La percusión aparece desde los primeros momentos bíblicos
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La percusión aparece desde los
primeros momentos bíblicos. En los primeros libros de la Biblia, el sonido
del tambor se hace oír y no parará hasta los tiempos de Jesús y de sus
discípulos.
El libro del Éxodo da
testimonio de ello de la manera más viva y espontánea posible en el famoso
cántico de Moisés: “Entonces Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó
una pandereta, y mientras todas las mujeres la seguían danzando y tocando
panderetas, Miriam les cantaba así: ‘Cantad al Señor, que se ha coronado de
triunfo arrojando al mar caballos y jinetes’” (Ex 15, 20).
Un instrumento de acompañamiento
Aunque las panderetas y tambores
invitan rápidamente a la danza, también tienen un lugar importante en la Biblia
como instrumentos de acompañamiento, con ritmos que se le asocian a flautas,
harpas y cítaras. Así, el primer libro de Samuel evoca en estos
términos la llegada del rey a Guibeá: “De ahí llegarás a Guibeá de Dios,
donde hay una guarnición filistea. Al entrar en la ciudad te encontrarás con un
grupo de profetas que bajan del santuario en el cerro. Vendrán profetizando,
precedidos por músicos que tocan liras, panderetas, flautas y arpas” (1 Sam 10,
5).
Este relato bíblico nos revela
que las percusiones de la pandereta contribuían también a crear un estado de
trance, propicio para la escucha divina.
Sin embargo, la pandereta (aunque
en algunas traducciones aparece el tamboril, similar al tambor pero más
estrecho y alargado) puede convertirse también en instrumento de alabanza y
acciones de gracia. Lo recuerda el conmovedor cántico de Judit, que
había decapitado a Holofernes, el general de Nabucodonosor: “Entonen un canto a
mi Dios con tamboriles, canten al Señor con címbalos; compongan en su honor un
salmo de alabanza, glorifiquen e invoquen su Nombre” (Jdt 16, 1).
Exceso y nostalgia
Curiosamente, el tambor, el
tamboril y la pandereta pueden participar también del exceso, lo que los
griegos denominaron ‘hibris’ y el cristianismo, pecado.
El profeta Isaías se
hace eco de esto de manera explícita en la Biblia:
“¡Ay de los que madrugan para
correr tras la bebida, y hasta muy entrada la noche se acaloran con el vino!
Hay cítara y arpa, tamboriles y flautas y vino en sus banquetes; pero ellos no
miran la acción del Señor ni ven la obra de sus manos. Por eso mi pueblo será
deportado por falta de conocimiento; sus nobles morirán de hambre y su
muchedumbre se abrasará de sed” (Is 5, 11-13).
En esta denuncia del profeta, el
tambor no se reviste de una dimensión sagrada y de alabanzas. Se convierte en
un instrumento de perdición y profano que puede conducir a los peores excesos.
Sin llegar a la apatía, el sonido
de panderetas, tambores y tamboriles parece poder también traicionar la
nostalgia. Por ejemplo, cuando su silencio se vuelve demasiado opresivo, como
revela de nuevo Isaías:
“El vino nuevo está de duelo, la
viña desfallece, gimen los que estaban alegres. Cesó la alegría de los
tamboriles, se acabó el tumulto de los que se divierten, cesó la alegría de las
cítaras” (Is 24, 7-8).
La promesa a Israel
No obstante, cabe destacar que
sería al ritmo del tamboril como resonaría la esperanza del pueblo deportado a
Babilonia. Así está escrito cuando Dios promete a Israel: “De nuevo te
edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus
tamboriles y saldrás danzando alegremente” (Jr 31, 4). Estos instrumentos
membranófonos permanecen así como una percusión alegórica y laudatoria cuando
el mismo pueblo de Israel se hace eco de la música divina.
Philippe-Emmanuel
Krautter
Fuente: Aleteia






