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El Papa mismo, con motivo del año nuevo,
suele presentar sus buenos deseos en un máximo número de idiomas para que todos
los reciban.
Una llamada telefónica o una simple carta
con algunas palabras escritas con delicadeza pueden aliviar la soledad. Sobre todo cuando esta atención quizás sea una de las
pocas recibidas durante el año.
Consciente de que no puede limitar sus
deseos a un club cerrado de amistades, Esteban ha decidido este año dirigir sus
mejores deseos a su “mejor enemigo”.
Julia, por su parte, ha decidido escribir
a su marido, a sus padres y a sus hijos: “Dedicamos tan poco tiempo a decirles
que les queremos… Y a veces es más difícil por el hecho de la proximidad”.
Entonces, este año, ¿por qué no dedicar
tiempo para preguntarse a quién desear prioritariamente un feliz año y,
sobre todo, hacerlo de otra forma que enviar o pronunciar un sencillo
“Que tengas salud, dinero y amor”?
1. DECIR COSAS BUENAS DEL OTRO (¡ESO SIENTA BIEN!)
Nuestras relaciones con los demás “a
menudo están regidas por el conflicto, la crítica, el juicio y la condena, más
que por la bendición y la abertura del corazón”, explica el psicólogo Yves
Boulvin.
Encontrar el sentido profundo de esos
deseos sería desear el bien, hablar bien del otro (benecidere en
latín significa, literalmente, “decir el bien”). Es entrar en una
lógica de amor que ve el bien, las cosas hermosas, el lado bueno de cada uno y
que da gracias por ello.
Evocar una cualidad o manifestar nuestra
gratitud tiene repercusiones insospechadas: “Las palabras de bendición son
buenas para el alma”, asegura el monje benedictino Anselm Grün.
2. BENDECIRSE MUTUAMENTE
La Virgen María, durante la Visitación, es
bendecida entre todas por Isabel, que ve en ella el misterio de la mujer y del
niño que lleva.
Esta expresión no está reservada a una
élite espiritual, ya que todos estamos bendecidos por Dios. Si Dios nos
ama a cada uno de nosotros absolutamente gratuitamente, todos podemos
bendecirnos mutuamente. Y nos convertimos así en fuente de bendición,
igual que los otros lo son para nosotros.
En la tradición cristiana, la bendición se
acompaña siempre de una palabra. Por nuestras palabras, expresamos
a esa persona aquello que Dios puede ofrecerle, la manera como Él la ve y
aquello que ella representa para Él. Bendecir supera la oración de intercesión,
es afirmar: “Eres amado por Dios, eres precioso para Él”.
3. EMPLEAR PALABRAS PERSONALES
“Cuando escribo o llamo por teléfono para
felicitar el año nuevo”, cuenta Perrine, “intento recordar aquello que mi
interlocutor más desea”.
Emplear palabras personales conmueve más
que usar fórmulas ya hechas, siempre que esas palabras se escojan con atención,
porque la palabra crea una relación con el otro.
La manera de formular las palabras es tan
importante como su contenido. No hay necesidad de escribir algo largo,
sino acertado, lo más cerca posible de lo que el otro espera, sin saber
nunca si el objetivo ha sido alcanzado. Una manera de aprender el desapego, el
acto gratuito.
¿Qué le sentará bien al otro? ¿A dónde va
su deseo? Entonces, los deseos, más allá de la fórmula de cortesía,
expresarán un afecto que puede tocarle.
A veces, una respuesta viene a confirmar
lo acertado de las palabras, “como ese amigo que me envió un mensaje que no me
esperaba: ‘Lo que me dices me hace feliz y arroja luz sobre las cosas que
sentía pero no sabía cómo formularlas’”, explica Sofía.
Por desgracia, puede suceder también que
una felicitación llena de buenas intenciones caiga en saco roto o le falte
delicadeza.
Para encontrar las palabras
apropiadas, “rezo delante del Santísimo”, confiesa
Esteban, “y pido al Espíritu Santo que me inspire mientras pienso en
cada persona”.
4. ACEPTAR DECIR NUESTROS SENTIMIENTOS
Una felicitación sincera exige asumir el
riesgo de decir nuestros sentimientos profundos, una manera de dejarse
ver de verdad y, por tanto, de dejarse amar.
Esos sentimientos pueden expresarse en
registros diferentes: la amistad, el reconocimiento por los momentos de gracia,
la empatía hacia quienes pasan por un trance, la recuperación de un vínculo
desatendido, una petición de perdón… oportunidades, en cualquier caso, de
expresar y de vivir la caridad. Favorecen un encuentro auténtico.
Para Anne-Charlotte, una madre de familia
que vive lejos de sus amigos, “es una forma de compartir aquello que
vivimos respetando el lugar del otro, respetando aquello que vive”.
5. DESEAR EL BIEN DE VERDAD
Formular unos buenos deseos no equivale a
hacer creer que el año estará libre de cualquier sufrimiento o dificultad.
Solamente podemos desear recibir con confianza todo lo que surja y
creer que el Señor nos espera para vivirlo con Él.
“Para nosotros, los cristianos, es quizás
una ocasión para contemplar este año nuevo como un nuevo nacimiento, como
un niño que lo espera todo”, expresa Anne-Charlotte.
Que expresemos nuestros deseos sin
triunfalismo, pero en la paz, como aconsejaba Benedicto XVI en su homilía del
19 de octubre de 2006, con motivo de su visita pastoral a Verona:
“Animados
por la conciencia de que sólo Cristo puede satisfacer las expectativas más
profundas de cada corazón humano y responder a las preguntas más inquietantes sobre
el dolor, la injusticia y el mal, sobre la muerte y el más allá”.
6. DAR TESTIMONIO DE LA PRESENCIA DE DIOS
Para volver a los inicios de la tradición,
debemos remontarnos más allá de la antigüedad, cuando los romanos lanzaban aves
al cielo desde el Capitolio para que llevaran sus buenos deseos a los confines
del Imperio.
El 1 de enero de cada año, la liturgia de
la misa retoma la bendición de Dios sobre Aarón de hace más de tres mil años,
que termina el oficio litúrgico:
El
Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su
amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz (Nm 6, 24-26)
En el texto original, la triple invocación
del nombre de Dios, asegura a Israel la presencia del Dios de la Alianza,
fuente de toda bendición.
Cuando bendecimos personalmente a alguien,
nuestras palabras deberían expresar esta ternura maternal de Dios sobre
nosotros. Esa bendición sigue de actualidad hasta el final de los tiempos.
Por Raphaëlle Simon
Fuente: Edifa






