Siempre es posible volver a empezar, relaja tus puños, deja ir, perdona, ábrete a Cristo resucitado
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Shutterstock | Diego Fiore |
Estas son las situaciones en las que nos encontramos, y ahora, nos
golpeamos contra las paredes de la botella sin encontrar una solución
razonable.
A veces estamos encerrados en nuestros
sepulcros, no porque estemos en un momento de muerte, sino en un momento de
inercia.
Nos hemos acostumbrado a estar
ahí, a no movernos, a no esperar nada. Nos hemos acostumbrado a esa luz tenue
que no es oscuridad, pero que nos mantiene como dormidos.
¿Por qué nos encerramos?
Quizás,
como discípulos, tenemos miedo. Miedo de ser
juzgados, de fracasar, de ser decepcionados, de las ilusiones que nos pueden
hacer sufrir.
Nos mantiene encerrados el resentimiento, la falta de esperanza, la
ira, a veces incluso, el odio. La ira y el resentimiento
convierten el corazón en un sepulcro.
La puerta de ese sepulcro se abre cuando aprendemos a dejar ir.
Cuando estamos enojados, mantenemos los puños cerrados,
reprimimos el rencor, bloqueamos las puertas del corazón. El perdón
abre, suelta, libera el corazón.
Jesús no se resigna a las puertas cerradas. De hecho, ni siquiera
las puertas cerradas de nuestro corazón pueden alejarlo.
En las apariciones pascuales, Jesús visita a los discípulos por la
tarde, antes de que oscurezca del todo, como para asegurarse de que, en la
noche que viene, no estén solos.
Sin embargo, a pesar de estas experiencias de
liberación, nuestras puertas continúan cerradas.
A pesar de las experiencias de gracia que atraviesan nuestra vida,
nuestros corazones a menudo permanecen congelados.
¿Quién abrirá nuestros sepulcros?
Todavía
no terminamos de creer que Jesús es el que abre
nuestros sepulcros.
Como Tomás, pensamos que la solución está en meter el dedo en la
llaga: cuando no podemos encontrar otra manera de lidiar con situaciones
dolorosas, seguimos contándonos lo que sucedió.
Tenemos cierto gusto por volver a la tristeza de nuestra vida. Nos encanta
poner el dedo en la herida y refugiarnos allí.
A pesar de nuestra incredulidad, a pesar
de nuestro enfado y de nuestro resentimiento, el Resucitado vuelve a
cruzar nuestras puertas cerradas y nos empuja a salir. Él traza senderos
nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas.
“Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera
ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque siempre
existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de
todos nuestros fracasos.
Incluso de los escombros de nuestro
corazón —cada uno de nosotros los sabe, conoce las ruinas de su propio
corazón—, incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir
una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios
prepara una nueva historia.
Él nos precede siempre: en la cruz del
sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida
que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace.
Y en estos meses oscuros de pandemia oímos
al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la
esperanza”.
Papa Francisco
Jesús nos invita a movernos en la
dirección opuesta al sepulcro. Él está vivo y necesita de nosotros la
disposición de recibir todo de Él.
Nos invita a vivir, no de una fe de
recuerdos, sino de una fe del presente que confía (no porque lo sabe todo) sino
porque cree en sus sorpresas.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia