Tengo un valor mayor desde que fui herido, porque soy más original todavía y puedo lograr que mis heridas, esas que tanto me cuestan y duelen, lleguen a ser fuente de vida
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| Shipilov77777 | Shutterstock |
No tengo que hacer un gran esfuerzo. Siento hasta los olores y
percibo la luz de aquel mismo momento.
Aunque hay algunas otras heridas que quizás no sé de dónde vienen.
Están ocultas en la nebuloso de mi infancia o juventud o simplemente mi
espíritu de supervivencia las tapó para que no siguieran doliendo.
Son heridas visibles u ocultas. Pero todas ellas me hablan de mi
verdad, de mi historia. Como recordaba un joven hace unos días:
Mis heridas me identifican
Esa es mi verdad, el color de mis heridas, su hondura, su dolor.
Y si no sé cuáles son mis heridas y no me conozco, siempre habrá
un momento, o una época en mi vida para ahondar en mi historia y tocar el lugar
que más me duele. Abrirlo a la gracia de Dios, a su misericordia.
También las heridas
de Jesús le identifican. Pienso en esos dedos de Tomás
tocando la herida de Jesús. Mis dedos han tocado mis heridas alguna vez.
He sentido el dolor porque sé que desde que las tengo reacciono ante la vida
desde lo que sufro, desde lo que yo soy.
No cuento mis heridas, no las publico, tengo pudor.
Tocar las heridas
Pero sí he dejado que alguien alguna vez metiera con respeto sus
dedos y me ayudara a entenderlas y a aceptarlas.
Y veo también los dedos de Jesús tocando mis heridas, como yo las
suyas. Él llenando con su luz mi oscuridad, yo penetrando con mis sombras en
sus luces.
Así es ese encuentro desde mi herida. Y aceptar esa verdad llena
de luz mi corazón.
Por eso me gusta tanto la mirada de Jesús sobre Tomás, que también
está muy herido.
Jesús no le echa en cara su falta de fe. No habla mal de su
envidia ni de su rabia, de esa actitud inmadura que había provocado la desunión
en el grupo de apóstoles.
No le recrimina por sus pensamientos más íntimos. Simplemente
le muestra su amor infinito y le permite tocar sus propias heridas para comprobar
que es Él.
¿Puede haber un amor tan grande, tan humano, tan de Dios?
Jesús calma
Tomás no puede dejar de sorprenderse. Es un milagro. Jesús ha
venido sólo para estar con él, para conducir su mano al interior de su costado.
Para decirle que lo ama con locura. Y él sólo puede exclamar:
«¡Señor mío y
Dios mío!».
Un amor así es el que quiero tocar en mi vida para creer como
Tomás. Aunque Jesús me recuerde lo importante:
«¿Porque me
has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Yo quiero que Jesús me deje meter la mano en su pecho. Y quiero
que Él meta su mano en mis heridas. Que vuelva por mí.
Él viene a salvarme y a
levantarme por encima de todos mis miedos y rencores. A calmar mis
iras y tristezas.
Viene a hacerme creer en el sentido de mi vida, aunque palpe a menudo lo que he sufrido.
El gran regalo
Y entonces exhala su aliento sobre mí como hoy hace sobre los
suyos. Aquellos a los que ha amado. Les da su fuerza para que ellos a su vez
sean testigos de su misericordia:
«Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo;
a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidas».
Ese
día octavo, cuando ha pasado una semana de la Resurrección, de la Pascua, Jesús
les muestra el camino a los suyos. Les muestra que no hay que desconfiar.
Al pensar en ese día descubro que Dios me ama. Y entiendo que me
basta con creer en el amor personal de Jesús por mí.
No se olvida de nadie. Tomás es tan importante como cualquiera de
los otros. Y por él vale la pena dejarlo todo y ponerse en camino.
Jesús vuelve por Tomás porque le importa, porque no puede permitir
que desconfíe de su amor y dude de su verdad.
Las heridas son las huellas de la vida
en el alma. Y la mirada de Jesús me hace comprender que tengo un valor mayor
desde que fui herido.
Porque soy más original todavía. Y puedo lograr que mis heridas, esas que
tanto me cuestan y duelen, lleguen a ser fuente de vida para otros, para mí.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






