Fue a adorar la Eucaristía y vivió una impactante experiencia ante Cristo en el momento de su crucifixión
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| Jesus Cervantes | Shutterstock |
Me gustaba quedarme ante la
custodia ensimismada mirando a nuestro salvador.
Siempre me infundía una gran paz
a la que no quería renunciar. Quizás iba más por lo que recibía que por ningún
otro motivo. Aunque amaba mucho a Cristo. Estaba enamorada de Él.
Aquel día, sin embargo, fue
distinto.
Yo ante Jesús
En un momento determinado pensé
que Cristo, como Dios que era, como alfa y omega, como principio y fin, debía
de conocer el futuro mientras estaba en la cruz. O también en Getsemaní.
Y sentí que mi presencia ahí
le consolaba en su Getsemaní y en su cruz. Que mi presencia ahí -que
revelaba mi conversión- era lo que daba sentido a todo ese sufrimiento de su
cruz.
Se mezclaban en mí los
sentimientos, el peso de mi miseria y la admiración y la alabanza por su
entrega humilde y abnegada.
Pude decir efusivamente:
«Señor mío y Dios mío, ¡ha valido
la pena! ¡Mírame! Estoy aquí, amándote. Que esto te consuele, que esto te dé
fuerzas. Yo soy el fruto de tu dolor… perdóname.
Una experiencia renovadora
Los siguientes días ya no iba por
la paz que me infundía la presencia divina, sino para consolar a mi Dios amado
de su dolor de cruz presentándome ante Él como fruto de sus lágrimas que se
fundían con las mías trascendiendo el tiempo.
Por un momento su presente eterno
se expresaba en un solo lloro de dolor y arrepentimiento pero también de gozo y
de agradecimiento.
Ahora miraba a la Eucaristía y
veía la cruz. Todo había cambiado.
Aurora Conde
Fuente: Aleteia






