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Antoine Mekary | ALETEIA | I.MEDIA |
Cuarenta días después de la
Navidad, la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo conmemora este
acontecimiento. Jesús es ofrecido a Dios por sus padres. Ese
día, el Mesías fue también al encuentro de los creyentes.
Por boca del viejo Simeón, a
quien inspira el Espíritu Santo, es revelada la “luz para iluminar a las
naciones”. Y a través de sus palabras proféticas, el anciano anuncia la
ofrenda plenaria de Jesús a su Padre en la cruz y su victoria final sobre la
muerte (Lc 2, 32-35).
Entrega
total a Dios
Así, la Presentación de Jesús en
el Templo es un elocuente icono del total don de sí a Dios para
todos los que, por la observación de los consejos evangélicos, están llamados a
reproducir en la Iglesia y en el mundo “los rasgos característicos de
Jesús: virgen, pobre y obediente” (san Juan Pablo II, Exhortación apostólica sobre la
vida consagrada).
Y la Virgen María que ofrece el
Niño a Dios expresa muy bien la actitud de la Iglesia que continúa ofreciendo a
sus hijos e hijas al Padre. Así los asocia al único sacrificio de Cristo, causa
y modelo de toda consagración en la Iglesia.
La profetisa Ana que, como
Simeón, esperaba al Mesías y velaba en el Templo. De la misma forma, la primera
vocación de quien sigue a Cristo con un corazón indiviso es estar en comunión
con él. Esto se hace escuchando su palabra y alabando a Dios con humildad y
constancia.
Su vida encontrará entonces un
eco profundo en el corazón de los hombres. También, san Juan Pablo II deseará “que
la celebración de la Jornada de la vida consagrada reúna a las personas
consagradas junto a los otros fieles para cantar con la Virgen María las
maravillas que el Señor realiza en tantos hijos e hijas suyos” (san Juan
Pablo II, Mensaje para la primera Jornada de la vida consagrada, 1997).
Además, quiere que esta fiesta
manifieste a todos que la vocación de pueblo santo de Dios es estar consagrado por
completo a Él.
¿Por qué una Jornada de la Vida Consagrada?
San Juan Pablo II veía en esta
fiesta al menos un triple objetivo:
1. Alabar
y dar gracias
“En primer lugar, responde a la
íntima necesidad de alabar más solemnemente al Señor y darle gracias por el
gran don de la vida consagrada” (san Juan Pablo II, Mensaje para la primera Jornada de la vida
consagrada, 1997).
Jesús, en su obediencia y su
consagración al Padre, nos dice cuánto está Dios con nosotros. Pues igual las
personas consagradas. Porque a través de su plena pertenencia al Señor único,
su forma de vivir y de obrar y su entrega hacia los hombres, son un
signo elocuente y un anuncio fuerte de la presencia de Dios hoy en el mundo.
“Este es el primer servicio que la vida consagrada
presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas
que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia”, subrayaba Benedicto XVI el 2 de febrero
de 2006.
2.
Promover y apreciar la vida consagrada
“En segundo lugar, esta Jornada tiene como finalidad
promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida
consagrada, desde obispos a sacerdotes, desde laicos a personas consagradas
ellas mismas”. Lo
explicaba san Juan Pablo II en 1997 en la primera Jornada de la Vida
Consagrada.
San Juan Pablo II explicó también
a los consagrados el 2 de febrero de 2000:
“El testimonio escatológico pertenece a la esencia de vuestra
vocación. Los votos de pobreza, obediencia y castidad por el reino de Dios
constituyen un mensaje que comunicáis al mundo sobre el destino definitivo del
hombre. Es un mensaje valioso: ‘Quien espera vigilante el cumplimiento de las
promesas de Cristo es capaz de infundir también esperanza entre sus hermanos y
hermanas, con frecuencia desconfiados y pesimistas respecto al futuro’ (Vita consecrata, 27)”.
Y añade:
“[La vida consagrada] es, por tanto, especial y viva memoria de su
ser de Hijo que hace del Padre su único Amor —he aquí su virginidad—, que
encuentra en Él su exclusiva riqueza —he aquí su pobreza— y tiene en la
voluntad del Padre el ‘alimento’ del cual se nutre (cfr. Jn 4,34) —he aquí su obediencia—.
Esta forma de vida abrazada por Cristo y actuada particularmente por las
personas consagradas, es de gran importancia para la Iglesia, llamada en cada
uno de sus miembros a vivir la misma tensión hacia el Todo de Dios, siguiendo a
Cristo con la luz y con la fuerza del Espíritu Santo. La vida de especial
consagración, en sus múltiples expresiones, está así al servicio de la
consagración bautismal de todos los fieles. Al contemplar el don de la vida
consagrada, la Iglesia contempla su íntima vocación de pertenecer sólo a su
Señor, deseosa de ser a sus ojos ‘sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino
santa e inmaculada’ (Ef 5,27). Se
comprende así, pues, la oportunidad de una adecuada Jornada que ayude a que la
doctrina sobre la vida consagrada sea más amplia y profundamente meditada y
asimilada por todos los miembros del pueblo de Dios”.
3.
Celebrar la vida consagrada
El tercer motivo, según explica san
Juan Pablo II en la primera Jornada de la Vida Consagrada, concierne a las
personas ya consagradas.
Ellas están “invitadas a celebrar juntas y solemnemente las
maravillas que el Señor ha realizado en ellas, para descubrir con más límpida
mirada de fe los rayos de la divina belleza derramados por el Espíritu en su
género de vida y para hacer más viva la conciencia de su insustituible misión
en la Iglesia y en el mundo”.
¿Misioneros en un convento?
El mundo actual está marcado por
compromisos y distracciones, por deberes absorbentes y realidades cautivadoras.
En él, esta Jornada contribuye a mostrar con más intensidad y urgencia la
responsabilidad que tienen los consagrados de encarnar con alegría y serenidad
la vida y el mensaje del Hijo de Dios.
Así, anuncian, en las situaciones
más diversas, que el Señor es para el hombre el amor verdadero, la riqueza
verdadera, el camino de realización más seguro.
Una vida consagrada llena
de alegría y de Espíritu Santo en los caminos de la misión. Este es el mayor
servicio prestado
al hombre de hoy día. Y su enseñanza principal que subyace y fundamenta todas
las misiones específicas a los diversos carismas es esta:
“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan (…), o si escuchan a los que enseñan, es
porque dan testimonio” (san Pablo VI, Exhortación apostólica sobre
la evangelización en el mundo contemporáneo, 1975, n.º 41).
Una gran
aportación a la Iglesia
Para san Juan Pablo II, la
institución de esta Jornada en la fiesta de la Presentación del Señor en el
Templo aportaba, por tanto, un apoyo a la misión de la Iglesia.
Primero, a la misión en el mundo,
para que quienes aún no han conocido a Cristo puedan acercarse a Él a través de
esas personas que por la entrega total de sí mismas dan testimonio de que
Cristo es el Hijo unigénito, el Enviado del Padre.
El Papa subrayaba que la nueva
evangelización se hace posible y eficaz gracias a personas que, primero
autoevangelizadas, “pueden presentar el Evangelio en su plenitud y
mostrar el rostro maternal de la Iglesia, sirvienta de los hombres y
las mujeres de nuestro tiempo”.
También se aseguraba de aportar
así un apoyo concreto a la pastoral de las Iglesias locales, como decía el Papa
en 1997:
“Confío que esta ‘Jornada’ de oración y de reflexión ayude a las
Iglesias particulares a valorizar cada vez más el don de la vida consagrada y a
confrontarse con su mensaje, para encontrar el justo y fecundo equilibrio entre
acción y contemplación, entre oración y caridad, entre compromiso en la
historia y tensión escatológica. La Virgen María, que tuvo el gran privilegio
de presentar al Padre a Jesucristo, su Hijo Unigénito, como oblación pura y
santa, nos alcance estar constantemente abiertos y receptivos a las grandes
obras que Él mismo no cesa de realizar para el bien de la Iglesia y de la
humanidad entera”.
La oración de Benedicto XVI para las personas consagradas
Benedicto XVI, el 2 de febrero de
2006, formulaba esta oración y se dirigía a las personas consagradas:
Amén.
Por Marie-Christine Lafon
Fuente: Edifa