Soy más que mis caídas y que lo que el mundo opina de mí, hay perdón suficiente para escribir una historia santa
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«Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis
muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca
Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos,
juntamente con Él».
Una forma diferente de entender la vida y la muerte…
¿Cómo estoy viviendo?
En ocasiones vivo con angustia el presente. Como
si de mí dependiera todo. Intento controlar mis pasos para que no se
me desboquen. Cuidando que todo esté bien, en orden.
Una interpretación equivocada de la realidad, o distinta.
Una confusión que lleva al juicio, a la condena, tal vez al odio.
El desprecio de mis seguridades que me dan tanta paz. Busco
los bienes de la tierra que no acabo de proteger del todo. Porque es tan
efímera la vida que se me presta…
Y no levanto la mirada al cielo. No vivo escondido con
Cristo en Dios. como si quisiera ganarme un día más de existencia sobornando a
los hombres para que me dejen vivir más. Unas horas siquiera.
Mirar al cielo
Es todo tan frágil a mi alrededor… Empeñado estoy en
gobernar yo solo los días, las horas. Lo que los demás piensan, sienten o
hacen. Como si estuviera en mis manos.
¿Cuáles son esos bienes del cielo? Me quedo pensativo
buscando respuestas.
Si realmente creyera en la resurrección aspiraría a la libertad de
los hijos de Dios, no a la de los hijos de este mundo, condicionados por su
pecado. Esa libertad de Jesús caminando bajo el peso del madero.
¿Cómo se hace para ser libre de juicios y suposiciones?
¿Libre de plazos y obligaciones que otros me presentan condicionando mis pasos?
Es tan etéreo lo que creo sostener entre mis dedos… El
cuerpo misterioso de un presente que se disipa apenas tiendo mis brazos hacia
él.
Retengo como un náufrago el último madero de mi barco
queriendo alcanzar una orilla llena de paz.
Un bien del cielo es lo que necesito para caminar más
liviano por esta vida. Y que las cosas que sucedan no logren quitarme el sueño.
Una lluvia de misericordia
¿Y el dolor? ¿Y la muerte? ¿Qué magia existe que
logre hacer que no sienta el dolor de los clavos, ni la ruptura que provocan la
ausencia y la partida?
No hay magia, sólo basta con mirar al cielo y buscar los
bienes del cielo. Como esa misericordia que lo vuelve todo fácil.
Un bien del cielo, esa mirada misericordiosa sobre mi vida
llena de noches y nostalgias.
Una mirada honda que me perdona y sostiene en el difícil
equilibrio en el que deambulo entre la vida y la muerte.
Miro al cielo y tantas cosas se llenan de alegría. Porque se
derrama como una lluvia una misericordia que me levanta de mi pecado y mi
fragilidad.
Soy más que mis caídas. Incluso mucho más que la
interpretación que el mundo hace de mi vida.
¿Qué se esconde detrás de la traición por treinta monedas?
¡Quién soy yo para juzgar la intención de cualquier hombre!
Soy tan sólo una mirada torpe que interpreta y juzga casi
sin comprender el sentido de la vida.
Analizo los pasos mal dados como caídas imperdonables. Como
si no hubiera perdón suficiente para escribir una historia santa.
Un amor infinito
Se detienen mis pasos al pie de una tumba
vacía que me habla del cielo. Y yo sonrío como esos niños que
acarician el sol con la brisa de la mañana alzando sus manos a lo alto.
Así es la mirada que busca el cielo en el que hay una paz
que yo deseo.
No busco la ausencia de dolor. Ni tampoco un corazón que no
ame, sabiendo que el que no ama apenas sufre.
Busco un corazón capaz de amar hasta el extremo.
Porque Jesús sufrió en aquel madero. Sufrió el dolor de los
clavos, la sed y el hambre, la angustia honda de una tortura difícil de
soportar.
Y el dolor más grande, el de sentir que no había logrado
despertar el amor en todos a los que había amado.
Viviendo en la tierra
Cuesta mucho recibir amor cuando yo doy amor. Debería ser
fácil, pero no siempre el corazón está dispuesto a aceptar un amor más
grande que el propio, una incondicionalidad que yo no poseo y un perdón
que yo no estoy dispuesto a dar ni a recibir.
Entonces no es tan fácil amar hasta el extremo. Y morir por
aquellos que no me han amado.
Un justo condenado como injusto, despreciado. A mí me
importan los juicios y los aplausos. Las condenas y los gritos de odio.
Me importan el qué dirán y el qué es lo que piensan. Cuando
juzgan todo lo que hago, pienso o siento. Como si de verdad importara tanto.
Si fuera capaz de elevar mi mirada al cielo y la dejara
prendida de las estrellas, o de esos halcones que cruzan el cielo planeando sin
apenas mover sus alas…
Mirar el cielo y más allá de mis pequeños problemas que a
veces me parecen tan grandes.
Esperando el amor eterno
Es tan misteriosa esta vida que sostengo torpemente
queriendo que sea eterna… Y no es así.
Aunque algo tiene que ver con ese cielo. Con los bienes del
cielo que no poseo y anhelo.
Un agua que calme mi sed de infinito. Un pan que sacie mi
hambre insaciable. Un abrazo que calme mi necesidad inmensa de ser amado. Una
mano que acaricie todas mis heridas calmando mis dolores.
Me detengo mirando al cielo, implorando esos bienes de allá
arriba que puedan amansar ese corazón inquieto que sufre más de la cuenta.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia