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Mientras tanto
sufro cuando no soy feliz. Y recuerdo una frase que escuché hace poco:
«¿Quién te ha dicho que tienes derecho a ser
feliz?».
No tengo
derecho a ser feliz. Y en la vida habrá muchos momentos de infelicidad. Como
leía el otro día:
«A cada uno le tocaba su ración de desgracia y de
felicidad sin haber tenido nunca intención de participar en la rifa«.
La felicidad no
es un estado aquí en este camino de barro. Son más bien momentos que llegan y
se escapan y me dejan a veces satisfecho y otras veces anhelando un cielo aún
lejano.
Deseo…
Deseo que todas las piezas
de mi vida encajen. Que todos aquellos a los que amo sean felices. Y todas las
empresas que emprendo lleven a buen fin.
Que reciba el eco
necesario para levantar mi ánimo y mi autoestima. Sepa acoger con alegría los
contratiempos del camino. Y aprenda a vivir la vida que me toca sin desear una
diferente.
Y que alguien me
recuerde en cada momento cuánto valgo para que no me olvide al escuchar
desaires. Que sea feliz con lo poco que tengo sin necesitar nada extra. Y
aprenda a valorar los regalos del día, que no son derechos, sino dones
inmerecidos.
Que mire mi vida
como un regalo magnífico sin pretender compararla con otras vidas. Sepa
levantarme después de la caída y olvidar el momento de tristeza ya pasado y no
quedarme apegado a los fracasos.
Mirando adelante
Lo que ya fue lo
dejo ir. Lo que pasó, lo dejo atrás. No me quedo llorando por la leche
derramada, por la oportunidad perdida. Pienso en positivo, miro hacia delante.
Aprendo a valorar
los pequeños pasos que doy. No escatimo el esfuerzo, no dejo de luchar, porque
la vida es corta y sólo es una. Siempre
puedo elegir cómo vivir todo lo que me sucede.
La actitud es lo
importante. La manera cómo interpreto la realidad y la acepto con un corazón
alegre y lleno de entusiasmo y fuerza.
La insatisfacción
no cuenta tanto. Es constatar que mi
corazón está hecho para el cielo y nada de la tierra logra llenarlo por
completo. Y las heridas o dolores son grietas en el alma por las que puede
acabar entrando la luz de la esperanza.
El desánimo es
una enfermedad que se me pega a la piel y me quita las fuerzas para seguir
luchando. No me gusta sentirme desanimado porque eso me hace menos capaz de
amar y dar la vida.
Y no dejo a un
lado mis sueños, es imposible, son fundamentales para seguir amando. Ni
desfallezco. No me echo atrás por miedo. La audacia es el mejor antídoto para la desesperación.
Siempre
puede haber una nueva oportunidad. Lo que ahora no funciona no tiene por qué
ser siempre así. Podrá haber momentos mejores y en todos no voy a estar solo,
Dios no se baja de mi vida. Me sostiene y da un nuevo empuje en cada ocasión.
Felicidad: no un derecho, sino una oportunidad
No tengo
derecho a ser feliz, nadie me lo ha prometido. Pero sí tengo en mi mano la
oportunidad para serlo. Y no va a depender de que se alineen todos los astros en mi
favor. Llevo dentro la llave para abrir la puerta de la esperanza. Decía Albert
Espinosa:
«Si sólo te fijas en los problemas, te perderás la
belleza del mundo que te rodea. Esa era la base de la felicidad».
Importa
la fe del que ve más allá de lo que ahora duele. Una derrota nunca es el
final. Y después de la
muerte hay una vida que colmará todos mis miedos presentes.
Pero ahora, en medio de mi camino, elijo ser
feliz, vivir con paz, convencido de que Dios me necesita y
le hago falta. Mi vida
es útil, no es indiferente.
Lo que yo no
entregue nadie podrá darlo. Porque es
mi forma de hacer las cosas, el color de mis actos, la melodía de mi vida la
que faltará si yo no me entrego.
No desisto en mi
lucha por vivir con una sonrisa. A la pregunta que algunos me hacen me quedo
pensando:
«¿Eres feliz?».
Sí, soy feliz
Y sí, tengo mis
momentos. En los que pienso que este es el mejor lugar, son las mejores
personas con las que me toca caminar, o es lo mejor que puedo estar haciendo. Y
acierto, porque es así.
Y habrá momentos
de desánimo, de vacío o de tristeza. No son los más importantes, sin duda. Pero
aparecen y los aparto de un manotazo para que no me molesten. Para que no me
aten al pasado herido o me hagan sentir que no vale la pena la lucha. Porque no
es cierto.
No tengo derecho
a ser feliz, pero sí tengo la oportunidad de serlo. Esa oportunidad se presenta
en mi ventana cada mañana con un sol radiante desde montes inmensos que me
contemplan.
Y yo vuelvo a mi
rutina con el corazón radiante. Soy
feliz haciendo lo que Él me pide. Y acabando cada día cansado en su regazo. Y
soñando con los cielos que se dibujan en mi alma.
Sé que puedo
sonreír para hacer reír al resto. Merece la pena vivir con un sentido. Lo que
yo no haga, diga o sienta, nadie más podrá hacerlo en mi lugar. Es mi manera, mi sueño, mi vida la que es
semilla de esperanza en esta tierra.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






