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| El Papa Francisco en una imagen de archivo. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
A continuación, el mensaje
completo del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
Pienso, en particular, en quienes
sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus. A todos,
especialmente a los más pobres y marginados, les expreso mi cercanía espiritual,
al mismo tiempo que les aseguro la solicitud y el afecto de la Iglesia.
1. El tema de esta Jornada se
inspira en el pasaje evangélico en el que Jesús critica la hipocresía de
quienes dicen, pero no hacen (cf. Mt 23,1-12)
. Cuando la fe se limita a ejercicios
verbales estériles, sin involucrarse en la historia y las necesidades del
prójimo, la coherencia entre el credo profesado y la vida real se debilita.
El riesgo es grave; por este
motivo, Jesús usa expresiones fuertes, para advertirnos del peligro de caer en
la idolatría de nosotros mismos, y afirma: «Uno solo es vuestro maestro y todos
vosotros sois hermanos» (v. 8).
La crítica que Jesús dirige a
quienes «dicen, pero no hacen» (v. 3) es beneficiosa, siempre y para todos,
porque nadie es inmune al mal de la hipocresía, un mal muy grave, cuyo efecto
es impedirnos florecer como hijos del único Padre, llamados a vivir una
fraternidad universal.
Ante la condición de necesidad de
un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento
totalmente opuesto a la hipocresía. Propone detenerse, escuchar, establecer una
relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o
por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de
él por medio del servicio (cf. Lc 10,30-35).
2. La experiencia de la
enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo,
la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más
nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios.
Efectivamente, cuando estamos
enfermos, la incertidumbre, el temor y a veces la consternación, se apoderan de
la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque
nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos “angustiemos”
(cf. Mt 6,27).
La enfermedad impone una pregunta
por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta que busca un nuevo
significado y una nueva dirección para la existencia, y que a veces puede ser
que no encuentre una respuesta inmediata. Nuestros mismos amigos y familiares
no siempre pueden ayudarnos en esta búsqueda trabajosa.
A este respecto, la figura
bíblica de Job es emblemática. Su mujer y sus amigos no son capaces de
acompañarlo en su desventura, es más, lo acusan aumentando en él la soledad y
el desconcierto. Job cae en un estado de abandono e incomprensión. Pero
precisamente por medio de esta extrema fragilidad, rechazando toda hipocresía y
eligiendo el camino de la sinceridad con Dios y con los demás, hace llegar su grito
insistente a Dios, que al final responde, abriéndole un nuevo horizonte.
Le confirma que su sufrimiento no
es una condena o un castigo, tampoco es un estado de lejanía de Dios o un signo
de su indiferencia. Así, del corazón herido y sanado de Job, brota esa
conmovida declaración al Señor, que resuena con energía: «Te conocía sólo de
oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5).
3. La enfermedad siempre tiene un
rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también
de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales
que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22). La
pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas
sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas. Los ancianos,
los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los
tratamientos, y no siempre es de manera equitativa.
Esto depende de las
decisiones políticas, del modo de administrar los recursos y del compromiso de
quienes ocupan cargos de responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y la
atención a las personas enfermas es una prioridad vinculada a un principio: la
salud es un bien común primario.
Al mismo tiempo, la pandemia ha
puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios,
voluntarios, trabajadores y trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas
que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al
prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus
familiares. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar
esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían
prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana.
La cercanía, de hecho, es un
bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la
enfermedad. Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de
Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo
ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo,
estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a
los hermanos enfermos, débiles y que sufren (cf. Jn 13,34-35). Y vivimos esta
cercanía, no sólo de manera personal, sino también de forma comunitaria: en
efecto, el amor fraterno en Cristo genera una comunidad capaz de sanar, que no
abandona a nadie, que incluye y acoge sobre todo a los más frágiles.
A este respecto, deseo recordar
la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en
el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a
sostener al prójimo. «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias,
de nuestra sociedad, de nuestro pueblo» (Homilía en La Habana, 20 septiembre
2015).
En este compromiso cada uno es
capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la
mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del
hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la
“padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es
ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas» (ibíd.).
4. Para que haya una buena
terapia, es decisivo el aspecto relacional, mediante el que se puede adoptar un
enfoque holístico hacia la persona enferma. Dar valor a este aspecto también
ayuda a los médicos, los enfermeros, los profesionales y los voluntarios a
hacerse cargo de aquellos que sufren para acompañarles en un camino de
curación, gracias a una relación interpersonal de confianza (cf. Nueva Carta de
los agentes sanitarios [2016], 4).
Se trata, por lo tanto, de
establecer un pacto entre los necesitados de cuidados y quienes los cuidan; un
pacto basado en la confianza y el respeto mutuos, en la sinceridad, en la
disponibilidad, para superar toda barrera defensiva, poner en el centro la
dignidad del enfermo, tutelar la profesionalidad de los agentes sanitarios y mantener
una buena relación con las familias de los pacientes.
Precisamente esta relación con la
persona enferma encuentra una fuente inagotable de motivación y de fuerza en la
caridad de Cristo, como demuestra el testimonio milenario de hombres y mujeres
que se han santificado sirviendo a los enfermos. En efecto, del misterio de la
muerte y resurrección de Cristo brota el amor que puede dar un sentido pleno
tanto a la condición del paciente como a la de quien cuida de él.
El Evangelio lo testimonia muchas
veces, mostrando que las curaciones que hacía Jesús nunca son gestos mágicos,
sino que siempre son fruto de un encuentro, de una relación interpersonal, en
la que al don de Dios que ofrece Jesús le corresponde la fe de quien lo acoge,
como resume la palabra que Jesús repite a menudo: “Tu fe te ha salvado”.
5. Queridos hermanos y hermanas:
El mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una
realización concreta en la relación con los enfermos. Una sociedad es tanto más
humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe
hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta,
procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado.
Le encomiendo a María, Madre de misericordia
y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, los agentes sanitarios y
quienes se prodigan al lado de los que sufren. Que Ella, desde la Gruta de
Lourdes y desde los innumerables santuarios que se le han dedicado en todo el
mundo, sostenga nuestra fe y nuestra esperanza, y nos ayude a cuidarnos unos a
otros con amor fraterno. A todos y cada uno les imparto de corazón mi
bendición.
Roma, San Juan de Letrán, 20 de
diciembre de 2020, cuarto domingo de Adviento.
FRANCISCO
Fuente: ACI Prensa






