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Paso la última
página de mi año y abro una página en blanco, todo por escribir.
Hay años que son indiferentes, con regalos y
dolores. Otros años tibios, en los que no recuerdo nada relevante. Hay otros
años alegres porque trajeron bendiciones a mi hogar, a mi alma. Hay años
grandiosos y otros años, que como el que acaba de concluir, vienen marcados por
el dolor.
En la vida, cuando no me resulta algo, creo que
con cambiarlo todo se soluciona. Un ordenador, un coche, un móvil. Cambio de
médico cuando no sana mi enfermedad, de cónyuge cuando no me alegra la vida
como lo hizo al principio, de hijo incluso alejándolo de mí cuando no responde
a mis expectativas.
Vivo una cultura en la que
todo tiene un recambio. Y lo que no funciona bien, mejor condenarlo a morir. Como diría Sor
Verónica, fundadora de Iesu Comunio:
«Vivimos en una cultura que odia la muerte sin
amar la vida».
Contradicciones
Esa misma cultura sí tiembla cuando la promesa de
inmortalidad en esta carne se ve amenazada por una enfermedad desconocida.
Cuando una pandemia pone
en peligro esa proyección de un futuro que quiere ser eterno en esta tierra.
Parece que yo mismo me uno
a esa cultura del descarte y me detengo al final de este año que ha salido mal, como fallado, y
quiero cambiarlo por otro.
Igual que cambio el amor por otro cuando no
funciona. O cambio la ropa ya vieja, o mis bienes cuando no van bien.
Y por eso me levanto con el deseo de un año mejor,
diferente, sanador. Cierro el almanaque del año que acaba con el alma feliz. Y
abro el año nuevo deseando que todo mejore.
No todo
fue malo en 2020
Me he fortalecido en mi debilidad. Me he vuelto
más humano en mi forma de mirar, más solidario, más empático. He dejado de ser
tan individualista porque como dice el papa
Francisco:
«Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se
necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos
unos a otros a mirar hacia delante».
He aprendido a confiar en otros. No me he
dejado llevar por el pánico. No he caído en la desesperanza cuando a mi
alrededor mis planes no resultaban.
En medio de mi dolor por la pérdida, por la
enfermedad, por la ausencia, me he hecho más de Dios,
más niño, más confiado.
No ha sido un año ausente y vacío. Más bien su dolor me
ha hecho comprender el verdadero sentido de la vida y el valor de las cosas
pequeñas, esas que a menudo no valoro, y no cuido.
Construir sobre lo pasado
No quiero descartar este año así como así, sin
darle su valor, su peso, su importancia. No olvidaré ninguno de los meses del
año que ahora muere. ¡Cómo hacerlo! Se han grabado a fuego dentro de mi alma.
«Seamos realistas, pidamos lo imposible».
De pequeño aprendí a prueba de golpes que no podía
exigirle a la vida lo que no podía darme y me volví realista.
Sólo hacía lo que podía hacer bien y sólo iba allí donde estaba seguro. Me
movía en mis entornos sagrados y protegidos. Corrí el riesgo de ser poco niño y
más bien un adulto triste.
Para Dios
no hay nada imposible
Este año me ha hecho cambiar la mirada. Dejo de
ser tan realista y me vuelvo soñador. Pido a este año y a la vida lo imposible. Pero
en todos los sentidos que eso tiene.
Pero yo sigo pensando que así: lo que no es
razonable, no es posible; no puedo esperar de la vida lo que no puede darme;
las cosas siempre van a ser así y no hay solución cuando no soy tan capaz de
vivir la vida…
Me niego al conformismo. Miro al cielo esta
mañana de este nuevo año. No creo que hayan cambiado las cosas de golpe, pero
quizás yo sí he cambiado. Eso basta para empezar de cero.
Claro
que sí, todo
puede ser posible si creo en lo imposible, si creo en el
poder de Dios que sostiene mi vida y me vuelvo niño. Si creo en el poder de los
sueños que me hacen esperar mucho más de todo lo que vivo.
Dejo el miedo a la puerta de mi alma. Y camino
seguro por caminos empinados, poco importa. Aprendo a valorar la vida como es
sin querer que sea distinta.
Simplemente cambio yo mi forma de vivir, para que todo
cambie. Creo en la vida, no en la muerte. Y deseo vivir
con todos los sentidos, con toda mi alma. Creo en lo imposible.
Fuente: Aleteia