Reflexión sobre la vida eterna
Pascua es “paso”
El punto de partida del nuevo
purpurado ha sido la idea de la “precariedad y la transitoriedad de todas las cosas”,
realidades que la pandemia ha mostrado con fuerza. Ha citado al Papa Francisco
en su bendición “urbi et orbi” del 27 de marzo: “La
tormenta desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja descubiertas esas
seguridades falsas y superficiales con las que hemos construido nuestras
agendas, nuestros proyectos, nuestras costumbres y prioridades”.
El término Pascua, “Pesah” en
hebrero” y “transitus” en latín, añade, tiene el significado de
“paso”. En esta línea, ha recordado a san Agustín para señalar que hacer
Pascua “significa, sí, pasar, pero ‘pasar hacia lo que no pasa’, significa
‘pasar desde el mundo, para no pasar con el mundo’, pasar con tu corazón antes
de pasar con el cuerpo”. Lo que no pasa, culmina, “es la eternidad”.
Fe más allá de la vida
El hermano capuchino ha resaltado
que “debemos redescubrir la fe en un más allá de la vida”, que es una de las
“grandes contribuciones que las religiones pueden dar juntas al esfuerzo de
crear un mundo mejor y más fraterno”.
Hace falta, agrega, entender que
“todos somos compañeros de viaje, en camino hacia una patria común donde no hay
distinciones de raza o nación”, y que “tenemos en común no sólo el camino, sino
también la meta”.
“Para los cristianos”, indica,
“la fe en la vida eterna no se basa en argumentos filosóficos discutibles sobre
la inmortalidad del alma”, sino en “un hecho preciso, la resurrección de
Cristo, y en su promesa: ‘En la casa de mi Padre hay muchas moradas (…) voy a
prepararos un lugar’”.
Eclipse de fe
Reflexionando sobre “la verdad
cristiana de la vida eterna”, el cardenal cita a filósofos como Hegel,
Feuerbach y Marz, que “lucharon contra la creencia en una vida después de la
muerte (…) La idea de una supervivencia personal en Dios es reemplazada por la
idea de una supervivencia en la especie y en la sociedad del futuro”. Paso a
paso, aclara, “con la sospecha sobre la palabra ‘eternidad’, cayeron el olvido
y el silencio”.
Del mismo modo, declara que a
este tipo de planteamiento filosófico se suma “la secularización”, para él
“sinónimo de temporalismo, de reducir lo real a la sola dimensión terrenal” y
“la eliminación radical del horizonte de la eternidad”.
Sobre la consecuencia práctica de
este eclipse de la idea de eternidad, recupera las palabras de san Pablo sobre
“el propósito de los que no creen en la resurrección de los muertos”, el tan
repetido “comamos, bebamos, muramos mañana”.
Cantalamessa prosigue
esclareciendo que el “deseo natural de vivir siempre, distorsionado, se
convierte en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, placenteramente,
incluso a expensas de los demás, si es necesario. Una vez que el horizonte de
la eternidad ha caído, el sufrimiento humano parece doble e irremediablemente
absurdo. El mundo se parece a ‘un hormiguero que se desmorona’, y el hombre a
‘un diseño creado por la ola en la orilla del mar que la ola siguiente borra’”.
Eternidad y evangelización
Del mismo modo, arguye que “la fe
en la vida eterna constituye una de las condiciones de posibilidad de la
evangelización. ‘Pero si Cristo no ha resucitado, escribe el Apóstol, vana es
nuestra predicación y vana también vuestra fe (…) por eso añade, el anuncio de
la vida eterna constituye la fuerza y el mordiente de la predicación
cristiana”.
“Veamos lo que sucedió en la
primerísima evangelización cristiana”, exhorta: “Ante un mundo que pone todo el
acento en el disfrute en esta vida, pensar en el más allá, en una vida más
plena y brillante que la terrena nos muestra que, ‘somos seres finitos capaces
de infinito’, seres mortales con un anhelo secreto de inmortalidad”.
El predicador cita a san Agustín:
“’¿De qué sirve vivir bien, si no se da el vivir siempre?’”. Y concluye
afirmando que “a los hombres de nuestro tiempo que cultivan lo profundo del
corazón esta necesidad de eternidad, sin tal vez tener el valor de confesarlo
incluso a sí mismos, les podemos repetir lo que Pablo decía a los atenienses:
‘Lo que veneráis sin conocerlo, yo os lo vengo a anunciar’”.
Fe, eternidad y evangelización
El padre franciscano reitera que
“una fe renovada en la eternidad no nos sirve sólo para la evangelización, es
decir, para que el anuncio que hay que hacer a los demás; nos sirve, antes
todavía, para imprimir un nuevo impulso a nuestro camino de santificación. Su
primer fruto es hacernos libres, no apegarnos a las cosas que pasan: aumentar
el propio patrimonio o el propio prestigio”.
Sin embargo, advierte que “el
enfriamiento de la idea de eternidad actúa sobre los creyentes, disminuyendo en
ellos la capacidad de afrontar con valentía el sufrimiento y las pruebas de la
vida. Debemos redescubrir parte de la fe de san Bernardo y de san Ignacio de
Loyola. En toda situación y ante cada obstáculo, se decían a sí mismos: ‘Quid
hoc ad aeternitatem?’, ¿qué es esto frente a la eternidad?”.
A lo anterior incluye el aviso de
que “cuando perdemos la medida de todo lo que es la eternidad, las cosas y los
sufrimientos terrenales arrojan fácilmente nuestra alma a tierra. Todo nos
parece demasiado pesado, excesivo”. A esto incorpora la idea siguiente idea:
“Muchos preguntan: ‘¿En qué consistirá la vida eterna y qué haremos todo el
tiempo en el cielo?’. La respuesta está en las palabras apofáticas del apóstol
que acabamos de oír: ‘Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar
lo que Dios ha preparado para los que lo aman’”.
Eternidad, esperanza y presencia
El sacerdote italiano comenta que
para el creyente, la eternidad no es solo una esperanza, sino también una
presencia y una experiencia: En Cristo, “’la vida eterna que estaba junto al
Padre se hizo visible’. Nosotros, dice Juan, ‘la hemos oído y visto con
nuestros propios ojos, contemplado y tocado’”.
Esta presencia de la eternidad en
el tiempo se llama Espíritu Santo, confirma el purpurado, se le define como
“las arras de nuestra herencia”, y se nos ha dado porque, habiendo recibido las
primicias, anhelamos la plenitud.
Refiriéndose a las acusaciones
contra la vida eterna, según las cuales, la expectativa de la eternidad distrae
del compromiso con la tierra y del cuidado de la creación, el Cardenal recuerda
que “antes de que las sociedades modernas asumieran la tarea de promover la
salud y la cultura, de mejorar el cultivo de la tierra y las condiciones de
vida del pueblo, ¿quién ha llevado a cabo estas tareas más y mejor que ellos,
los monjes en primera línea, que vivían de fe en la vida eterna?”.
Cantalamessa rememora el Cántico
de las Criaturas de san Francisco de Asís, que lejos de alejar a los seres
humanos de su acción y compromiso en el mundo, lo confirma y dice del santo
fundador: “El pensamiento de la vida eterna no le había inspirado despreciar
este mundo y las criaturas, sino un entusiasmo y gratitud aún mayores por ellos
y había hecho que el dolor actual fuera más llevadero para él”.
El predicador de la Casa
Pontificia concluye ilustrando que “nuestra meditación hoy sobre la eternidad
ciertamente no nos exime de experimentar con todos los demás habitantes de la
tierra la dureza de la prueba que estamos experimentando; sin embargo, al menos
debería ayudarnos a los creyentes a no sentirnos abrumados por ella y a ser
capaces de infundir valor y esperanza incluso en aquellos que no tienen el
consuelo de la fe”.
[2] San Agustín, Tratados sobre el evangelio de Juan, 45, 2: PL 35,1720.
[3] Oración colecta del Domingo XXI del Tiempo Ordinario.
Gabriel Sales Triguero
Fuente: Zenit






