Para Jesús fue Betania, el hogar donde amigos que lo amaban lo acogieron y le dieron reposo, ¿y tú en quién encuentras el cielo en la tierra?
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| Ivanko80 | Shutterstock |
Allí pasó Jesús sus últimas noches en
la tierra antes de ser apresado y condenado a muerte. Betania tiene mucho de
hogar para Jesús.
Allí Marta, María y Lázaro lo esperan siempre para compartir la
vida y los sueños. Es ese jardín que ahora uno puede visitar junto a la casa de
la familia.
Allí tuvieron lugar muchos encuentros, se pronunciaron muchas
palabras, hubo muchas oraciones. Jesús tuvo un lugar concreto en la tierra
en el que descansar.
Fue Betania su hogar, esa casa en la que poder pasar las horas y
sentirse acogido por aquellos que lo amaban, aquellos a los que Él amaba.
Mucho rechazo pero también acogida
No siempre se sintió amado Jesús en su paso por la tierra. Muchos
lo despreciaron y llegaron a odiarlo. Eso es verdad. Muchos
quisieron su mal y planearon su muerte. No por las obras buenas que hizo,
sino por decir que era hijo de Dios y por su pretensión de querer cambiar las
cosas.
Porque cuando uno está feliz con la
vida que lleva, con su poder, con su bienestar, con su vida aparentemente
lograda, no quiere que nadie la desestabilice.
Y Jesús, con sus palabras, con sus obras, con sus silencios, con
su amor, vino a poner el mundo en jaque. Y entonces tuvieron miedo. ¡Qué bien
comprendo sus miedos!
El miedo al cambio, a perder la seguridad, el bienestar, el cargo,
el amor, el poder. El miedo a que cuestionen mi forma de vivir, cuando no me
quedan fuerzas para inventarme algo nuevo. A no ser capaz de enfrentar algo
diferente a lo que ahora vivo.
Pero hubo un lugar físico, una familia, una tierra que siempre lo
recibió con alegría. No quiso matarlo, todo lo contrario, lo
defendieron con su vida, inútilmente.
Compartir el presente
Allí Jesús comió con sus amigos, habló de sus sueños, dejó
palabras de vida, resucitó a Lázaro cuando este cayó enfermo y murió.
Allí durmió cada noche antes de su última noche cuando fue
arrestado y la pasó bajo la tierra atado en una cisterna profunda, esperando su
condena.
Pero antes compartió el presente, que es lo único que uno puede
compartir con sus amigos. Allí soñó con un mundo distinto, ese
que comienza en el corazón de cada hombre y no se logra con grandes discursos,
sino con una amistad fiel y concreta.
En Betania Jesús pudo ser Él mismo y sus amigos se sintieron
amados: «Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro».
Me quiero sentir profundamente amado por Jesús. Como ellos. Ese amor tan
grande cambió sus vidas. Y ellos sirvieron a Jesús, lo escucharon, lo amaron,
rompieron el frasco sellado de su perfume y lo derramaron a sus pies.
Amigos de corazón
Parecía excesivo, pero en realidad uno nunca ama demasiado a
alguien. El
amor nunca es excesivo. Puedo hacer otras cosas superando
los límites, pero en el amor no hay límites. Hay límites en la paciencia, en la
exigencia, en las súplicas. Pero no en el amor.
Romper lo más valioso que tengo para expresar mi amor no es un
exceso. Es simplemente mi forma de amar, de abrazar, de sostener a quien amo.
Y Jesús fue amado de una forma única en Betania. Tal
vez allí tampoco lo comprendieron del todo. Y no supieron bien qué compartía
con ellos y cómo era su reino.
Como los doce apóstoles, los tres hermanos, discípulos también,
tenían cegada la mente pero muy abierto el corazón. Amaban a Jesús sin
comprenderlo del todo, sin pretender retenerlo en sus límites, sin
desear reducirlo a sus esquemas hechos de barro, hechos de mundo.
Y los sueños de Jesús dejaron poso en el alma de esa familia y todo
cambiaría para siempre.
Betania, reposo
Me gusta por eso ir a Betania. Allí las cosas tienen calma y paz, alegría
serena, esperanza. Sí, mucha esperanza. Y una confianza
ciega en el amor de Dios hecho carne, hecho gestos.
Me gusta ese hogar pequeño tan cerca del huerto de
los olivos donde todo se volvió noche, en un sí
desgarrador de Jesús, aquel jueves santo.
Pienso que mi vida pasa por ir a Betania muchas veces. Por
encontrarme allí con Jesús. Porque Él ha puesto en mi vida personas que
son Betania.
Son el recuerdo en la tierra del amor
de Dios. Son lugares en los que la vida sucede en presente y se juega en
el servicio y en la adoración humilde de Jesús que camina a mi lado.
Personas que acogen a Jesús en su corazón que es jardín y casa,
que es tierra sagrada. Y allí, en ese interior silencioso, suceden las mismas
escenas.
Jesús va a comer allí, se deja servir y ungir los pies, y resucita
a Lázaro haciendo que descorran la lápida que cubre todo lo que está muerto.
Ser un cielo
En esos corazones que son Betania me
encuentro con Jesús y me siento amado, como Marta, María y Lázaro. Y yo quiero
entonces ser también Betania para otros. Que puedan llegar
a mí como llegaba Jesús. Sin sentirse juzgados por mí, sin escuchar de mis
labios críticas y juicios.
Que en mi alma haya atmósfera de cielo como
en Betania. Y que en mí los sueños tengan fuerza y mi capacidad de amar no
conozca límites. Que en mi alma, en mi Betania interior, pueda ser yo mismo y
ellos también, sin tener que cambiar para que a mí me gusten.
Vuelvo a Betania cada noche en esta Cuaresma. Para tomar fuerzas,
para dejarme cambiar por las palabras de Jesús que resuenan en el jardín.
Y saber que Jesús llega a hasta mí de nuevo para echar raíces en
mi interior. Y sembrar paz, y sofocar mis miedos. En Betania me hago niño
amado, dócil y sensible, y comprendo lo grande que es la vida que Dios
me regala.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente: Aleteia






