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© Fred de Noyelle / Godong |
¿Por qué en 1223 san Francisco
realiza un belén viviente?
Francisco vivía con Cristo. Lo
veía en los acontecimientos y en los encuentros de la vida cotidiana, Lo
reconocía en sus hermanos, en especial en los más pobres. Francisco solamente
tenía un deseo: encontrar, ver, tocar a su Señor. En el Evangelio, hay dos
misterios de la vida de Cristo que le hacían brotar lágrimas en los ojos: la
Crucifixión y la Natividad. Francisco se presenta como un hombre “simple”: es
artista, poeta, sensible. Para comprender el Evangelio, necesitaba verlo,
tocarlo y experimentarlo.
¿Cómo reaccionó la gente?
¡Seguro que dio mucho que hablar
en los corrillos! Aunque no tenemos indicios de lo que Francisco dijo durante
su predicación, la leyenda popular cuenta que las personas quedaron tan
conmovidas que se marcharon llevándose briznas de paja del portal y no dejaron
ni una… Además, su manera de hablar de Jesús transmitía su fe y su fervor.
Tiendo a pensar que Francisco
predicó sobre la humildad de Dios: ¿cómo el Dios tres veces santo, creador del
universo, maestro del tiempo y de la Historia, pudo hacerse hombre y nacer como
un marginado? El portal de Belén revoluciona la imagen que puede tenerse de
Dios: un Dios que se humilla para nuestra salvación.
¿Cómo se entra en la
contemplación de este misterio?
Aceptemos dejarnos transformar y
embargar por el misterio que se vive ante nuestros ojos. Entremos en la escuela
de la humildad de Dios. Para aplaudir ante el mayor milagro de la Historia,
tenemos que recuperar nuestra alma de niño. Deberíamos quedar transformados por
el belén. Y por ello, nuestros belenes nunca serán lo bastante hermosos.
Intentemos convertirlos en auténticos iconos que, al contemplarlos, quedemos
profundamente maravillados por un misterio tan grande.
Es importante que, en el belén,
estén representadas las actividades cotidianas y concretas de las personas de
ayer y de hoy, sumergidas en su día a día. ¿Por qué no añadir a las
tradicionales figuras médicos, trabajadores de la construcción, agricultores,
comerciantes…? En el belén, toda la Creación está convocada: el cosmos, los
elementos naturales, los pequeños y grandes de este mundo… Dios se hace hombre
para renovar y reconciliar toda la Creación desde dentro.
¿Está ahí el centro del mensaje
del belén?
El belén es un misterio de
simplicidad. Démonos cuenta de que los pastores, los primeros testigos del
nacimiento del Salvador, eran de los más pobres y despreciados de entre los
judíos de su tiempo. Si tuviéramos corazones y manos de pobres, entraríamos sin
dificultad en el júbilo de la contemplación de este gran misterio.
En Navidad, la presencia de
Emmanuel (“Dios con nosotros”) nos revela la simplicidad del Amor. Dios es
simple. Somos nosotros los complicados por nuestro pecado. En el belén, Dios
está ahí. Un misterio del que se hace eco la exclamación de san Agustín: “Y he aquí
que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como
era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo,
mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no serían”.
¿Cómo cultivar la gracia de
Navidad a lo largo de todo el año?
Dejando a Dios transformar todas
nuestras relaciones: nuestra relación con Él, con nosotros mismos y con los
demás. No se trata de una técnica psicológica, sino de una verdadera conversión
espiritual. Y para ello solo hay un medio: la oración personal. Sin ella, es
imposible vivir la gracia de la Navidad. Es un poco abrupto, pero es la verdad.
Cada día, Dios sólo pide renacer en nosotros, darnos la paz y la alegría de
Navidad. No una paz de fachada y una alegría alborotada, sino una paz profunda
y la alegría de saberse amado. ¿No tenemos cinco minutos al día para que Dios
se encarne en nosotros?
A riesgo de parecer provocador
con esta pregunta: ¿por qué se encarnó Dios?
¡Para decirnos que toda persona
es hijo e hija de Dios! Para revelarnos el auténtico rostro de Dios y, de
golpe, restaurar nuestra relación con el Padre de los cielos. “Dios se hizo
hombre para que el hombre se hiciera Dios”, decía san Ireneo en el siglo II.
Jesús, siendo de verdad Dios y de verdad hombre, reconcilia en su persona al
hombre con Dios y conduce al hombre a su verdadera y plena dimensión. Al
encarnarse, el Verbo eterno revela la omnipotencia de su bondad, de su
misericordia y de su ternura. En Jesús, Él se hace del todo próximo y pequeño
para no asustarnos. El belén, como la eucaristía, es la revelación de un Dios
que se hace siervo de toda persona para hablarnos de todo el poder de su amor.
Como dice un antiguo villancico: “Del belén a la crucifixión, Dios nos entrega
un grandísimo misterio”.
Entrevista realizada por Emmanuel
Pellat
Fuente: Edifa