Nos deja pensando hoy, tras 2000 años de
historia. Contamos con una historia revelada en una recopilación de libros de
distintos autores de diferentes épocas, lo que conocemos como la Sagrada
Escritura. Tenemos la certeza de ciertos hechos verídicos que la ciencia no ha
podido refutar y que incluso ha confirmado. Nos apoyamos de una congregación
cristiana encargada de custodiar e interpretar la Palabra de Dios, nuestra
Iglesia Católica. Sin embargo, aún no creemos porque lo que necesitamos es
ver.
¿Por qué? ¿Será que la razón ha superado
al sentimiento? Incapaces somos de sentir, pues lo que necesitamos es
comprender. Y así es como buscamos textos, artículos, videos, libros, papers,
en definitiva toda fuente de información posible que nos pruebe que Dios
existe, que Jesús fue un hombre que vivió entre nosotros y más aún, (aunque
complejo de seguir entendiendo) que murió y resucitó.
Buscamos con la inteligencia, lo que
encontraremos con el corazón. Y no está demás citar la historia de San
Agustín y el niño junto al mar, quién le da una hermosa lección respecto a que
no es posible que el hombre logre comprender el misterio de Dios. A Dios no se
estudia, a Dios se ama. A Dios no se comprende, a Dios se siente.
San Juan relata
la incredibilidad de Tomás cuando Jesús resucitado se aparece entre los
discípulos: “… Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi
dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. (Juan 20,25).
Y “Jesús dijo: Has creído porque has
visto. Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan 20,29).
En nuestra condición de debilidad humana,
todos tenemos algo de Tomás. Todos hemos buscado cómo poder ver o comprender
para lograr creer. Ciertamente, si nuestra fe fuera lo suficientemente grande,
sólo pronunciando la palabra “Jesús”, tendríamos todo cuanto quisiéramos y necesitáramos.
Sólo podemos lograr creer mediante la fe: ese Don maravilloso que nos abre las
puertas del cielo.
Desanimo, desaliento, cansancio,
desilusión tal vez, pues no logramos sentir verdaderamente la presencia de Dios
en nuestras vidas. Decimos tener fe, somos cristianos activos también, pero aún
no lo logramos. No logramos sentirlo…
Me refiero a esa presencia majestuosa de
sentirnos acompañados por alguien… o por algo. No sucumbir en el temor, pues
estamos abandonados a la voluntad del Padre. No preocuparnos por el mañana,
pues Dios nos proveerá todo lo que necesitemos. No caer en la angustia, pues la
esperanza de la vida eterna deja de ser esperanza y pasa a ser promesa de
nuestro amado Señor.
Pero, no lo creemos. ¿Por qué nos cuesta
tanto creer si incluso para la tranquilidad del intelecto, todo lo anterior
está escrito en la Santa Biblia?
“Yo estoy con ustedes todos los días
hasta el fin de la historia”. (Mateo 28,20)
“No se preocupen por el día de mañana,
pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas”. (Mateo 6,34)
“Venid a mí todos los que estáis
cansados y oprimidos, y yo os aliviaré”.
(Mateo 11,28)
No se trata de sólo creer que Jesús existe
sino también creer que Jesús vive dentro de nosotros. Justamente la
fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no vemos. Si
podemos confiar en el diagnóstico de un Médico, en la gestión de un Abogado,
¡cuánto más podemos confiar en la Palabra de Jesucristo, nuestro salvador! Se
trata de entender que nuestro verdadero propósito en nuestras vidas, no es
precisamente trabajar, comer, dormir; sino conocer, amar y servir a Dios.
Y por último, me refiero a esa presencia
majestuosa que nos hace sentir enamorados de alguien… o de algo. Una razón de
existir que trasciende a lo terreno y a todo lo que tenga relación con el
mundo. Dormir y despertar pensando en ello y vivir un día con alegría por
cualquier cosa, o simplemente por nada. Conversar con alguien… o con algo y
decirle… te amo.
Ocurre el milagro de escuchar en el
silencio y de sentirnos escuchados en la nada. Confiar hasta lo más profundo de
nuestros secretos, entregarse por entero a ese alguien, pero ya no con la
mente, pues la inteligencia ha perdido importancia. Sólo sentir, sólo corazón.
El ¿Alfa y el Omega? (Apocalipsis 22,13), sí. Es Jesús. Un Dios vivo cuya presencia lo hace casi palpable. Eso es fe, eso es creer para ver.
Por: Marlene Yañez Bittner
Fuente: Catholic.Net