21 – Abril. Miércoles de la III semana de Pascua
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En aquel
tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí
no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he
dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y
al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad
del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo
resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que
vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último
día’’.
COMENTARIO
En esta parte
del discurso sobre el pan de vida, Jesús intenta que sus oyentes den un salto
de fe. Los ha saciado con el pan terreno y ahora quiere que tengan hambre del
pan celestial.
El Maestro
quiere dirigir la atención de la muchedumbre hacia lo definitivo, hacia la vida
eterna. Ellos querían que Jesús les garantizara el pan diario, pero Él les hace
ver que la auténtica seguridad está en poner nuestra existencia en sus manos y
dejarnos llevar hacia la eternidad: «Ésta es la voluntad de Aquel que me ha
enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el
último día».
¡Cuánto empeño
ponemos en conseguir seguridades terrenas! Muchas veces descubrimos, sin
embargo, que estas son frágiles. Lo ganado con mucho sacrificio se puede perder
por un golpe de mala fortuna y, lo que es peor, nosotros mismos podemos
derrumbarnos al ver que se desvanece lo que tanto esfuerzo nos había costado
conseguir.
Jesús no quiere
que perdamos el ánimo ante los reveses de la vida. Por eso se queda en la
Eucaristía, para que nuestro corazón repose en Él y esté bien seguro, con la
mirada puesta en el cielo mientras caminamos en la tierra.
La Iglesia
llama a la Eucaristía la “prenda de la gloria futura” (cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 1402). Jesús mismo se obliga, por así decir, a abrirnos
las puertas del cielo si lo hemos recibido con devoción durante nuestros años
de vida. Y esto es lo que al final de cuentas vale más la pena: nuestros éxitos
o fracasos, los cambios de planes, etc., son todos relativos. En la Eucaristía,
en cambio, está la vida definitiva.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei