29 – Abril. Jueves de la IV semana de Pascua
En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.
Porque mi
yugo es llevadero y mi carga ligera».
COMENTARIO
El pasaje del
Evangelio elegido por la Iglesia para la memoria litúrgica de Santa Catalina de
Siena es una de las pocas conversaciones en voz alta entre Jesús y su padre
Dios recogidas en los evangelios.
El Señor se
alegra por la manera divina de revelarse a los hombres, sobre todo por los
destinatarios de esa revelación. Las cosas de Dios no son para los que se creen
sabios y prudentes, sino para los pequeños. Y ser pequeño no tiene que ver
tanto con la edad sino con el corazón. Por eso se puede aprender a ser
pequeños, y Jesus añade una pista para llegar a esa condición: “aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón”. La humildad del corazón de Cristo es la
llave que abre el tesoro de la revelación. Su mansedumbre es la verdadera
sabiduría.
Santa
Catalina, como muchos santos, lo había entendido. Ella, una mujer
semianalfabeta que aprendió sola a leer, llegó a ser consejera de príncipes y
papas y es hoy Doctora de la Iglesia. Su vida profundamente mística fue
compatible con un empeño concreto en las vicisitudes de su época, incluso en la
política.
Así nosotros,
sólo escuchando la voz de Dios y dejándonos transformar por el Espíritu Santo
podemos incidir en la sociedad. “Si tienes deseos de ser grande - recomendaba
San Josemaría - hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños,
amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar
como rezan los niños” (prólogo de “Santo Rosario”).
Si el Señor se
alegró por la revelación de su Padre a los pequeños, se alegrará aún más si hay
muchos que se hacen pequeños, que creen, rezan y se abandonan como hijos pequeños
delante de su Padre Dios.
Giovanni
Vassallo
Fuente: Opus Dei