Reflexión sobre la muerte
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| Primera Predicación De Adviento (C) Vatican Media |
El sacerdote franciscano predicó
sobre tres verdades eternas: primera, “que todos somos mortales y no tenemos
una morada estable aquí abajo”; segunda, la vida del creyente no termina con la
muerte, porque nos espera la vida eterna” y, tercera, “no estamos solos a
merced de las olas en el pequeño barco de nuestro planeta” porque Jesús está
con nosotros, informa Vatican News.
"Memento mori"
El cardenal se refirió a la
realidad humana de la que la muerte es parte: “Memento mori”, recuerda que
morirás. En este sentido, aclaró puntualizó que se puede hablar de la muerte de
dos maneras distintas, en clave kerigmática o en clave sapiencial.
La primera supone proclamar que
Cristo ha vencido a la muerte. La segunda, la forma sapiencial, consiste en
“reflexionar sobre la realidad de la muerte tal como se presenta a la
experiencia humana, con el fin de sacar lecciones de ella para vivir bien. Es
la perspectiva en la que nos situamos en esta meditación”.
La reflexión sobre la muerte, indica
Cantalamessa, se encuentra particularmente en los libros sapienciales del
Antiguo Testamento, como también en el Nuevo Testamento: “Mirad porque no
sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25,13); la conclusión de la parábola del
hombre rico que planeaba construir graneros más grandes para su cosecha:
“Insensato, esta misma noche se te pedirá la vida. Y lo que has preparado, ¿de
quién será?” (Lc 12,20); así como en dicho: “¿De qué le vale al hombre ganar el
mundo entero si pierde el alma?” (cf. Mt 16,26). Asimismo, la tradición de la
Iglesia ha hecho suya esta enseñanza.
El purpurado considera que el
modo sapiencial de hablar sobre la muerte está presente en la Biblia, en el
cristianismo y en todas las culturas. En la época actual, también lo hallamos
en el pensamiento de autores modernos como Jean-Paul Sartre o Martin Heidegger.
Con respecto a los planteamientos
del segundo afirma: “¿Qué es entonces —se pregunta el filósofo— ese ‘núcleo
sólido, seguro e infranqueable’, al que la conciencia recuerda al hombre y sobre
el que debe basarse su existencia, si quiere ser ‘auténtica’? Respuesta: ¡Su
nada! Todas las posibilidades humanas son, en realidad, imposibilidades. Todo
intento de proyectarse y de elevarse es un salto que parte de la nada y termina
en la nada[1]”.
Después, remitiendo a san
Agustín, el franciscano dirá: “también había anticipado esta intuición del
pensamiento moderno sobre la muerte, pero para sacar de ello una conclusión
totalmente diferente: no el nihilismo, sino fe en la vida eterna”.
“Todo se pone en su justo lugar”
Según el medio vaticano, frente a
una realidad que destaca los avances tecnológicos y las conquistas de la
ciencia, Cantalamessa afirma: “La presente calamidad ha venido a recordarnos lo
poco que depende del hombre ‘proyectar’ y decidir su propio futuro”. Por ello,
“no hay mejor lugar para colocarse para ver el mundo, a uno mismo y todos los acontecimientos,
en su verdad que el de la muerte. Entonces todo se pone en su justo lugar”,
asegura.
Ver el mundo desde la perspectiva
caótica ayuda a “descifrar su significado”, no obstante, clarifica: “Mirar la
vida desde el punto de vista de la muerte, otorga una ayuda extraordinaria para
vivir bien. ¿Estás angustiado por problemas y dificultades? Adelántate,
colócate en el punto correcto: mira estas cosas desde el lecho de muerte. ¿Cómo
te gustaría haber actuado? ¿Qué importancia darías a estas cosas? ¡Hazlo así y
te salvarás! ¿Tienes una discrepancia con alguien? Mira la cosa desde el lecho
de muerte. ¿Qué te gustaría haber hecho entonces: haber ganado o haberte
humillado? ¿Haber prevalecido o haber perdonado?”.
Pensar en la muerte, prosigue el
franciscano capuchino, nos impide “apegarnos a las cosas (…) El hombre, dice un
salmo, ‘cuando muere no se lleva nada consigo, ni desciende con él su gloria”
(Sal 49,18) (…). “La hermana muerte es una muy buena hermana mayor y una buena
pedagoga. Nos enseña muchas cosas; basta que sepamos escucharla con docilidad”.
Evangelización
Después, Cantalamessa subraya que
la muerte transmite la importancia de reconciliarnos con nosotros mismo y con
los prójimos. Pero también es importante en el campo de la evangelización.
“El pensamiento de la muerte es
casi la única arma que nos queda para sacudir del letargo a una sociedad
opulenta, a la que le ha sucedido lo que le ocurrió al pueblo elegido liberado
de Egipto: ‘Comió y se sació, —sí, engordó, se cebó, engulló— y rechazó al Dios
que lo había hecho’ (Dt 32,15)”.
Y esta es la tarea asignada a los
profetas, recordarle al pueblo la solución al dilema: “La cuestión sobre el
sentido de la vida y de la muerte desempeñó un papel notable en la primera
evangelización de Europa y no se excluye que pueda desempeñar uno análogo en el
esfuerzo actual por su re-evangelización”.
“Jesús libera del miedo a la
muerte a quien lo tiene, no al que no lo tiene e ignora alegremente que debe
morir. Vino a enseñar el miedo a la muerte eterna a aquellos que sólo conocían
el miedo a la muerte temporal”, explica el predicador. “La ‘muerte segunda’, la
llama el Apocalipsis (Ap 20,6). Es la única que realmente merece el nombre de
muerte, porque no es un tránsito, una Pascua, sino una terrible terminal de trayecto”.
“No temáis”
El cardenal continúa su
predicación considerando que “lo que da a la muerte su poder más temible para
angustiar al hombre y atemorizarle es el pecado. Si uno vive en pecado mortal,
para él la muerte todavía tiene el aguijón, el veneno, como antes de Cristo, y
por eso hiere, mata y envía a la Gehena. No temáis —diría Jesús— a la muerte
que mata el cuerpo y luego no puede hacer nada más. Temed a esa muerte que,
después de haber matado el cuerpo, tiene el poder de arrojar a la Gehena (cf.
Lc 12,4-5). ¡Quita el pecado y has quitado también a tu muerte su aguijón!”.
Por otro lado, rememora que en la
Eucaristía Jesús nos hizo partícipes de su muerte para unirnos a él. Por eso:
“Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera, más justa y más eficaz
de ‘prepararnos’ a la muerte. En ella celebramos también nuestra muerte y la
ofrecemos, día a día, al Padre (…) En ella ‘hacemos testamento’: decidimos a
quién dejar la vida, por quién morir”.
[1] Ib. II, c. 2, párrafo 58, pág. 346 .
Larissa I. López
Fuente: Zenit






