9.1.21

EVANGELIO DEL DÍA

9 Sábado. Feria del Tiempo de Navidad

Evangelio según san Marcos 6, 45-52

Después de haberse saciado los cinco mil hombres, Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar.
Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra.
Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo.
Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron.
Pero él habló enseguida con ellos y les dijo:
    «Animo, soy yo, no tengáis miedo».
Entró en la barca con ellos y amainó el viento.
Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada.

COMENTARIO

Muchas de las enseñanzas de Nuestro Señor tienen lugar en torno al lago. Con el tiempo, los discípulos entenderán que lo que allí sucede es una alegoría de la vida. Y que a la vida hay que hacerle frente, aunque uno se crea sin fuerzas. El evangelio de la misa de hoy nos dice que una de las mayores dificultades que uno se puede encontrar en el camino es la dureza del propio corazón, y que ahí se encuentra la clave para entender lo que nos sucede y para poder integrarlo en el conjunto de nuestra existencia.

Los Padres de la Iglesia no se limitan con poner el acento en la fatiga que produce remar contra el viento. Los obstáculos de la vida no vienen solo de fuera, sino que también se encuentran en uno mismo. Las olas son para ellos también una imagen del orgullo y de la soberbia. Lo que permite navegar sin dificultades es la humildad. La apertura de corazón y la confianza en Dios dan al hombre una comprensión más profunda de las cosas.

Evitar el endurecimiento del corazón está en parte en nuestras manos. La vida ciertamente nos presenta sus retos. Y somos alcanzados por el mal provocado por otros. Pero está en nuestras manos cerrarnos en nosotros o acudir en ayuda de los que nos rodean, sabiendo que todos estamos sometidos a lo mismo. No somos los únicos destinatarios del mal del mundo; no somos los únicos que tienen obstáculos, dolores y carencias. Y es ese deseo de acudir a suplir lo de los demás lo que abre nuestro corazón, lo que nos ayuda a caminar por esta vida con alegría, incluso en medio de las dificultades.

Jesús vela por nosotros. Y se nos hace presente continuamente, aunque a veces no sepamos identificarlo. Una de las formas que tiene de acompañarnos es precisamente saliéndonos al encuentro en esas personas que nos rodean, necesitadas de consuelo, de ayuda material, de enseñanza, del testimonio de nuestra fe alegre y sincera. Quien abra así su corazón, echará de él todo tipo de miedo, porque el miedo viene de sentirse solo, y quien acoge al prójimo acoge a Cristo en su propia casa y nunca está solo.

Juan Luis Caballero 

Fuente: Opus Dei

¡SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES! 
facebook twitter