![]() |
| Yuganov Konstantin | Shutterstock |
¿Por
qué necesito la ceniza para caminar? Es extraño. Podría comenzar sin necesidad
de que nadie pusiera ceniza en mi cabeza. No me embellece, todo lo contrario.
La ceniza me habla de muerte, de olvido, de fuego consumido, de vida destruida,
de soledad, de desamparo.
¡Cuánta muerte me conmueve en este año de pandemia! ¿Qué necesidad
tengo de revestirme de ceniza?
Ceniza para recordar
Porque esas cenizas bendecidas me hablan de la muerte. ¿Para qué
las necesito? Y entonces leo una poesía que me da algo de luz sobre este inicio
de mi Cuaresma:
Es entonces que comprendo el sentido de estas cenizas. Un
día fueron ramos de olivo verdes tendidos a los pies de Jesús. Cuando entraba
en Jerusalén dispuesto a entregar la vida. Ahora son ceniza bendita.
Me recuerda lo que es mi vida. Hoy un brote verde, mañana queda
sólo el olvido.
Quizás por eso me viene bien recibir la ceniza. Porque tengo una
tendencia exagerada al olvido. Ya no me acuerdo de las derrotas y creo que voy
a vencer siempre. Ramos verdes, hojas verdes firmes en la rama.
La ceniza me muestra que mi vida es caduca y muere. La vida que
no se entrega y muere para dar vida, no merece la pena.
Me revisto de esa ceniza que no embellece. Me hace más
humilde, más pobre. Es una ceniza extraña que llena de luz
mi alma. Necesito comenzar así este tiempo de desierto, de Cuaresma, estos
cuarenta días.
No soy Dios, sino hijo
Sin
esta realidad del amor que se entrega, muere y da la vida, no tendría sentido
caminar descalzo el desierto de Cuaresma. No me olvido entonces de lo
importante: no
soy Dios, soy sólo hombre. Soy pobre. Y no puedo hacerlo
todo solo.
Camino descalzo por este desierto cubierto de ceniza. Recuerdo
entonces que soy niño, que soy hijo, que soy necesitado. Y que tengo una
nostalgia de infinito pegada al alma.
Al recibir la ceniza escucho que soy polvo y que en polvo me
convertiré. Y entonces dejo de afanarme por tantas cosas que me quitan la paz.
Descansaré en Dios
¿Para qué me agobio tanto? Cada día
tiene su propio afán. No quiero vivir preocupado porque tiendo hacia
Dios y un día descansaré en sus brazos.
Ese pensamiento me libera de esta vida que
quiere presionarme para que venza siempre y llegue a la meta antes que
ninguno. La vida son dos días y quiero vivirlos con alegría, sin miedo,
sin angustias.
Saber que soy polvo me recuerda que mi
vida está en las manos de Dios, que no tengo el timón de mis días, que no soy
todopoderoso, sino que he renunciado al poder desde mi cuna.
Esa sensación de pequeñez me hace alzar la
mirada al cielo y suplicarle a Dios que me sostenga, que no puedo luchar contra mis propios demonios.
Esos que habitan dentro de mi alma, esos que me hacen levantarme con ira cada
vez que la cosas no son como yo pensaba.
La pequeñez es la condición de hijo que he
recibido desde que nací. Si soy hijo necesito a un Padre todopoderoso que me dé
la vida. Y como soy pequeño necesito la fuerza de esta ceniza que me recuerda
quién soy. Comenta Albert Espinosa:
«Dentro
de cualquier pequeño cobarde hay un gran valiente. Todo saldrá bien. Si la
contemplas de cerca la vida a veces no tiene sentido. Hay que alejarse un poco
y contemplarla desde lejos, con una gran sonrisa».
Una perspectiva de eternidad
La Cuaresma me ayuda a alejarme un poco de
mi vida para contemplarla con sentido.
En ese arco que lleva de mi nacimiento a la muerte. Entonces los problemas no
son tan graves. Y la vida es mucho más que el miedo presente.
Sólo necesito creer más en Jesús, en su
Palabra y cambiar de vida, crecer, ser mejor. Para eso se me regala este
tiempo.
Y la ceniza sólo me bendice. Es como esa
mirada de Dios que se posa sobre mí para decirme lo valioso que soy ante sus
ojos. No soy nada, soy pequeño y a la vez soy el tesoro más grande que
puede contemplar Dios.
Por eso se ensancha mi corazón con la
ceniza. Decía el papa Francisco:
«La
esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las
pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse
a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna«.
La ceniza me enseña a no estrechar mi
horizonte. Lo abro, es mucho más amplio. Estoy hecho para el cielo
mientras camino sobre el polvo del desierto rumbo a la Pascua.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






