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| AP/East News |
En la misa de Navidad, adelantada por las
restricciones sanitarias, en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana,
seguidamente, hizo el paralelismo con la celebración del nacimiento del niño
Jesús: “El nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer
interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba”,
afirma el Papa en su homilía este jueves, 24 de diciembre de 2020.
“Ten valor, yo
estoy contigo”.
¿Pero qué significa este para nosotros? Que el Hijo de
Dios, el bendito por naturaleza, viene a hacernos hijos bendecidos por gracia.
Sí, Dios viene al mundo como hijo para hacernos hijos de Dios. ¡Qué regalo tan
maravilloso! Hoy Dios nos asombra y nos dice a cada uno: “Tú eres una
maravilla”. Hermana, hermano, no te desanimes. ¿Estás tentado de sentirte fuera
de lugar? Dios te dice:
“No, ¡tú eres
mi hijo!”. ¿Tienes la sensación de no lograrlo, miedo de no estar a la altura,
temor de no salir del túnel de la prueba? Dios te dice: “Ten valor, yo estoy
contigo”. No te lo dice con palabras, sino haciéndote hijo como tú y por ti,
para recordarte cuál es el punto de partida para que empieces de nuevo:
reconocerte como hijo de Dios, como hija de Dios.
El Papa subraya que: “Este es el corazón
indestructible de nuestra esperanza, el núcleo candente que sostiene la
existencia: más allá de nuestras cualidades y de nuestros defectos, más fuerte
que las heridas y los fracasos del pasado, que los miedos y la preocupación por
el futuro, se encuentra esta verdad: somos hijos amados. Y el amor de Dios por
nosotros no depende y no dependerá nunca de nosotros: es amor gratuito, pura
gracia”.
El Padre nos ha
dado a su Hijo
“El Padre no nos ha dado algo, sino a su mismo Hijo
unigénito, que es toda su alegría”, dice Francisco y contrasta la generosidad
de Dios con nuestra respuesta: “si miramos la ingratitud del hombre hacia Dios
y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos, surge una duda: ¿Ha hecho
bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No
nos sobrevalora? Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo
(…) Él es así, tan diferente a nosotros.
Siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos
seríamos capaces de amarnos”, insiste el Papa, quien a continuación afirma: “Sólo
el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos
libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y de la
lamentación”.
El Rey que nace
en medio de la pobreza
Francisco se pregunta: “¿Por qué nació en la noche,
sin alojamiento digno, en la pobreza y el rechazo, cuando merecía nacer como el
rey más grande en el más hermoso de los palacios? ¿Por qué?” A esto responde:
“El Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es
un hijo de Dios. Vino al mundo como un niño viene al mundo, débil y frágil,
para que podamos acoger nuestras fragilidades con ternura”.
Dios hace cosas
grandes de nuestra pobreza
El Papa detiene su mirada sobre el pesebre, sobre el
lugar donde Jesús reposa, justo después de nacer y dice: “Puso toda nuestra
salvación en el pesebre de un establo y no tiene miedo a nuestra pobreza.
¡Dejemos que su misericordia transforme nuestras miserias!”
Jesús nace para
nosotros
Francisco invita a fijar la mirada en ¿para quién nace
Jesús? La primera respuesta es para los pastores, que identifican en aquel niño
la presencia de Dios. El Papa, mirándonos a nosotros, dice:
Este signo, el Niño en el pesebre, es también para
nosotros, para guiarnos en la vida. En Belén, que significa “Casa del Pan”,
Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el
pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito,
incansable, concreto. Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento,
éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y
dejan un vacío dentro.
El Señor, por boca del profeta Isaías, se lamenta de
que mientras el buey y el asno conocen su pesebre, nosotros, su pueblo, no lo
conocemos a Él, fuente de nuestra vida (cf. Is 1,2-3).
“Dios nació
niño para alentarnos a cuidar de los demás. Su llanto tierno nos hace
comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos. Su amor indefenso,
que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para
autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren”, subraya
Francisco, y añade: “Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado,
para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos. Desde esta noche, como
escribió una poetisa, «la residencia de Dios está junto a mí. La decoración es
el amor» (E. Dickinson, Poems, XVII)”.
El Obispo de Roma concluyó la homilía uniendo su voz a
la voz de tantas conciencias que esperan en el Niño Jesús: “Un hijo se nos ha
dado. Eres tú, Jesús, el Hijo que me hace hijo. Me amas como soy, no como yo me
sueño. Al abrazarte, Niño del pesebre, abrazo de nuevo mi vida. Acogiéndote,
Pan de vida, también yo quiero entregar mi vida. Tú que me salvas, enséñame a
servir. Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque
porque sabes que a partir de esta noche, todos son mis hermanos.”.
Fuente: Aleteia






