Cristianismo y Política: Las preguntas que todo cristiano se hace a la hora de ir a las urnas. ¿Y ahora qué hago?
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Nicole Glass Photography | Shutterstock |
Son preguntas que nos hacemos antes de cada proceso
electoral y a las que habría que añadir algunas otras como: ¿puede un católico
votar a un partido que demoniza o discrimina a los inmigrantes? ¿Y a uno que
rechaza un sistema fiscal progresivo y justo que sirva para ayudar a quienes
más lo necesitan?
Surgen distintos partidos políticos
Lo que nos llama la atención es que la mayor parte de
estos nuevos partidos tienen un perfil populista y reaccionario, muy escorado
hacia la derecha. ¿Es este el lugar adecuado para los cristianos?
Historia europea de las democracias
Tras la II Guerra Mundial muchos países con una
democracia avanzada, sobre todo en Europa, vieron asentarse dos posiciones
políticas que acabarían por repartirse casi toda la influencia social en las
siguientes décadas.
Por un lado estaban los socialdemócratas, que
abandonarían enseguida su filocomunismo para aceptar a la vez la democracia y
el capitalismo. En el otro encontramos a los demócrata-cristianos, católicos o
protestantes, que consiguieron abrazar buena parte de las sensibilidades que
existían en el pueblo fiel.
Durante el crecimiento económico conocido como los
«Gloriosos Treinta Años» ambos partidos, gobernando los unos o los otros y a
veces en coalición, fueron capaces de construir el llamado Estado del
Bienestar: un gigantesco sistema de ayudas al desempleo, jubilación, seguro de
salud universal y educación pública garantizada que ha supuesto el mayor avance
social de la historia de la humanidad.
No fue un camino exento de dificultades. Tenían tres
contrincantes poderosos. Primero los liberales, que criticaban el modelo (y sus
excesos, que los hubo) por resultar caro e ineficaz. Cuando la bonanza
económica sufrió un frenazo brusco —con el alza de los precios del petróleo—
algunos de sus rostros más conocidos, como Margaret Tatcher (Primera Ministra
del Reino Unido entre 1979 y 1990), aprovecharon para destruir buena parte de los
que con tanto esfuerza se había puesto en pie años atrás.
En segundo lugar estaban los comunistas, que poco a
poco dejarían de lado su servil dependencia de Moscú para dar lugar al llamado
«Eurocomunismo», una especie de socialdemocracia cabreada con mayores
exigencias y aspavientos.
Por último encontramos a la extrema derecha, que
reunía ideologías dispares como el nacionalismo radical, la nostalgia de la
barbarie nazi o el populismo mitinero y ramplón.
Nacimiento de la democracia-cristiana
La democracia-cristiana tomó su ideario sobre todo de
dos grandes pensadores franceses del siglo XX: Jacques Maritain, modernizador
del tomismo y prolífico escritor, y Emmanuel Mounier, un espíritu sutil con una
gran sensibilidad social y cercanía a las clases trabajadoras.
Se reunieron la tradición renovada desde la conciencia
democrática, la Doctrina Social de la Iglesia y el deseo de construir un mundo
más humano en el que la persona y su dignidad tuvieran el lugar central que
merecen.
Es cierto que los círculos demócrata-cristianos no
siempre guardaron la coherencia debida, pero también lo es que no se puede
esperar mucho más de hombres de carne y hueso que pretenden honrar en la
política unos ideales tan elevados.
Lo que sí debemos decir es que aquellos grandes
líderes católicos destacaron por su amplitud de miras, su capacidad de diálogo,
su respeto por los rivales y su moderación. Nombres como Robert Schuman y
Alcide De Gasperi, ambos en proceso de beatificación, o Konrad Adenauer —los
tres considerados «Padres de la Unión Europea»—; el chileno Eduardo Frei
Montalva (que se opuso a Salvador Allende y posteriormente a Pinochet); o
Rafael Caldera en Venezuela, nos hablan de hombres que, con sus luces y sus
sombras, intentaron construir una cultura de entendimiento, justicia y
desarrollo.
¿Dónde está la Doctrina Social de la Iglesia?
En la actualidad corren tiempos difíciles para la
política cristiana. Los creyentes hemos dejado la Doctrina Social de la Iglesia
en el cajón de los recuerdos (en una biblioteca alemana solo pude encontrarla
dentro de la sección de «Ciencia Ficción») y no se conoce diríamos casi que en
absoluto.
A la vez, en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica
nacen movimientos extremistas que, aunque estén alejados de la Iglesia y su
visión sobre la humanidad, adoptan poses y maneras beatas para atraer a los
creyentes que están menos acostumbrados a lidiar con las artes del maquillaje
político.
Estos partidos, muchos recientes (es el caso de
España) y otros intentando ahora mismo salir a la luz (en países como México),
tienen como argumento básico la llamada a la reacción en contra de los
populismos de izquierdas y acusar a los conservadores más sensatos y moderados
de ser excesivamente tibios.
La cuestión que debemos hacernos es si resulta sensato
que los católicos apoyemos ideologías orientadas al enfrentamiento que ponen en
riesgo incluso la paz social.
El camino que nos señala el Papa Francisco
Desde luego este no es el camino que nos señala el
Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti,
donde nos anima a la búsqueda de «una fraternidad abierta, que permite
reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más
allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.» (punto 1).
Esta fraternidad no es una idea «buenista» y
romántica, como percibe cualquiera que lea el primer capítulo de la Encíclica,
con su descripción de los retos y contrariedades de nuestro mundo.
De hecho la democracia, y en general las sociedades
humanas, son espacios de conflicto, de inevitable conflicto, pero incluso en
este difícil terreno los cristianos podemos ver un poco más allá, si es que
queremos y con la ayuda de Dios.
Así podemos darnos cuenta de que, por seguir de nuevo
las palabras del Papa, «el tiempo es superior al espacio» o, dicho de otra
manera, la dificultad de los problemas no nos debe hacer olvidar el horizonte
de convivencia que buscamos, en el que la «unidad es superior al conflicto».
Ciertamente no vamos a ser capaces de construir el
Paraíso en la Tierra, ni hemos de pretenderlo. Lo que se nos ha pedido es amar
al prójimo, y para conseguirlo basta con que nos demos cuenta de que el otro,
tal vez con sus puntos de vista tan distintos a los nuestros, no se sienta
delante de nosotros para fastidiarnos sino que también desea, con su pequeño
pedazo de verdad, equivocado o no, construir un mejor mundo para todos.
Marcelo López Cambronero
Fuente: Aleteia