24 - Abril. Sábado de la III semana de Pascua
![]() |
| Misioneros digitales católicos MCD |
Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros
queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios».
COMENTARIO
Las palabras de Jesús no dejan
indiferente a nadie: o hay acogida, aunque no se entiendan del todo, o hay
rechazo. Pero el rechazo no es porque Jesús diga cosas que no se puedan
aceptar. Eso a menudo suena a excusa. Hay algo previo: una negativa a creer.
Cuando vamos a plantar una semilla, preparamos la tierra. Cuando vamos a
cantar, hacemos ejercicios con las cuerdas vocales. Cuando vamos a cocinar,
calentamos primero el horno. Experimentamos en esta vida que lo grande y lo
pequeño, la manual y lo intelectual, todo necesita una preparación previa. Y
esto afecta también a la fe. Quien no quiere creer, no puede creer. Es
necesario un mínimo de buenas disposiciones, de apertura del corazón. Esta es
la preparación para la fe.
¿Por qué algunas personas
rechazan a Jesús, incluso sin haber llegado a intentar vivir de su palabra?
Podríamos decir que, cuando el horizonte de la propia vida se ha hecho
demasiado pequeño, cuando uno se ha acostumbrado a vivir de lo inmediato o de
lo que consuela aquí y ahora, aunque ese consuelo no dure mucho, cualquier
palabra que nos invite a vivir de otro modo es vista como una injerencia o
agresión inexcusable. Pero Jesús no ha venido a condenar sino a salvar, no ha
venido a esclavizar sino a liberar. Y esto nos ayuda a comprender que cuando
uno no tiene preparado el corazón, no es capaz de valorar y aceptar el amor que
se le ofrece.
Dice Juan evangelista que muchos
de los que seguían a Jesús no creían y que incluso uno le iba a entregar. ¿Cómo
es posible llegar a esa situación? ¿Qué tipo de expectativas tenían? ¿Qué tipo
de expectativas tenemos nosotros cuando nos acercamos al Señor? Podemos
recordar estas palabras del mismo Jesús: “Padre, si quieres, aparta de mí este
cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Las podríamos
traducir así: “Señor, esta es mi visión de la vida, pero Tú sabes mucho más que
yo, ayúdame a abrirte mi corazón y ver con tus ojos”. El caso es que a veces
intuimos que, si vemos con los ojos de Cristo, algo de nuestra vida debería
cambiar, y quizá no queremos hacerlo. Es entonces, más que nunca, cuando
experimentamos la verdad de esas palabras: Si Dios no nos ayuda, no podemos
acercarnos a Él. Pero, ¿qué sentido tiene una vida lejos de Dios? Por eso, qué
buena oración es esta: “¡Que vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma!”
(San Josemaría, 19 marzo 1975).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






