¿Por qué hay jóvenes que deciden mantenerse castos y prepararse para el matrimonio sin ponerse a vivir juntos? Y ¿por qué esta elección constituye un testimonio esencial para muchas parejas del siglo XXI?
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En
un mundo sin Dios, los novios anuncian que su amor es un don de Dios. La
elección de esperar la boda para darse el uno al otro como esposos, es un
reconocimiento de que el amor conyugal no se vive a dos, sino a tres: los dos
esposos y Dios. Y es recibir a su cónyuge como un don de Dios. Los novios
esperan a estar casados para tomarse el uno al otro, para darse el uno al otro
porque quieren, en primer lugar, recibirse de parte de Dios. Saben ellos que su
amor no tiene solamente una dimensión horizontal, sino también una vertical que
viene de Dios y les conduce hacia Él.
Los novios quieren que la fiesta sea feliz
En un mundo que
lo quiere “todo, enseguida”, los novios testifican el valor de la espera. Lo
que se hace sin tiempo no durará mucho tiempo, afirma la sabiduría popular. Un
gran amor –el que sintoniza con para siempre- no se recibe “ya hecho”, como una
casa ya bien construida, en la cual solamente quedaría explorar las
habitaciones, mirando como se degradan poco a poco. Un gran amor es como una
casa en construcción y todos sabemos que la solidez de una casa depende
básicamente de sus cimientos. El noviazgo es el tiempo de los cimientos:
todavía no se ve la casa, todavía no es habitable, pero el trabajo que se está
realizando en ella es esencial. Cohabitar antes de la boda es, por el
contrario, construir una o dos habitaciones a toda prisa, para vivir en ellas
lo antes posible, sin tomar el tiempo de cimentar la casa.
En un mundo que
busca el placer, los novios desean el gozo. El placer es la fiesta del cuerpo.
El gozo es la fiesta del corazón, del alma. Es luminoso y contagioso. Y dura en
el tiempo. Fuera del matrimonio, las relaciones sexuales pueden ser muy
satisfactorias en el plano físico, pero deshumanizadas porque se reducen al
cuerpo, o más bien a la carne, porque el cuerpo es más que la carne. Mucho
placer, tal vez, pero ¿qué hay del gozo? Esta manera de deshumanizar la
sexualidad es una regresión, y en el plano espiritual, un pecado. Todos sabemos
que una fiesta no es forzosamente gozosa: hay fiestas tristes, fallidas. Así es
cuando el placer no es vivido en la unidad de la persona. Los novios quieren que
la fiesta sea gozosa.
En un mundo de
comunicación, los novios aspiran a la comunión
Los medios de
comunicación nunca han sido tan numerosos y tan potentes como en la actualidad.
Pero ¿de qué sirve comunicar, si la comunicación no conduce a la comunión? Se
puede vivir juntos e incluso hablarse, sin comunicar realmente, sin unirse al
otro. Restablecer una verdadera comunicación requiere tiempo, una cierta
distancia y mucho respeto. ¿Querer incluir demasiado rápidamente lo carnal, el
amor naciente no revela paradójicamente la pobreza de este amor? Las prisas, en
el campo sexual, pueden ser signo de pobreza de amor, de conversación, de
imaginación. Hay que controlarse mucho.
Por bien
expresada que esté, la palabra de la Iglesia sobre la grandeza del amor y de la
familia no será acogida por los hombres de nuestro tiempo si se queda solamente
en una palabra. La dinámica evangélica supone siempre la palabra acompañada de
gestos. Las gentes de hoy día necesitan más que nunca profetas: hombres y
mujeres que muestren de manera sencilla en su vida cotidiana que el sentido
cristiano del amor y de la familia, lejos de ser una amenaza para el desarrollo
humano, es al contrario cumplimiento y transfiguración. Los novios se cuentan,
sin lugar a dudas, entre los profetas que el mundo tanto necesita tanto.
Christine
Ponsard
Fuente: Edifa