2 – Abril. Pasión de nuestro Señor Jesucristo
En aquel tiempo, Jesús fue con
sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y
entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio,
porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón
de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el
huerto con linternas, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que iba a
suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?” Le contestaron: “A Jesús,
el nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el
traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les
volvió a preguntar: “¿A quién buscan?” Ellos dijeron: “A Jesús, el nazareno”.
Jesús contestó: “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se
vayan”. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de
los que me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba
una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la
espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”
Simón Pedro y otro discípulo iban
siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con
Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto
a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con
la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres
tú también uno de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los
criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: “Yo he
hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en
el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les
he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.
Apenas dijo esto, uno de los
guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: “¿Así contestas al sumo
sacerdote?” Jesús le respondió: “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he
faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” Entonces Anás lo
envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie,
calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” Él lo
negó diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de
aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿Qué no te vi yo con
él en el huerto?” Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de
Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no
incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban
ellos y les dijo: “¿De qué acusan a este hombre?” Le contestaron: “Si éste no
fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”. Pilato les dijo: “Pues
llévenselo y júzguenlo según su ley”. Los judíos le respondieron: “No estamos
autorizados para dar muerte a nadie”. Así se cumplió lo que había dicho Jesús,
indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el
pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le
contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le
respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es
de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado
para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy
rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de
la verdad, escucha mi voz”. Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?”
Dicho esto, salió otra vez a
donde estaban los judíos y les dijo: “No encuentro en él ninguna culpa. Entre
ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que
les suelte al rey de los judíos?” Pero todos ellos gritaron: “¡No, a ése no! ¡A
Barrabás!” (El tal Barrabás era un bandido).
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo
mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en
la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le
decían: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le daban de bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y
les dijo: “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”.
Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.
Pilato les dijo: “Aquí está el hombre”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y
sus servidores, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Pilato les dijo:
“Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los
judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que
morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.
Cuando Pilato oyó estas palabras,
se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: “¿De dónde
eres tú?” Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: “¿A mí no me
hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para
crucificarte?” Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si
no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene
un pecado mayor”.
Desde ese momento Pilato trataba
de soltarlo, pero los judíos gritaban: “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del
César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”. Al oír
estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que
llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la
Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.
Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!” Pilato les dijo: “¿A su rey voy
a crucificar?” Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el
César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando
con la cruz se dirigió hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y
en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz;
en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el
letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús
y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino:
‘Éste ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”. Pilato les contestó: “Lo escrito,
escrito está”.
Cuando crucificaron a Jesús, los
soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y
apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de
arriba a abajo. Por eso se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos suertes para
ver a quién le toca”. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron
mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban
su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al
ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su
madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”.
Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús
que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
“Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una
esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca.
Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza,
entregó el espíritu.
Aquí se
arrodillan todos y se hace una breve pausa.
Entonces, los judíos, como era el
día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no
se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne,
pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que
habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó
el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto
y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también
ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No
le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de
Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió
a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él
fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que
había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y
áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los
judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un
sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los
judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca,
allí pusieron a Jesús.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Tenemos un ancla: en su Cruz
hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados.
Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie
ni nada nos separe de su amor redentor. (...) El Señor nos interpela
desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos
reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No
apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que
reavive la esperanza. MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN EN TIEMPOS DE
EPIDEMIA 27 de marzo de 2020
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