20 – Abril. Martes de la III de Pascua

Misioneros digitales católicos MDC
En aquel tiempo, la gente le
preguntó a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos
creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.
Jesús les respondió: “Yo les
aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da
la vida al mundo”.
Entonces le dijeron: “Señor,
danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El
que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
COMENTARIO
En el Evangelio de la Misa de
hoy, Jesús se presenta como el pan que da la vida al mundo. Al leer este pasaje
en el tiempo pascual, podemos recordar que Cristo vive y que en Él está la
fuente de la vida. Todo lo grande y bello que hay en nuestro mundo, todo lo que
nos llena de energía y nos hace experimentar que vale la pena vivir, está de algún
modo conectado con Jesús. Dice san Juan que: «Todo se hizo por Él, y sin Él no
se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la
luz de los hombres» (Juan 1, 3-4).
En Jesús lo tenemos todo. Por
eso, podemos decir con los personajes del Evangelio: «Señor, danos siempre de
este pan». Cuando en nuestro corazón notamos algo de vacío o sentimos que nos
faltan las fuerzas para enfrentar nuestra labor diaria… ¡qué gran remedio
tenemos en la participación en la Eucaristía! Ahí encendemos de nuevo nuestra
pasión por vivir y llevar al mundo la alegría de saberse amados por Dios.
La Misa es el momento de dejarnos
renovar por el Señor. San Josemaría confiaba su propia experiencia: «al rezar
al pie del altar al Dios que llena de alegría mi juventud, me siento muy
joven y sé que nunca llegaré a considerarme viejo; porque, si permanezco fiel a
mi Dios, el Amor me vivificará continuamente: se renovará, como la del águila,
mi juventud» (Amigos de Dios, n. 31).
Queremos, además, que esta
vitalidad que el Señor nos da no se quede encerrada en nosotros, sino que se
desborde en nuestras actividades diarias y en la gente que encontramos durante
la jornada. Nos servirá para esto dejar sobre el altar aquello que tenemos
entre manos: proyectos, ilusiones, preocupaciones. El Señor lo tomará y lo hará
propio. Dejará de ser algo meramente humano para transformarse, por la acción
de la gracia, en un alimento que da vida al mundo.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei





