Por aquellos días, le llegó a
Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se
enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se
regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a
circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre
se opuso, diciéndoles: “No. Su nombre será Juan”. Ellos le decían: “Pero si
ninguno de tus parientes se llama así”.
Un sentimiento de temor se
apoderó de los vecinos, y en toda la región montañosa de Judea se comentaba
este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: “¿Qué
va a ser de este niño?” Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba
con él.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Todo el acontecimiento del
nacimiento de Juan Bautista está rodeado por un alegre sentido de asombro, de
sorpresa, de gratitud. Asombro, sorpresa, gratitud. La gente fue invadida por
un santo temor a Dios «y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas
cosas» (v. 65). Hermanos y hermanas, el pueblo fiel intuye que ha sucedido algo
grande, incluso si humilde y escondido y se pregunta «¿Qué será este niño?» (v.
66). El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de
asombro, de sorpresa y de gratitud. Vemos a aquella gente que hablaba bien de
estas cosas maravillosas, de este milagro del nacimiento de Juan, y lo hacía
con alegría, estaba contenta, con sentido de asombro, de sorpresa y de
gratitud. Que la Virgen Santa nos ayude a comprender que en cada persona humana
está la impronta de Dios, fuente de la vida. Que ella, Madre de Dios y madre
nuestra nos haga más conscientes de que en la generación de un hijo los padres
actúan como colaboradores de Dios. ÁNGELUS 24 de junio de 2018
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