Inspírate en san José para apreciar más la realidad que tus expectativas
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El hombre justo es honrado, odia la mentira, piensa antes lo que
ha de responder, hace lo que es justo y recto.
Elige la verdad por encima de la mentira. Opta por el amor dejando
a un lado el odio. Así era el hombre que Dios eligió para María.
Y de él aprendería Jesús tantas cosas, en primer lugar esa
justicia. Dicen de Jesús:
«Herodes le temía y le protegía sabiendo que era un hombre justo y santo» . Mc 6,20
José y Jesús se parecían
José
era como Jesús y Jesús como José. Se asemejan en su justicia, en su honestidad,
en su verdad.
Los dos hacen de la voluntad del Padre su alimento diario. Sólo descansan cuando entienden lo que Dios les pide y lo llevan a la práctica.
José, creado para María, y ella para él
José
tal vez no había escuchado la voz de Dios por un ángel hasta que se encontró
con María. Simplemente conocía a Dios y lo amaba.
Y por eso lo amaba a él María. Porque en José había
una verdad, una sinceridad y una hondura que habían sido creadas sólo para Ella.
Por eso lo ama tanto. Lo ama como una niña que ha visto al Ángel
de Dios y ha conocido su camino.
Lo ama como el hombre que Dios le da para vivir la justicia de
Dios en su propia vida. ¿Y cuál es la justicia de Dios sino la salvación de
todos los hombres?
Dios ama a María y ama a ese hombre justo, José, que se convierte en esposo y padre de Jesús.
Cuando no se entiende la vida
Pienso
que el
amor de María sostenía a José en medio de sus dudas.
En medio de sus luchas interiores encontró su paz en Dios, en el
ángel de Dios que venía a hablarle en sueños.
Y seguramente en su vida se preguntaría muchas veces: ¿Por qué
Dios permite ahora otro camino cuando todo antes parecía tan claro? Comenta el
papa Francisco en Patris
Cordis:
«Muchas veces
ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera
reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus
razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo
acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si
no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso
siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las
consiguientes decepciones».
Es difícil de entender la vida. No todo está tan claro. Así comienzan las luchas en su corazón.
Una lucha continua
¿Cuántas
veces lucho yo en mi interior buscando el querer de Dios? Es la lucha
continua entre el bien y el mal en mi alma.
Siempre puedo elegir la llamada de Dios a seguirle, o la del
demonio a adorarle. Es esa lucha que sufro en mi intento por hacer lo que me
lleva a la felicidad.
Sólo tengo que vencer la tentación que tanto me seduce. En esa
lucha que sufro por ser fiel al querer de Dios siempre en mi vida, a veces es
tan sutil la diferencia entre un camino y otro…
¿Estaré eligiendo el correcto, el camino justo, el de la verdad, el que me llevará a la plenitud?
Llegar al límite
Quisiera
tener un corazón tan justo y bueno en medio de estas luchas humanas que vivo.
En medio de esas noches cuando nada parece tan seguro.
Como en los días de la primera Semana Santa cuando se tomaron
decisiones justas e injustas.
Esas noches las he sufrido yo, como tantos otros, en algún momento cuando no
entiendo nada.
Como lo vivió José cuando pensó en repudiar a María en secreto.
Llegó al límite y se abandonó en Dios y el Ángel vino a calmar sus miedos.
El ángel podría haber aparecido antes para evitar tanto
sufrimiento y tantas dudas. Hubiera evitado Dios su lucha, su angustia, su
ansia de respuestas.
Pero Dios calla muchas veces, como en la Semana Santa y me deja
luchar, me deja enfrentarme conmigo mismo.
Yo entonces grito, me ahogo y creo que he llegado al final de mis fuerzas. Como esa noche en el huerto cuando Jesús parecía perdido. O esa otra noche mucho tiempo antes, la de José.
Dios está
Y es
que Dios
no evita la angustia, no evita la lucha, no evita el huerto en
mi vida, ni la oscuridad. Como no lo hizo con José ni con Jesús.
Dios permanece escondido, oculto, mirando, eso sí, con mucha
ternura. Mirando a su propio hijo.
Mirando a José el justo. Mirándome a mí y en medio de la lucha me
siento solo, como José, como Jesús.
Y seguramente esa lucha me deje herido y al mismo tiempo me
salve. Toco en lo más hondo del alma mi dolor y me enfrento con
mi verdad, con la justicia. Y me siento vencido en mi fortaleza, debilitado en
mi poder.
Pero sé que esa lucha es la que cambió la vida de José para siempre. Y en el huerto cambió la vida de Jesús. Y en mis noches cambia mi propia vida.
Dios me levanta
Porque entonces Dios abre el corazón a fuerza de golpes. Deja que
surja una grieta, un espacio interior, un hueco en el cielo, por el que Dios
puede caminar y dejar su aliento dentro de mí.
En esa lucha interior, la de José, la de Jesús, la de tantos, la
mía, siento que lucho con Dios a solas y herido.
Y al final encuentro un abrazo. Siento
una mano que me sana por dentro y me levanta.
Dios pronuncia mi nombre.
Y entonces la justicia de mis pasos parece más clara. He elegido
en el dolor, como José lo hizo, el hombre justo. Y se han impuesto la vida, el
amor, la verdad.
Me gusta mirar a José y ver a Dios en su mirada, en su interior,
en su corazón
bueno de hombre justo, de esposo fiel, de padre misericordioso.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






