apropiada para hacerlo?
En caso negativo, ¿debo
informar a una persona mejor dispuesta que yo? En caso afirmativo, ¿cómo
proceder de forma que mejor se asegure el beneficio? Dicho de otra forma, la
puesta en práctica concreta de mi intervención debe evaluarse seriamente”.
Antes
de aleccionar a los demás, ¿no debería cada uno poner en orden su propia casa?
El Evangelio lo
dice todo: “¿Por
qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga
que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano:
‘Deja que te saque la paja de tu ojo’, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita,
saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del
ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5).
Al acercarnos a nuestro
hermano para corregirle, no pretendemos ser irreprochables y estar por encima
de toda crítica.
La
corrección fraterna no es un juicio, sino una ayuda fraterna recíproca. “Así
que yo también debo ser accesible a las correcciones de los demás, e incluso
quizás del hermano al que estoy corrigiendo”.
¿Qué
pasos se deben seguir?
Nada
de automatismos,
sobre todo.
“El Evangelio no da un
procedimiento que seguir con tanta rigidez como los de nuestros códigos civil y
penal”, advierte de entrada fray Dominique-Benoît.
La gradualidad presente en
el Evangelio de san Mateo quiere mostrar que “el pecado, aunque es primero
personal, tiene una resonancia en la comunidad que hiere”, precisa el dominico.
La herida personal del
pecado es también una herida de todos. “Nuestra existencia está relacionada con la
de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el
pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social”, afirmó
Benedicto XVI.
Por eso san Mateo insiste
en los dos aspectos, individual y comunitario. En un punto indica que “si
incluso a la Iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un
renegado”. Este es uno de los fundamentos para la excomunión. “Esto debe
responder a unas condiciones de justicia y de prudencia claras cuando la falta
sea de una especial gravedad y que cause un grave escándalo en la comunidad”, precisa
el hermano dominico.
Antoine
Pasquier
Fuente: Edifa






