![]() |
© Shutterstock |
Recuerdo las palabras con las que rezaba santa Teresa de Ávila. Con estas
palabras quiero comenzar este año.
«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la
paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
Tiempo para soñar
Miro
a los ojos de María que me abraza al entrar por la puerta de un nuevo año. No
le tengo miedo a lo que pueda venir. No hago
planes, espero con paciencia, estoy
dispuesto a renunciar a muchas cosas. Ya me he acostumbrado.
Pero
ante todo le pido a Dios un corazón de niño para enfrentar la vida. Sólo así
tendré la fantasía para pedirle a Dios lo imposible.
No
esos posibles que veo realizables con mis fuerzas y capacidades. No esos
posibles que dependen de la suerte o de que se den bien las cosas.
Quiero
pedirle imposibles que están fuera de mi alcance. Con un corazón de niño puedo
soñar con cosas grandes.
Tal
vez lo más difícil en la vida sea vivir siempre con la actitud correcta. No es
tan sencillo porque tengo mucha inmadurez pegada a la piel. Y la actitud
entonces no es la mejor para enfrentar los días que tengo ante mis ojos.
La fe acaba con la desesperanza
Los niños tienen esa capacidad para dibujar en su fantasía mundos
ideales, salidas
imposibles, caminos ocultos para cualquier adulto.
Los santos fueron muy niños porque siempre vieron realidades ante
los ojos que los demás no veían. En su corazón había sueños que tenían forma
muy concreta. Esa fe en lo imposible es la que mueve montañas.
Y tal vez la montaña más difícil de mover sea la de la
desesperanza. Tengo planes, deseos, quiero a los que caminan conmigo. Temo
perder lo que me hace feliz.
Me asusta la incertidumbre y esa
impaciencia mía me quita la alegría. Proyecto, construyo, levanto y el miedo a
que no sea posible lo que ahora acaricio con las manos me llena de temores.
La montaña del desánimo se yergue
ante mis ojos. ¿Podré superar todo lo que la vida pone como obstáculo ante mis
pasos?
Quiero haber sacado enseñanzas del año que ahora acaba. Una actitud
nueva y poderosa para enfrentar la vida. Una alegría
que ve el lado positivo en todo lo que me sucede. Esa mirada es la que quiero
para poder crear a mi alrededor una atmósfera de cielo.
Paz en la tormenta
Sé que «el Señor bendice a su
pueblo con la paz«. Yo soy su pueblo y su bendición
me levanta. Me da paz en medio de las turbulencias y las olas que amenazan con
hundir mi paso firme.
Tal vez me he vuelto más recio, más sólido que hace un tiempo. Lo
vivido me ha hecho más capaz de valorar los pequeños regalos de la vida.
Aprecio ahora mejor lo cotidiano como un don caído del cielo. Ahí me está
hablando Dios en medio de la rutina. Y me dice que confíe, pero
yo no quiero. Necesito certezas, es lo que pienso.
Me resisto a dejarme llevar por la corriente de la vida. ¿Cómo
puedo cambiar la realidad cuando no me gusta?
No puedo mover las agujas de reloj hacia atrás. A veces lo he
deseado. Tampoco puedo adelantarlas pasando por alto los momentos peores que
ahora vivo para llegar al momento mejor dentro de un tiempo, cuando ya no haya
pandemia.
No soy dueño del tiempo, ni de la
vida, pero sí lo soy de mi actitud en el presente, es lo único
que decido. Es el único momento en el que puedo cambiar algo siendo yo
diferente y siendo yo mismo.
No todo saldrá como deseamos
Puedo hacerlo con esa confianza de los niños que se sienten hijos
de un Padre misericordioso. Me gusta esa actitud que quiero hacer mía. Decía
José Antonio Pagola:
«Con Jesús nos empezamos a encontrar
cuando comenzamos a confiar en Dios como confiaba Él, cuando creemos en el amor
como creía Él, cuando nos acercamos a los que sufren como Él se acercaba,
cuando defendemos la vida como Él, cuando miramos a las personas como Él las
miraba, cuando nos enfrentamos a la vida y a la muerte con la esperanza con que
Él se enfrentó, cuando contagiamos la Buena Noticia que Él contagiaba».
Ver la vida como la miraba Jesús. Mirar a las personas con sus
ojos, la cruz con su misma confianza.
No comenzará este año saliendo todo bien. Tampoco es eso lo que le
deseo a nadie.
La bendición de la felicidad
No pedimos la bendición de Dios para que resulten todas nuestras
empresas y proyectos. Sino para que en medio de éxitos y fracasos seamos
capaces de ver siempre la mano de Dios detrás y demos gracias con un corazón de
hijo. Es la bendición que pido al comenzar estos días.
No quiero que me salgan todos mis propósitos y buenas intenciones
con las que estreno el año. No deseo que todo me resulte y encaje. Sería
necio pedir tales cosas. Siempre estaría frustrado y de mal humor cuando no sea
así.
Conozco a personas que siempre están protestando porque las cosas
no se hacen como ellos quieren. Esas personas nunca son felices y siembran a su
alrededor tensión y tristeza.
No importa si las cosas salen como yo quiero. Lo importante es que
yo no deje en ningún caso de estar feliz y no pierda nunca el buen humor.
Esa actitud de los niños confiados que
no se aferran a su forma de hacer las cosas es la que yo le pido a Dios al
comenzar estos nuevos días.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia