San Francisco decía que la pobreza es una virtud real. ¿Y si te hicieras pobre durante la Cuaresma? Pero cuidado, ¡no confundas la pobreza con la miseria!
“No se puede
servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).
Estas palabras de Jesús nunca fueron tan pertinentes como hoy en día, en una
época en la que el consumismo ha elevado el dinero al rango de divinidad.
Basta con recordar
cuántos templos del dinero –los supermercados– reciben a sus fieles sobre todo
en determinadas fechas. También podemos pensar en las Bolsas de capitales
económicas que lo han sometido todo al imperio del dinero.
El dinero
participa en primer lugar de lo que san Juan Pablo II denominó la “estructura
de pecado” en la que está envuelto nuestro mundo. En cualquier caso, es obvio
que es una cuestión atemporal.
Y nos evoca el
voto de pobreza que todo cristiano está llamado a pronunciar. Los monjes y las
religiosas también nos lo recuerdan: la elección
radical de Dios es la elección de la pobreza. Pero cuidado: ¡pobreza no es
miseria!
Una hermosa
resolución de Cuaresma
La miseria es
sufrir por la falta de lo que es necesario. La pobreza es la elección de vivir únicamente de lo necesario
para que nadie quede perjudicado. San Basilio de Cesarea decía en
el siglo IV:
“Al hambriento pertenece el pan que tú te
guardas, al desnudo el abrigo que conservas en tu armario, al descalzo los
zapatos que se pudren en tu casa, a los necesitados el dinero que tú te
guardas. De forma que tú cometes tantas injusticias como personas existen a las
que podrías dar”.
La pobreza, por
tanto, no es la falta de dinero. Tampoco lo es no administrar las inimaginables
sumas de dinero que circulan por el mundo. Es además excelente que los
cristianos acepten estar dentro de esos peligrosos engranajes.
La cuestión está
en, para uno mismo como para los suyos, hacer
elección de pobreza, de forma que el dinero esté disponible a quienes lo
necesitan para que no vivan en la miseria.
Durante este
tiempo de Cuaresma, esta elección puede convertirse en una hermosa resolución a
seguir (y a continuar después de la Pascua). Pero cuidado, porque para ello no
bastan las buenas intenciones. Hay que hacer la elección de Dios, una elección
no negociable.
Por Père Alain Dumont
Fuente: Edifa






