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| Bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco (C) Vatican Media |
A continuación las palabras del
Santo Padre en el mensaje de Navidad.
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Mensaje Urbi et Orbi del
Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Feliz Navidad!
Ha nacido un niño: el nacimiento
es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de
futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin
fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a
luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia
humana.
Gracias a este Niño, todos
podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito;
nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para
revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos
llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las
lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos
hermanos y hermanas.
En este momento de la historia,
marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y
sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca
la fraternidad.
Y Dios nos la ofrece dándonos a
su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales
abstractos, de sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real,
capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su
sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi
etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y
esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones:
Hermanos todos.
En Navidad celebramos la luz de
Cristo que viene al mundo y Él viene para todos, no sólo para algunos. Hoy, en
este tiempo de oscuridad y de incertidumbre por la pandemia, aparecen varias
luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas.
Pero para que estas luces puedan
iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de
todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como
la verdadera familia humana que somos.
No podemos tampoco dejar que el
virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al
sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo por
delante de los demás, colocando las leyes del mercado y de las patentes por
encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad.
Pido a todos: a los responsables
de los estados, a las empresas, a los organismos internacionales, de promover
la cooperación y no la competencia, y de buscar una solución para todos.
Vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de
todas las regiones del planeta. ¡Poner en primer lugar a los más vulnerables y
necesitados!
Que el Niño de Belén nos ayude,
pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas
más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran
sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la
pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han
sufrido violencia doméstica.
Ante un desafío que no conoce
fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada
persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en
los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en
el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado:
todos hermanos y hermanas.
En el día en que la Palabra de
Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que en todo el mundo,
especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de
la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena
voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se
trabaje con valentía para construir un futuro de paz.
Que este sea el momento propicio
para disolver las tensiones en todo Oriente Medio y en el Mediterráneo
oriental.
Que el Niño Jesús cure nuevamente
las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está
exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia.
Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el
camino de la reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido
duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y
permita que la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas
de hostilidad en el país.
Que el Niño de Belén conceda
fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos
puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a
través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos
endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.
Que la estrella que iluminó la
noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo del Líbano para que, en las
dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda
la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del país a dejar
de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y
transparencia para que el Líbano siga un camino de reformas y continúe con su
vocación de libertad y coexistencia pacífica.
Que el Hijo del Altísimo apoye el
compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de
mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj, como también en las regiones
orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la
paz y a la reconciliación.
Que el Divino Niño alivie el
sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas
por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y
conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga
cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas
personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de
Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del
terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur,
Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han
emprendido.
Que la Palabra eterna del Padre
sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado
por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo
oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el
narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a
poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.
Que el Rey de los Cielos proteja
a los pueblos azotados por los desastres naturales en el sudeste asiático,
especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado
inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas
tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y
repercusiones para las economías locales.
Y pensando en Asia, no puedo
olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve
esperanza a su sufrimiento.
Queridos hermanos y hermanas:
“Un niño nos ha nacido” (Is 9,5).
¡Ha venido para salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la
última palabra. Resignarse a la violencia y a la injusticia significaría
rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.
En este día de fiesta pienso de
modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las
circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y
ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos.
Jesús nació en un establo, pero
envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el
Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este
momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se
ven obligadas a quedarse en casa. Que la Navidad sea para todos una oportunidad
para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que
acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida,
fuente de paz para toda la humanidad.
A todos, ¡Feliz Navidad!
© Librería Editorial Vaticano
Gabriel Sales Triguero
Fuente: Zenit






