Una alegría contagiosa por su conversión repentina y una llamada a servir

Pedro estuvo 20 años sin pisar una iglesia, ahora vive de día
y de noche por el Señor
Pedro
es un claro ejemplo de la felicidad que da Cristo. Este taxista de
Barcelona es un “ángel” durante el día para personas discapacitadas y de noche
para los sin techo. A todo el que se acerca le transmite el gozo y la alegría
de ser cristiano. Y lo hace con la Virgen y el Corazón de Cristo un hombre que
ha estado décadas sin pisar una iglesia.
Este barcelonés es el nuevo
protagonista de la serie de testimonios de “Contagiosos”, de Juan Manuel Cotelo. Y su testimonio reconforta y muestra cómo
Dios puede dar la vuelta por completo a la vida de una persona hasta
entregarla por los últimos de la sociedad.
Pedro es actualmente taxista en
Barcelona y su vida se centra en estos momentos en “servir a los demás”, tanto
en su trabajo como en su apostolado. Pero no siempre ha sido así.
La historia de la conversión de
Pedro se debe remontar a su boda, pero porque simplemente pisó una iglesia
después de dos décadas. Pero sin saberlo fue el primer paso para que su
vida cambiara.
Su
enamoramiento fue a primera vista. Vio en la calle a la que sería su mujer.
Quedó con ella y una semana después tenían fecha de boda. Por mera
tradición decidieron casarse por la Iglesia. Antes no pisaba un templo, después
tampoco.
Pero cuando llevaba dos semanas
casado, Pedro se despertó pronto y decidió dar un paseo por Barcelona con su
moto. Vio un bonito parque y se sentó en un banco. En frente había una
iglesia.
En ese momento, una persona le
tocó el hombro por la espalda. Era el misionero que le había dado el curso
prematrimonial. “’¿Qué haces aquí?’, me preguntó. Le expliqué que había dado un
paseo en moto y que esto era una casualidad”. Sin embargo, el sacerdote le
dijo que aquello no era “casualidad” sino “providencia”.
Pedro no sabía qué significaba
aquella palabra. “Estás aquí por una razón”, le contestó el
religioso, que le invitó a entrar en la iglesia y quedarse en la misa. Pedro no
quería, pero acabó sentado en el último banco.
“Empezó la misa y vi que el
padre hizo una señal y que me miraba. Yo intentaba esconderme… pero me dijo que
me acercara y me hizo leer”, recuerda Pedro.
Explica que “no podía leer y
entonces me vino a la mente un pensamiento de mi niñez de cómo rezaba y pedía a
Dios. Y con esa actitud de niño le dije: ‘¡Ayúdame, Señor!’”.
En aquel instante –añade Pedro- “sentí
un amor inmenso en el corazón. Felicidad, paz, gozo, alegría… Todo junto
con una potencia increíble”.
Tras leer volvió a su lugar y al
sentarse se inclinó, puso su frente en el banco delantero, y “ese amor fue
dejando una estela de paz que no olvidaré en la vida”. Y al salir de misa, sólo
pensaba una cosa: “¿cómo voy a contar esto que me ha sucedido a mi
mujer?”. Al llegar a casa dejó a su esposa boquiabierta cuando le dijo que
quería ir a misa todos los domingos. Nunca más ha faltado a misa.
Lo siguiente que hizo fue leer
el Evangelio y la Escritura, pues quería “conocer a aquel que me había
producido esa sensación”. Y leyó una cita que cambiaría su vida: “La caridad,
buscadla y ejercitadla”.
“Señor, ¿dónde quieres que vaya?”,
preguntó Pedro a Dios. Y se hizo voluntario en una residencia de mayores, donde
estuvo cuatro años. “Hacía mucha falta de cariño y ese voluntariado me llenó de
mucha alegría”, cuenta.
Fue entonces cuando conoció
a los Jóvenes de
San José, un grupo de católicos de Barcelona que ayuda a los más
necesitados y que recibió el Premio Religión en Libertad “Caridad en Acción” de
2019.
La primera noche que salió con
ellos por la calle repartieron una enorme olla de lentejas ante una cola de más
de 100 personas. “¡Qué alegría, qué gozada!. Tardé en dormirme porque
estaba en la cama sonriendo recordando la felicidad de aquella gente”,
recuerda.
Ya era feliz, pero notaba que le
faltaba algo. En ese momento trabajaba en la construcción y por las noches
participaba en este apostolado, pero quería hacer más. Y justo en ese
momento vio un taxi que pasaba por delante de la obra y dejaba a un
cliente en silla de ruedas. Pedro pensó en su hermana discapacitada a
causa de un ictus y lo bueno que sería poder llevarla a la playa.
También en ese momento en la obra
encontraron una imagen del Sagrado Corazón al que le faltaba un brazo. “El
taxi adaptado, el Corazón de Jesús ‘discapacitado’ sin un brazo. Vi demasiada
coincidencia”, afirma Pedro.
Su pensamiento fue el siguiente:
con el taxi “podría estar con enfermos por el día y con los pobres por la
noche… ¡Todo el día sirviendo! ¡Qué gozada!”.
“Al Señor le gustó la idea. Trabajar
con ellos es el mejor regalo que Dios me ha dado”, confiesa Pedro, pues los
considera como los “ángeles en la tierra”.
En el taxi –asegura Pedro- no va
hablando de Dios directamente a los clientes. Él lo explica así: “la gente
entra en el taxi, sin que se den cuenta les miro y rezo un Padrenuestro por
ellos”. En el volante lleva una imagen de la Virgen y si les dicen algo de
ella “esa es la señal”. “Entonces les digo: ¿le gusta? Pues le estaba esperando
a usted. Hoy va a dormir en su casa y se la doy”.
Sobre su forma de llevar a Dios,
Pedro señala que “tiro semillas cuando Dios quiere que las tire. Hay que
dejar que Dios actúe, lo hermoso es dejar que Dios haga las cosas”.
Con esa forma de ver a Cristo en
el otro, personas como Pedro y los Jóvenes de San José han logrado ayudar a
muchas personas sin hogar a salir de la calle. Se trata –recuerda- “de
llevarles esperanza, ilusión, ganas de vivir”.
Pero insiste en que lo primero
que hay que hacer es “romper esa espiral de que creen que no sirven para nada. Son
muy amados por Dios, y es el amor de Dios el que les saca”.
“Con tanto ruido no se puede
escuchar la voz de Dios. Hace falta apartarse, dar tiempo al Señor, para
conocer su voluntad. Porque todos tenemos una misión que cumplir”,
concluye.
J.L
Fuente: ReL





