El Papa Francisco se dirigió a los fieles de la ciudad de Roma y del mundo con el mensaje pascual previo a la Bendición Urbi et Orbi que este Domingo de Pascua 4 de abril impartió desde el altar de la cátedra de la Basílica de San Pedro
“En medio de las numerosas
dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las
llagas de Cristo. A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se
transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay
consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Y
ahora recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan
a todo el mundo. ¡Feliz, Santa y Serena Pascua a todos!”, dijo el Papa.
A continuación, el Mensaje Pascual pronunciado por el Papa Francisco:
El anuncio de la Pascua no
muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica, no indica una vía de
escape frente a la difícil situación que estamos atravesando. La pandemia
todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave,
especialmente para los más pobres; y a pesar de todo -y es escandaloso- los
conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan. Y hoy. Es
el escándalo de hoy.
Ante esto, o mejor, en medio a
esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un
acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha
resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un
hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. El Evangelio
atestigua que este Jesús, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato por haber
dicho que era el Cristo, el Hijo de Dios, al tercer día resucitó, según las
Escrituras y como Él mismo había anunciado a sus discípulos.
El Crucificado, no otro, es el
que ha resucitado. Dios Padre resucitó a su Hijo Jesús porque cumplió
plenamente su voluntad de salvación: asumió nuestra debilidad, nuestras
dolencias, nuestra misma muerte; sufrió nuestros dolores, llevó el peso de
nuestras iniquidades. Por eso Dios Padre lo exaltó y ahora Jesucristo vive
para siempre, y Él es el Señor.
Y los testigos señalan un
detalle importante: Jesús resucitado lleva las llagas impresas en sus manos,
en sus pies y en su costado. Estas heridas son el sello perpetuo de su amor por
nosotros. Todo el que sufre una dura prueba, en el cuerpo y en el espíritu,
puede encontrar refugio en estas llagas y recibir a través de ellas la gracia
de la esperanza que no defrauda.
Cristo resucitado es esperanza
para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para
los que perdieron a un ser querido. Que el Señor dé consuelo y sostenga las
fatigas de los médicos y enfermeros. Todas las personas, especialmente las
más frágiles, necesitan asistencia y tienen derecho a acceder a los
tratamientos necesarios. Esto es aún más evidente en este momento en que todos
estamos llamados a combatir la pandemia, y las vacunas son una herramienta
esencial en esta lucha. Por lo tanto, en el espíritu de un “internacionalismo
de las vacunas”, insto a toda la comunidad internacional a un compromiso común
para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto,
especialmente en los países más pobres.
El Crucificado Resucitado es
consuelo para quienes han perdido el trabajo o atraviesan serias dificultades
económicas y carecen de una protección social adecuada. Que el Señor inspire
la acción de las autoridades públicas para que todos, especialmente las
familias más necesitadas, reciban la ayuda imprescindible para un sustento
adecuado. Desgraciadamente, la pandemia ha aumentado dramáticamente el número
de pobres y la desesperación de miles de personas.
«Es necesario que los pobres de
todo tipo recuperen la esperanza», decía san Juan Pablo II en su viaje a
Haití. Y precisamente al querido pueblo haitiano se dirige en este día mi
pensamiento y mi aliento, para que no se vea abrumado por las dificultades,
sino que mire al futuro con confianza y esperanza. Y yo diría, que va
especialmente mi pensamiento, queridos hermanos y hermanas de Haití, les soy
cercano, y quisiera que los problemas se resolvieran definitivamente para
ustedes, rezo por eso queridos hermanos y hermanas haitianos.
Jesús resucitado es esperanza
también para tantos jóvenes que se han visto obligados a pasar largas
temporadas sin asistir a la escuela o a la universidad, y sin poder compartir
el tiempo con los amigos. Todos necesitamos experimentar relaciones humanas
reales y no sólo virtuales, especialmente en la edad en que se forman el
carácter y la personalidad. Lo hemos escuchado el viernes pasado en el Vía
Crucis de los niños.
Me siento cercano a los jóvenes
de todo el mundo y, en este momento, de modo particular a los de Myanmar, que
están comprometidos con la democracia, haciendo oír su voz de forma
pacífica, sabiendo que el odio sólo puede disiparse con el amor.
Que la luz del Señor resucitado
sea fuente de renacimiento para los emigrantes que huyen de la guerra y la
miseria. En sus rostros reconocemos el rostro desfigurado y sufriente del
Señor que camina hacia el Calvario. Que no les falten signos concretos de
solidaridad y fraternidad humana, garantía de la victoria de la vida sobre la
muerte que celebramos en este día. Agradezco a los países que acogen con
generosidad a las personas que sufren y que buscan refugio, especialmente al
Líbano y a Jordania, que reciben a tantos refugiados que han huido del
conflicto sirio.
Que el pueblo libanés, que
atraviesa un período de dificultades e incertidumbres, experimente el consuelo
del Señor resucitado y sea apoyado por la comunidad internacional en su
vocación de ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo.
Que Cristo, nuestra paz, silencie
finalmente el clamor de las armas en la querida y atormentada Siria, donde
millones de personas viven actualmente en condiciones inhumanas, así como en
Yemen, cuyas vicisitudes están rodeadas de un silencio ensordecedor y
escandaloso, y en Libia, donde finalmente se vislumbra la salida a una década
de contiendas y enfrentamientos sangrientos. Que todas las partes implicadas se
comprometan de forma efectiva a poner fin a los conflictos y permitir que los
pueblos devastados por la guerra vivan en paz y pongan en marcha la
reconstrucción de sus respectivos países.
La Resurrección nos remite
naturalmente a Jerusalén; imploremos al Señor que le conceda paz y seguridad
(cf. Sal 122), para que responda a la llamada a ser un lugar de
encuentro donde todos puedan sentirse hermanos, y donde israelíes y palestinos
vuelvan a encontrar la fuerza del diálogo para alcanzar una solución estable,
que permita la convivencia de dos Estados en paz y prosperidad.
En este día de fiesta, mi
pensamiento se dirige también a Irak, que tuve la alegría de visitar el mes
pasado, y que pido pueda continuar por el camino de pacificación que ha
emprendido, para que se realice el sueño de Dios de una familia humana
hospitalaria y acogedora para todos sus hijos.
Que la fuerza del Señor
resucitado sostenga a los pueblos de África que ven su futuro amenazado por la
violencia interna y el terrorismo internacional, especialmente en el Sahel y en
Nigeria, así como en la región de Tigray y Cabo Delgado. Que continúen los
esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos, en el respeto
de los derechos humanos y la sacralidad de la vida, mediante un diálogo
fraterno y constructivo, en un espíritu de reconciliación y solidaridad
activa.
¡Todavía hay demasiadas guerras
y demasiada violencia en el mundo! Que el Señor, que es nuestra paz, nos ayude
a vencer la mentalidad de la guerra. Que conceda a cuantos son prisioneros
en los conflictos, especialmente en Ucrania oriental y en Nagorno-Karabaj, que
puedan volver sanos y salvos con sus familias, e inspire a los líderes de todo
el mundo para que se frene la carrera armamentista.
Hoy, 4 de abril, se celebra el
Día Mundial contra las minas antipersona, artefactos arteros y horribles que
matan o mutilan a muchos inocentes cada año e impiden «que los hombres caminen
juntos por los senderos de la vida, sin temer las asechanzas de destrucción y
muerte». ¡Cuánto mejor sería un mundo sin esos instrumentos de muerte!
Queridos hermanos y hermanas:
También este año, en diversos lugares, muchos cristianos han celebrado la
Pascua con graves limitaciones y, en algunos casos, sin poder siquiera asistir
a las celebraciones litúrgicas. Recemos para que estas restricciones, al igual
que todas las restricciones a la libertad de culto y de religión en el mundo,
sean eliminadas y que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente.
En medio de las numerosas
dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las
llagas de Cristo (cf. 1 P 2,24). A la luz del Señor resucitado,
nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida;
donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado
sentido a nuestros sufrimientos. Y ahora recemos para que los efectos
beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz, Santa y
Serena Pascua!
Fuente: ACI Prensa






