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Una iglesia arde el 25 de julio de 1936 en los alrededores de Madrid mientras lo celebran los autores del crimen. Foto: Cordon Press para «"Memoria histórica", amenaza para la paz en Europa». |
Por la magnitud de esta masacre, y porque una gran parte de estos
crímenes fueron acompañados de torturas y violaciones, puede hablarse de un "genocidio" católico en
España en ese periodo, afirma Ángel
David Martín Rubio, sacerdote y doctor en Historia, deán de la catedral de
Cáceres, y con varias monografías y libros publicados en torno a la represión
en ambas retaguardias.
Una iniciativa que nace en el Parlamento Europeo
Martín Rubio expone estos hechos en un trabajo (¿Fue
la persecución de las izquierdas a los católicos equivalente a un
genocidio?) incluido en el volumen titulado "Memoria histórica", amenaza
para la paz en Europa que ha publicado el grupo ECR
del Parlamento Europeo (Conservadores y Reformistas
Europeos, por sus siglas en inglés), en el que se integra, entre otros, el
partido español Vox.
El libro responde al impulso del europarlamentario Hermann Tertsch y ha
sido coordinado por el escritor y periodista Pedro Fernández Barbadillo.
Además de los tres citados, participan, con distintas aportaciones
correspondientes a aspectos específicos de la "memoria histórica" y
su manipulación, Francisco José Contreras, Stanley G. Payne, Fernando Sánchez Dragó, Pedro Carlos González Cuevas, Alfonso Ussía, Jesús Laínz, Luis E. Togores, Miguel Platón, Javier Barraycoa, Alberto Bárcena, José Manuel Otero Novas y Jesús Palacios.
El libro se ha publicado en papel en edición sin distribución
comercial, y está siendo remitido a todos los diputados y senadores y parlamentarios autonómicos que
forman parte de las diferentes comisiones de la "memoria histórica" o
"memoria democrática" constituidas en las diferentes
instituciones representativas españolas. Puede descargarse gratuita y legalmente en formato PDF pinchando en este
enlace.
Las cifras del genocidio
Ángel David Martín Rubio sostiene que la persecución religiosa en
España remonta en sus
orígenes a la misma proclamación de la República, el 14 de abril de 1931,
"cuando llegó al poder una coalición que coincidía en considerar
a la religión como un obstáculo al progreso y un instrumento del régimen
derrocado".
Pero fue sobre todo en los diez primeros meses de la guerra (de julio de 1936 a abril
de 1937) cuando la zona bajo control del Frente Popular vivió una auténtica
devastación religiosa: además de las vejaciones y muertes físicas, "se
impidieron las manifestaciones externas del culto y se profanaron con
incendios y saqueos miles de edificios eclesiásticos, provocando ingentes e
irreparables daños en el patrimonio
artístico".
Esta persecución enlaza directamente con las vividas en Rusia y México y se
alimentó de dos fuentes, "el
laicismo sectario vinculado al liberalismo y el ateísmo propugnado por
el socialismo marxista". Aunque el protagonismo inicial fue
compartido por radicales, socialistas,
comunistas y anarquistas, "la propia evolución política de la
República y de la España en guerra iba a provocar", afirma Martín
Rubio, "la marginación de los republicanos y la persecución directa a los
anarquistas, desembocando en el protagonismo decisivo de las
organizaciones marxistas de inspiración soviética":
"De aquí que en el magisterio episcopal y pontificio se
caracterice lo ocurrido en España como una persecución causada por el comunismo".
El número de víctimas mortales de esa persecución entre el
estamento religioso está bastante asentado desde 1961, con el estudio de Antonio Montero Moreno, años
después arzobispo de Mérida-Badajoz: 4184 víctimas del clero secular
(incluyendo a doce obispos, el administrador apostólico de la
Diócesis de Orihuela y un centenar de seminaristas), 2365 religiosos y 283
religiosas, es decir, un total de 6832, "cifra comúnmente aceptada".
Dos datos entre los citados por Martín Rubio avalan la
consideración de estas matanzas como genocidio. En la diócesis de Barbastro
(Huesca) fue exterminado
el 88% del clero, y en el mes de julio de 1936, esto es, en solo 14 días de
guerra, en el conjunto de España ha habían sido martirizados 733 religiosos. El
ritmo prosiguió en agosto, 1650 muertos (una media de 53 por día), entre ellos 9 de los 12 obispos
mártires.
Porcentaje
de asesinados del clero secular, por diócesis con más de veinte víctimas. Los
porcentajes son mayores en las regiones que más tiempo permanecieron bajo
control del gobierno frentepopulista: Madrid, Cataluña y Levante, que lo
estuvieron hasta el final de la guerra.
Cuando el 1 de julio de 1937 los obispos españoles publicaron su
célebre Carta
Colectiva dirigida "al mundo entero" ya se habían producido el 95% de
los asesinatos con fecha conocida, lo que da idea de la intensidad de la
matanza.
A partir de diciembre de 1936 y de los primeros meses de 1937
había habido un descenso progresivo del número de víctimas; y
desde mayo de ese mismo año y hasta el final de la guerra las cifras van
siendo más reducidas: "En todo caso, entre junio de 1937 y marzo de 1939 hemos documentado un
centenar de muertes ocasionadas muchas veces entre eclesiásticos
movilizados forzosamente y asesinados durante su estancia en los frentes o
entre presos ejecutados por el Ejército Popular en retirada".
"También cabe referirse aquí", añade el autor, "a
varios sacerdotes hechos
prisioneros en las ofensivas sobre Zaragoza (de agosto a septiembre de
1937) y Teruel (diciembre de 1937 a enero de 1938)". Es
decir, en las pocas ocasiones en las que el bando frentepopulista logró
recuperar terreno al bando nacional, la fobia homicida antirreligiosa (que en
su propia retaguardia ya era casi imposible, por estar muertas, huidas o
escondidas todas sus potenciales víctimas) se puso instantáneamente en
funcionamiento.
Un odio a la fe de raíz
marxista
La naturaleza específicamente antirreligiosa de estas matanzas se
deduce también del hecho de que muchas torturas y vejaciones que padecieron
algunos de los mártires se dirigían exclusivamente a "arrancarles blasfemias".
En cuanto a daños materiales, la inmensa mayoría de los edificios
destinados al culto fueron convertidos en cárceles, casas del pueblo, almacenes
o garajes, y su contenido
saqueado y quemado "entre escenas sacrílegas, burlas,
profanaciones, parodias de las ceremonias religiosas y realización de hechos
incalificables" con las imágenes, los cadáveres enterrados y el Santísimo Sacramento donde
no había podido ser "consumido con reverencia" antes de la entrada de
los milicianos.
Como ejemplos más sangrantes, Ángel David Martín Rubio cita el
caso del Monumento al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, dinamitado; la iglesia arciprestal de
Santa María, en Castellón de la Plana, que estaba calificada como Monumento Nacional y fue
quemada y demolida; o el Tesoro
de la catedral de Toledo, incautado por orden del presidente del Gobierno, José Giral, y salvado in
extremis al conquistar la ciudad las tropas nacionales, aunque
para entonces ya habían desaparecido "objetos notables".
"La situación de hecho de la Iglesia y los católicos, a
partir de 1931, pero especialmente desde 1936, fue de acoso y persecución abierta", concluye Martín
Rubio, decidida por sus autores en virtud de "sus propios presupuestos marxistas,
en los que la religión constituía un elemento alienante que había que
destruir, como trataron de hacer en Rusia y luego en las naciones
conquistadas por el Ejército Rojo de Stalin, como Polonia, Rumanía,
Lituania, Letonia, Croacia, Eslovaquia, Hungría o Bulgaria".
Carmelo López-Arias
Fuente: ReL