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Shutterstock | AboutLife |
Tampoco sé muy bien el peso de otras vidas en mi
propia vida. Ni entiendo esa muerte que llega y cambia mis pasos de repente,
tal vez demasiado pronto.
No puedo ver con los ojos de Dios y parece que los
míos son torpes para entender la vida.
¿Y si hubiera…?
En una opción todo sale perfecto, mejor que ahora.
La presencia de su padre hace que la vida ahora para él sea mucho plena. En la
otra posible realidad las cosas salen peor incluso estando su padre presente.
Me pareció muy fuerte e intensa la propuesta.
Muchos posibles imposibles se hacían realidad en la pantalla. Sabía que no era
real, pero ahí estaban mostrando algo inexistente.
A menudo me planteo esos posibles imposibles en mi
vida. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera tomado esa decisión y hubiera seguido
otro camino? ¿Qué hubiera pasado si mi madre hubiera muerto siendo yo todavía
joven o al nacer? ¿Habría sido mi vida mejor o peor?
Son preguntas sin respuesta. Algo habría cambiado,
seguro. Habría sido una vida diferente, ni mejor, ni peor. Nada
reemplaza a la vida que ahora vivo.
Lo que sucede es que a lo mejor me cuesta aceptar
simplemente la vida en su verdad tal y como es. Y me gusta imaginar qué hubiera
sido de mí si las circunstancias hubieran cambiado, si las decisiones hubieran
sido otras, si hubieran estado presentes otras personas.
Lo que
queda es lo real
Pero son posibles inútiles que sólo pueden
atormentarme o bloquearme en mi intento por ser feliz y hacer la voluntad de
Dios en mi camino.
Lo único que queda después
de muchos pensamientos y sueños es lo real, lo que toco, lo que hoy
es, lo que ha sido, no lo que podría haber sido.
Si no estoy donde antes
estaba o si estoy donde ahora vivo, habrá un vacío o una presencia. Eso es lo real. Si estoy en
un lugar habrá una influencia sobre otros, positiva o negativa, eso depende de
mí.
El peso de mi realidad es irrefutable. El peso de
la realidad de las personas que entretejen sus vidas con la mía, no lo puedo
negar. Todo
importa, todo influye en el camino que recorro.
Y
al mismo tiempo esos posibles imposibles no tienen tanta fuerza. La vida
hubiera sido distinta, mi camino, mis decisiones, pero lo que queda al final es
lo que hay y el pasado no puedo cambiarlo. Puedo, eso sí, intentar no repetir
lo que salió mal y tratar de hacer bien lo que está en mi mano.
Vidas imperfectas, pero plenas
Me gusta pensar que una vida no vale más por el
número de años que acumula. Los años no dan valor a la vida,
simplemente son un aspecto más de la misma.
Una vida es bella, honda y fecunda sin importar el
número de años vividos, gastados, o entregados. No se mide en años, sino en verdad.
En la verdad de los
gestos, de las palabras y las obras. En la verdad de las decisiones, de los
errores y los aciertos. No se mide la vida por su perfección, porque no hay vidas más
perfectas que otras.
Simplemente hay vidas
felices y logradas, aunque no tengan todos los años que hubieran podido tener.
Hay vidas plenas y llenas de paz aun siendo imperfectas, aun habiendo errores y
pecados.
Ver la belleza
Un paisaje cubierto de nieve es mi propia vida. Es
bello un bosque con nieve, y un edificio. Incluso una calle sin gracia con la
nieve parece una calle preciosa.
También puede tornarse una tortura si me impide
hacer mi vida normal. Lo bello puede hacer que todo se complique. Puedo ver
sólo la belleza. O puedo centrarme en la incomodidad que implica. De mí
depende, de mi mirada.
En mi vida hay nieve que me embellece. Y yo puedo
agradecer mirando la nieve y pensando.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia