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Eso fue lo que hizo María Dolores
Rodríguez Sopeña, una mujer que, inspirada por el ejemplo de Jesús e impulsada
por su profunda fe, decidió dedicar su vida a los más necesitados. Una vida
intensa, de profundo trabajo que se convirtió en ejemplo para muchos. Una vida
que le valió ser beatifica. Una labor que, aún hoy en día, sigue viva.
Solamente un problema en los ojos
que la obligaron a ser intervenida cuando tenía ocho años nubló su feliz
infancia. Su padre, Tomás Rodríguez Sopeña, era un importante magistrado que
alcanzó fama y prestigio como Fiscal de la Audiencia de Almería y dio a su
familia una posición acomodada.
María Dolores era una joven como
cualquier otra, que acudía a fiestas y disfrutaba de la vida
Pero también era una muchacha
imbuida de una profunda fe, aprendida de su propia madre, Nicolasa Ortega
Salomón. Pronto se dio cuenta que la vida social no la llenaba demasiado. En
cambio, se fijó en los más débiles de la ciudad y, por miedo a recibir alguna
reprimenda de sus padres, empezó a acudir en ayuda de los pobres a sus
espaldas. Los primeros en recibir su ayuda fueron dos hermanas enfermas de
tifus que se refugiaban en unas cuevas almerienses y un leproso que vivía a las
afueras de la ciudad. Lejos de reprenderla, su madre se convirtió en su
compañera y ambas empezaron a visitar a los pobres.
Años después, su padre,
acompañado de uno de sus hijos, tuvo que trasladarse a Puerto Rico por motivos
de trabajo. Nicolasa y el resto de la familia se marcharon a vivir a Madrid.
Allí, María Dolores, con la ayuda de un director espiritual, profundizó en su
propia fe y empezó a colaborar más intensamente en distintos centros como la
cárcel de mujeres, hospitales y escuelas dominicales. Su labor entonces se
centró en la enseñanza de la doctrina cristiana. Una labor que continuaría al
otro lado del Atlántico cuando en 1872 los Rodríguez Sopeña se reunieron en
Puerto Rico.
Alfabetización de niñas
desfavorecidas
En contacto con los jesuitas e
inspirada por su labor pastoral, María Dolores fundó la Asociación de las Hijas
de María y varias escuelas cuyo objetivo se centraba en la alfabetización de
las niñas desfavorecidas y en su acercamiento al catecismo. Unos años después, la
familia volvía a trasladarse, pues su padre había sido nombrado Fiscal de la
Audiencia de Santiago de Cuba. En su nuevo hogar, continuó con su labor de
ayuda a los más necesitados que se materializó en la fundación de los llamados
Centros de Instrucción. Así, María Dolores aglutinó en un solo espacio la ayuda
asistencial y médica junto con la enseñanza de cultura general y de la palabra
de Dios.
En palabras de los miembros del
Instituto Catequista Dolores Sopeña, “Allí comienza a perfilarse su metodología
de trabajo, basada en salir al encuentro, acoger e invitar a todos a participar
en actividades de formación humana y cristiana, al tiempo que se cubrían sus
necesidades básicas”.
La alegría de María Dolores
María Dolores no estaba sola pues
su carisma y su ejemplo llegaron a los corazones de muchas personas que
quisieron seguir sus pasos y ayudarla en su proyecto. Así, consiguió aglutinar
a un ejército de mujeres que expandieron esos centros a distintos barrios de la
ciudad.
La alegría de María Dolores, feliz
de ayudar a los demás, se vio truncada con la muerte de su madre. Su padre, que
ya era mayor, decidió retirarse de la magistratura y regresó con ella a Madrid.
De nuevo en España, la vida de María Dolores continuó centrara en el prójimo.
Primero en su padre, a quien
cuidó con gran devoción hasta su muerte en 1883. Pero no se olvidó ni de su
vida espiritual ni de su labor social. Continuó haciendo ejercicios
espirituales, trabajando en su actividad pastoral y ayudando a los pobres y
enfermos de la capital. En el Barrio de las Injurias, una zona castigada por la
escasez de todo y con el ateísmo y el anticlericalismo como principales
sentimientos, María Dolores se propuso, a partir de la creación de distintos
centros, acercar la palabra de Dios con su propio ejemplo de ayuda.
En 1892, a instancias del obispo
de Madrid, Ciriaco Sancha, fundó la Asociación de Apostolado Seglar que hoy
sigue muy activa y se conoce como Movimiento de Laicos Sopeña. Un movimiento
que, como ellos mismos se definen, tiene como objetivo “dar a conocer a Dios a
las personas alejadas de la Iglesia y a los sectores con menos oportunidades y
ser signo y constructoras de fraternidad”. Desde Madrid, María Dolores empezó a
expandir su labor por otras ciudades de España y creó varios centros obreros
acercando la palabra de Dios y el ejemplo de Cristo a personas muy
influenciadas por ideas anticlericales.
Obra Social y Cultural
Tras un viaje de peregrinación a
Roma en 1900 donde estuvo un día en retiro junto al sepulcro de San Pedro,
María Dolores regresó a casa con más fuerza aún para seguir con su labor
apostólica. Un año después se creaba el Instituto de Damas Catequistas, que,
como el Movimiento de Laicos Sopeña, continúa vivo en nuestros días con el
nombre de Instituto Catequista Dolores Sopeña, con una doble misión: “Llevar el
evangelio a aquellas personas alejadas de Cristo y tejer lazos de fraternidad,
fomentando las relaciones de solidaridad que acortan las distancias entre todos
los que somos por igual hijos de Dios”.
En 1902 nacía la asociación civil
Obra Social y Cultural Sopeña que continuó con su labor evangelizadora y de
ayuda a los necesitados que iniciaron su expansión por América en 1917
recalando en Chile. Desde entonces, su ejemplo fue el motor que impulsó un
sinfín de instituciones, escuelas, centros para adultos, casas de ayuda,
organizaciones catequistas… tanto en ciudades españolas como en distintos
países de Latinoamérica.
Un mundo más justo
El 10 de enero de 1918 fallecía
María Dolores Rodríguez Sopeña, tras una vida ejemplar, de entrega sin
condiciones a los demás, ofrenciéndose a ser el vehículo de transmisión de la
palabra de Dios. No es de extrañar que poco después de su muerte se extendiera
su fama de santidad que culminó con su beatificación el 23 de marzo de 2003.
En la homilía, el papa Juan Pablo
II destacó la gran labor de María Dolores que, a través de las instituciones
creadas por ella misma, “se continúa una espiritualidad que fomenta la
construcción de un mundo más junto, anunciado el mensaje salvador de
Jesucristo”. El pontífice remarcó que “quiso responder al reto de hacer
presente la redención de Cristo en el mundo del trabajo”.