Desde los primeros siglos de la era cristiana, existe una liturgia del Sábado Santo que acompaña a María en su espera y la abraza en este día de silencio. Una celebración del rito oriental, aceptada también en el latino
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| Santísima Virgen Madre de la Iglesia, Crucifixión. Mostar |
Esta tradición es alimentada por
el Padre Ermanno Toniolo, de la Orden de los Siervos de María, Director del
Centro de Cultura Mariana de Roma y Profesor emérito de la Facultad Teológica
Pontificia Marianum. Nacida en un entorno bizantino, La Hora de María se
ha convertido en un vínculo vivo entre Oriente y Occidente.
La Hora de la Madre, liturgia que se reza en casa
Este año, como en el pasado,
debido a las restricciones impuestas para contener la pandemia del Covid-19, la
Hora de la Madre, oficiada por el Arcipreste Cardenal Stanislav Rylko, titular
de la Basílica de Santa María la Mayor, no puede celebrarse en público, pero
los fieles están invitados, no obstante, a reproducir este espléndido rito en
sus casas ante una imagen de la Virgen. Iluminada por una lámpara o un cirio
expresivo, siempre que no sea un cirio pascual – tal como se informa en el
folleto sobre la celebración mariana editado por el padre Toniolo – se
convierte en un momento de comunión también para la familia.
El dolor de María
No hay dolor más grande que el de
una madre que ha perdido a su hijo. Imaginemos el dolor de María: sabía lo que
tenía que pasar y aprendió a aceptarlo toda su vida, desde aquel primer sí de
la Anunciación. Vio cómo todo se desarrollaba ante sus ojos con el conocimiento
seguro de la fe de que su hijo es Dios, pero lo vio sufrir como cualquier otro
hombre, sometido a atroces torturas y humillaciones y condenado a la pena
capital. La Virgen reconoce ese dolor que Simeón le había predicho:
“Una espada te atravesará el
alma”
Citando a Pablo en la Carta a los
Romanos (4,18), a propósito de Abraham, el padre Toniolo escribe que María
"creyó contra toda evidencia, esperó contra toda esperanza".
El sí de María
Bajo la cruz, María vuelve a
pronunciar – en el silencio de su corazón – su sí incondicional. El dolor de
María no es desesperado, pero sin embargo es desgarrador, porque es el dolor
más puro de una madre. Pasa el sábado, ese día interminable en el que espera
que todo se cumpla. Esta fuerza en la fe, esta esperanza segura, ciertamente no
podía calmar su dolor. Tuvo que presenciar la agonía de su Hijo y su muerte. Lo
acunó en sus brazos por última vez antes de dejar que se lo llevaran para
enterrarlo. Tuvo que aceptar la separación y el vacío que cayó sobre ella. Es
imposible comprender cuántos pensamientos "guardaba en su corazón" en
medio del ruido de los lamentos de las piadosas mujeres y de los Apóstoles
perdidos.
“Solo, aunque no en soledad y abandono: Cristo antes de morir pensó en
su Madre y en todos los hombres. Y antes de expirar, desde la cruz, confía su
Madre a Juan”
Maria Milvia Morciano – Ciudad
del Vaticano
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