Beata, de Acción Católica y cofundadora de la Universidad del Sacro Cuore en Milán
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Armida Barelli marcó la historia del catolicismo italiano durante varias décadas. |
Armida Barelli y el
increíble nacimiento de la Universidad Católica del Sagrado Corazón
"Las obras que llevó a cabo son impresionantes por la
cantidad y la calidad", ha escrito en Avvenire el
obispo Claudio Giuliodori,
asistente eclesiástico de la Universidad Católica. "Impresionantes"
todas, empezando por la primera de las titánicas empresas de Armida Barelli, a
saber: gestionar la recién creada Acción Católica femenina y difundirla hasta llegar a
crear 15.700 secciones y tener más de un millón de mujeres inscritas.
"El arzobispo tiene
razón"
Todo comenzó una mañana gris de diciembre de 1917 cuando el
cardenal de Milán, Andrea
Carlo Ferrari, preocupado por la propaganda socialista, cada vez más difundida, llamó a
Armida, que entonces tenía 35 años. Sin embargo, cuando el cardenal le propuso
ir a las parroquias de la diócesis para crear clubes católicos, Barelli se negó, lo que causó
un escándalo.
Un mes después, en uno de esos episodios que la historiografía
oficial considera marginales, todo cambió. Ante un profesor ateo que despreciaba la práctica religiosa ("¿Sois
conscientes de que quien va a la iglesia es un imbécil?", fue la
provocación), algunos jóvenes se levantaron en señal de protesta; en cambio, 32 chicas no se atrevieron a
reaccionar.
Chicas formalmente católicas. En sus memorias (La sorella maggiore
racconta), Barelli revela sus dudas: "Esa noche no dormí.
Un pensamiento me atormentaba: ¿qué será de las madres del mañana si las
jóvenes de hoy adoran al
Señor en la penumbra del templo y lo niegan a la luz del sol? El arzobispo
tenía razón: había que reunirlas, instruirlas, darles el orgullo de la fe".
Un apostolado católico
incontenible
Comenzó a trabajar fructíferamente en la diócesis más grande del
mundo y, después de organizar en 1917 junto con el padre Agostino Gemelli y con el
plácet del Pontífice la consagración
de los soldados al Sagrado Corazón de Jesús (ese fue el año más
difícil de la Gran Guerra, puesto que empezaba a extenderse una profunda
desesperación; de hecho, el objetivo de la consagración al Sagrado Corazón no
era apoyar solo a los soldados del frente, sino también a sus familias), en
septiembre de 1918 fue llamada urgentemente por el Papa Benedicto XV. Este le confió
la presidencia nacional de la Juventud
Femenina de Acción Católica con estas palabras: "Su misión es
Italia. Obedezca, hija mía, Dios la ayudará, Nos se lo prometemos".
A partir de ese momento, Armida Barelli nunca dejó de dedicarse al
apostolado, dedicando su vida a escribir artículos, a editar Squilli
di Risurrezione [Timbrazos de
Resurrección, órgano de animación de la Juventud Femenina], a
organizar congresos, a hacer todo lo posible por las Semanas Sociales. Durante treinta años se ocupó de
la formación espiritual y el compromiso civil de millones de mujeres,
"las mismas -escribe monseñor Giuliodori- que constituyeron el pilar del renacimiento del país en
los años 50 y 60 del siglo XX".
Hay incluso quien la ha definido como una
"protofeminista". Sin embargo, leyendo lo que los biógrafos han
escrito sobre ella (empezando por los escritos de Maria Rosaria del Genio, considerada hoy la más importante
estudiosa de la mística cristiana), Armida Barelli nunca "reivindicó" nada para las
mujeres como tales. Su misión en la vida -traer el Reino de Dios- fue la
que elevó enormemente la figura de las mujeres, especialmente de las más
pobres, dándoles una nueva dignidad y una nueva conciencia.
La promesa al Sagrado
Corazón
Armida Barelli es recordada por la mayoría como la cofundadora de la Universidad
Católica, el viejo sueño del economista y sociólogo Giuseppe Toniolo,
uno de los protagonistas del movimiento católico italiano, proclamado beato en
2012. La rocambolesca conclusión de ese admirable proyecto, citado por varias
fuentes aunque aún no suficientemente conocido, no solo parece una verdadera
historia de detectives protagonizada por la Providencia, sino que es
fundamental para entender el temperamento de lo que María Rosaria del Genio ha
llamado una "mística con
el carisma de gobierno".
La historiadora de Perugia Maria Sticco relata los hechos en su libro Una
mujer entre dos siglos, una obra que, ante la inminente
beatificación, será reeditada en mayo por la editorial Vita e Pensiero. Sticco
cuenta que, una vez encontrado el edificio para la Universidad (en Via San
Agnese, en el antiguo convento de las Umiliate [Humilladas]), el padre
Gemelli, monseñor Olgiati, Ludovico Necchi y Armida
Barelli recurrieron a un banco de las afueras de Milán para obtener el préstamo. Tras un sí inicial,
el banco, repentinamente, cambió de opinión y mandó este telegrama: "Financiaremos
solo cuando se haya inaugurado la universidad".
Durante un momento pareció que todo se había acabado: el sueño de
crear una universidad católica para los italianos parecía desvanecerse para
siempre. Pocas horas antes del vencimiento del contrato hubo incluso quienes
les aconsejaron, de forma realista, que desistieran para, al menos, no perder
las arras. Al ver ese desánimo general, Armida Barelli intuyó una trampa
tendida por el enemigo. Y reaccionó tal como solía hacer: "Prometamos dedicar la Universidad
Católica al Sagrado Corazón. Necesitamos un milagro para triunfar". Lo
prometieron. Y el milagro ocurrió.
"Necesitamos un
millón [de liras] antes de las tres de la tarde"
En la biografía de Maria Sticco se lee: "En ese momento, el
conde Lombardo entró en el despacho de Vita e Pensiero y
nos vio a los cuatro alrededor de una mesita: el padre Gemelli, don Olgiati y
Vico Necchi con el rostro cubierto para no demostrar que estaban llorando; y yo, con el
telegrama del banco rechazando el préstamo entre las manos".
El conde en cuestión era Ernesto Lombardo, un rico industrial algodonero. (Un inciso:
fue en su villa de Varallo Sesia donde, en agosto de 1918, en un momento íntimo
y lleno de pathos, tuvo lugar el último
encuentro entre ellos cuatro y el ya moribundo Giuseppe Toniolo quien, desde su
cama, en un último impulso profético, rogó a sus amigos que crearan un
instituto universitario para los católicos italianos).
"Cuando se enteró de cómo estaban yendo las cosas -se lee de
nuevo en Una mujer entre dos siglos-,
el conde nos dijo: 'Me alegro mucho de que esta utopía de la Universidad
Católica esté llegando a su fin. Vengan conmigo al Orologio (un restaurante de
la plaza del Duomo). Les invito al almuerzo fúnebre de la Universidad
Católica'. Respondí yo porque los demás no podían hablar: 'Señor conde,
aceptaremos la cena fúnebre de la Universidad Católica esta noche si antes de
las tres de la tarde no hemos sido capaces de conseguir el millón de liras que
cuesta la sede. Pero esperaremos hasta las tres. Si el Señor quiere que seamos nosotros los que creemos la
Universidad Católica, nos enviará el millón'".
La esperanza contra toda esperanza. La verdadera fuerza de Barelli provenía de la oración: en
sus grandes empresas, el objetivo primero y fundamental seguía siendo su propia
santificación y la de las personas que le habían sido confiadas.
El conde atormentado
He aquí como Maria Sticco, retomando los diarios de Barelli,
relata la conclusión del thriller del nacimiento
de la Universidad Católica. "Todavía puedo verle bajando las escaleras y
sacudiendo la cabeza, diciendo: '¡La Universidad Católica les ha hecho perder
la cabeza a los cuatro! Esperan conseguir un millón en tres horas...".
Pero justo cuando bajaba la escalera, una frase cruzó la mente del conde
Lombardo con la velocidad de un rayo: "Hemos prometido al Sagrado Corazón
ponerle su nombre a la Universidad...".
En un destello de luz vio en letras grandes: "Universidad del
Sagrado Corazón". Las
palabras Universidad Católica no le decían nada, pero las palabras Universidad
del Sagrado Corazón le decían todo. ¿Acaso no se jactaba de ser el
cajero del Sagrado Corazón? ¿Cómo podía el cajero rechazar su cargo honorífico?
El conde no pudo resistir a este ataque que venía de su interior y
poco después envió a Barelli una nota con estas palabras: "¡Desde hace una
hora tu Sagrado Corazón atormenta mi corazón! Quiero recuperar la paz, aquí tienes el millón". La
nota iba acompañada de un cheque.
La noche oscura de Barelli
Como a muchos de los hijos más queridos del Cielo, a Armida
Barelli también le esperaban días
difíciles. En 1931, transgrediendo los acuerdos previamente sancionados, Mussolini ordenó el
cierre de los círculos de Acción Católica; en 1939 murió el Papa Pío XI, que tanto la había
apoyado (hasta el punto de llamarla "la niña de mis ojos"); el padre
Gemelli -su inseparable compañero de aventuras espirituales- fue víctima de un
accidente de coche que le dejó en silla de ruedas.
Siguió un periodo
de desencuentros con la Acción Católica, su criatura. Por último, la
parálisis bulbar progresiva que la afectaba acabó impidiéndole toda comunicación verbal, solo podía hacerlo
con algunos signos de la mano. En sus últimos años solía decir: "Cuando
tengo un dolor siempre hago lo mismo: lo ofrezco al Sagrado Corazón. Ya no me
pertenece, no tengo derecho a acariciarlo".
El milagro para la
beatificación
En resumen: no
una audaz activista católica, sino una santa. Ni más ni menos.
Tanto es así que el milagro indiscutible atribuido a su
intercesión acaba de ser aprobado por
la Santa Sede.
El 5 de mayo de 1989, la señora Alice Maggini, de 65 años y natural de Lucca, fue atropellada por un camión.
Debido a la conmoción cerebral que sufrió, el equipo médico predijo
consecuencias neurológicas muy graves. Fue entonces cuando su familia,
implicada desde hacía tiempo en la Acción Católica, invocó a la Sierva de Dios:
inexplicablemente, al menos desde el punto de vista científico, Alice Maggini
se recuperó perfectamente y volvió a disfrutar hasta su muerte, acaecida 23
años después del accidente, del afecto de sus seres queridos.
Traducción
de Elena Faccia Serrano.
Fuente: ReL