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| Él Papa Francisco celebra la Misa. Foto: Captura de Youtube |
En su homilía, el Papa se centró
en el episodio evangélico de la presentación de Jesús en el Templo y, en
concreto, en la figura de Simeón que, como escribe San Lucas, “esperaba el
consuelo de Israel”.
El Papa señaló que Simeón, cuando
se encuentra con la Sagrada Familia y toma a Jesús en sus brazos, “es un hombre
ya anciano quien reconoce en el Niño la luz que venía a iluminar a las
naciones, que ha esperado con paciencia el cumplimiento de las promesas del
Señor”.
Para el Papa, “la paciencia de
Simeón es reflejo de la paciencia de Dios”, e insistió en que la razón de la
esperanza cristiana es que “Dios nos espera sin cansarse nunca”.
“Fijémonos en la paciencia de
Dios y la de Simeón para nuestra vida consagrada. Y preguntémonos: ¿qué es la
paciencia? No es una mera tolerancia de las dificultades o una resistencia
fatalista a la adversidad. La paciencia no es un signo de debilidad: es la
fortaleza de espíritu que nos hace capaces de ‘llevar el peso’ de los problemas
personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace
perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en
movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan”, explicó el Pontífice.
En ese sentido, el Papa Francisco
señaló tres “lugares” “en los que la paciencia toma forma concreta”.
“La primera es nuestra vida
personal. Un día respondimos a la llamada del Señor y, con entusiasmo y
generosidad, nos entregamos a Él”.
En ese camino, “junto con las
consolaciones, también hemos recibido decepciones y frustraciones. A veces, el
entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con los resultados que
esperábamos, nuestra siembra no parece producir el fruto adecuado, el fervor de
la oración se debilita y ya no somos inmunes a la sequedad espiritual”.
Como consecuencia, “puede
ocurrir, en nuestra vida de consagrados, que la esperanza se desgaste por las
expectativas defraudadas”.
Frente a esa desesperanza, el
Papa señaló que “debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con
confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Recordar
esto nos permite replantear nuestros caminos y revigorizar nuestros sueños, sin
ceder a la tristeza interior y al desencanto”.
En ese contexto, advirtió que “la
tristeza interior en nosotros consagrados es un gusano que nos come desde
dentro. Huid de la tristeza interior”.
El segundo lugar “donde la
paciencia se concreta es en la vida comunitaria. Las relaciones humanas,
especialmente cuando se trata de compartir un proyecto de vida y una actividad
apostólica, no siempre son pacíficas”.
“A veces surgen conflictos y no
podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la
persona o a la situación: hay que saber guardar las distancias, intentar no
perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad”.
El Pontífice insistió en que “en
nuestras comunidades necesitamos esta paciencia mutua: soportar, es decir,
llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus
debilidades y defectos. Recordemos esto: el Señor no nos llama a ser solistas,
sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe
intentar cantar unido”.
Por último, el tercer lugar, “la
paciencia ante el mundo. Simeón y Ana cultivaron en sus corazones la esperanza
anunciada por los profetas, aunque tarde en hacerse realidad y crezca
lentamente en medio de las infidelidades y las ruinas del mundo. No se
lamentaron de todo aquello que no funcionaba, sino que con paciencia esperaron
la luz en la oscuridad de la historia”.
“Necesitamos esta paciencia para
no quedarnos prisioneros de la queja: ‘el mundo ya no nos escucha’, ‘no tenemos
más vocaciones’, ‘vivimos tiempos difíciles...’. A veces sucede que oponemos a
la paciencia con la que Dios trabaja el terreno de la historia y de nuestros
corazones la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato. Y así perdemos
la esperanza”.
Afirmó que “la paciencia nos
ayuda a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y al mundo con
misericordia. Podemos preguntarnos: ¿acogemos la paciencia del Espíritu en
nuestra vida? En nuestras comunidades, ¿nos cargamos los unos a los otros sobre
los hombros y mostramos la alegría de la vida fraterna?”.
“Y hacia el mundo, ¿realizamos
nuestro servicio con paciencia o juzgamos con dureza? Son retos para nuestra
vida consagrada: no podemos quedarnos en la nostalgia del pasado ni limitarnos
a repetir lo mismo de siempre. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de
explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere”.
Finalmente, invitó a contemplar
“la paciencia de Dios, e imploremos la paciencia confiada de Simeón, para que
también nuestros ojos vean la luz de la salvación y la lleven al mundo entero”.
El Papa recomienda sentido del
humor
Antes de concluir la Misa, el
Pontífice pronunció unas palabras de despedida y agradecimiento en las que
ofreció dos consejos para mejorar la vida en la comunidad. Por un lado,
recomendó “huir de las habladurías”.
En ese sentido, contó una
anécdota: “Una joven religiosa que acababa de entrar en el noviciado, estaba
feliz, y encontró a una religiosa anciana, buena, santa. ‘¿Y cómo estás?’”, le
preguntó la anciana. “‘Esto es el paraíso, madre’, le responde la joven”. La
respuesta de la anciana: “‘Espera un poco, está el purgatorio’. En la vida
consagrada, en la vida de comunidad hay un purgatorio, pero hace falta paciencia
para sacarlo adelante”.
Por ello, el Papa insistió en que
“lo que mata la vida comunitaria son las habladurías. No habléis mal de los
demás. ‘Pero no es fácil, padre, porque a veces te viene del corazón’. ‘Sí, te
viene del corazón, como la envidia y tantos pecados capitales que tenemos
dentro’. Huid. ‘Pero, diga, padre ¿no habrá alguna medicina?’. ‘La oración, la
piedad…’”.
Además, propuso otra “medicina
que es muy de casa: muérdete la lengua. Antes de hablar de los demás, muérdete
la lengua. Así se inflará la lengua, te ocupará la boca y no podrás hablar mal.
Por favor, huid de las habladurías que destruyen la comunidad”.
La segunda recomendación que hizo
el Papa es “no perder el sentido del humor”. “En la vida comunitaria hay muchas
cosas que no van bien”. “Siempre tenemos cosas que no nos gustan. No perdáis el
sentido del humor, por favor. Eso nos ayuda mucho”.
Por último, invitó a tener
paciencia ante los inconvenientes causados por las medidas contra el
coronavirus: “Este COVID nos arrincona, pero llevemos esto con paciencia.
Necesitamos paciencia, y seguir ofreciendo al Señor nuestra vida”.
Fuente: ACI Prensa






