Así una joven judía aprendió a rezar
Gran
figura de la espiritualidad contemporánea, Etty Hillesum descubrió a Dios
durante la ocupación nazi. En los últimos tres años antes de morir con 29 años
en Auschwitz en 1943, Hillesum realizó un recorrido sobrecogedor que puede
ayudarnos a cultivar nuestra vida de oración
Desde la publicación en los años
1980 de su diario y de algunas cartas, Etty Hillesum no ha dejado de suscitar
interés y curiosidad hasta el punto de convertirse en un ejemplo para nuestro
tiempo. El dominico Yves
Bériault nos explica por qué y cómo esta joven judía holandesa puede
enseñarnos a rezar.
¿Cómo Etty Hillesum, una joven
judía diagnóstica, descubre a Dios y esta comunicación-comunión con Dios que es
la oración?
Etty es una joven inteligente,
culta, “moderna”. Siente en su interior un vacío existencial tan
profundo que tiene la tentación de ponerle fin, de huir de esta realidad
interna que se ha vuelto insoportable, tanto más dado lo abrumador de los
acontecimientos externos.
Ella es consciente de
que no sabe amar como quisiera, que vive conflictos con sus padres, sobre
todo con su madre.
Desea salir de su egocentrismo y
de esa falta de dirección que la angustia y la deprime, pero no sabe muy bien
cómo. Entonces, decide buscar ayuda.
Y es por petición de su terapeuta
que empieza a meditar media hora al día todas las mañanas.
Julius Spier la invita a abrirse
a esta vida interior que la habita, incluso si, por el momento, sea un lugar de
tensiones y miedos.
¿La meditación le dará frutos?
Sí, la meditación la lleva a
disfrutar las cosas, experimentarlas, a recibir la vida que la envuelve en
vez de intentar analizarlo y juzgarlo todo.
Ese momento de recogimiento se
convierte en una gimnasia cotidiana donde se revitaliza y que ella llama su
“hora de paz”.
¿No se trata de oración todavía?
Aún no, pero este
recibimiento de la vida se convertirá progresivamente en un recibimiento de
Dios, que es la Vida.
El objetivo del ejercicio será el
de “hacer entrar un poco de Dios en sí misma”, según sus palabras.
Etty dudaba de su capacidad para
amar y entonces se ve disfrutando de un amor que gradualmente la saca de sí
misma, que la dirige a abrir los ojos hacia el sufrimiento del mundo.
Esta metamorfosis es
una verdadera conversión: Etty se abandona poco a poco a la acción de Dios
en ella, a esta intimidad nueva que la salva en cierto modo de sí misma y de
una espiral mortífera.
¿La oración se vuelve necesaria
para ella?
Indispensable. Esta renovación en
la que recupera sus fuerzas ya no tiene pausa en su interior:
“Es como si algo en mí estuviera
concentrado en una oración continua, y eso no deja de rezar en mí, incluso
cuando río o hago bromas”.
Una oración del corazón intensa,
incesante, al acecho de Dios en los menores pliegues del drama que tiene lugar
a su alrededor.
Etty encuentra ahí el valor y la
paz profundas que le permiten afrontar las turbulencias de una época como jamás
se ha conocido en Europa.
¿De qué modo su oración le habla
a los cristianos?
Etty es judía, aunque no practica.
Nunca menciona el nombre de Cristo, aunque podamos pensar que está habitada por
Él.
Sin embargo, encontramos en
su oración todos los acentos y los diferentes “modos” de la oración cristiana.
Lo que me conmueve es constatar
que la oración se eleva en ella porque se reconoce pobre: ella es
consciente de su fragilidad y de la debilidad de sus medios. Por eso se
pone completamente en las manos de Dios.
¿Ella rezaba constantemente y en
cualquier sitio?
Dondequiera que estuviera. Hace
mención a cuando escucha hablar a un grupo de monjes y monjas del Carmelo que
acaban de llegar a Westerbork, entre ellos Edith Stein, una judía alemana convertida al catolicismo.
Al saber que los religiosos
deambulaban entre los barracones diciendo el rosario, escribe:
“¿Y no es cierto que se puede
rezar en todas partes, tanto en un barracón de madera como en un monasterio de
piedra y, más generalmente, en cualquier lugar de la tierra donde le plazca a
Dios, en estos tiempos difíciles, lanzar a sus criaturas?”.
En el fondo, Etty no dice
oraciones: ella se convierte en oración…
Exactamente. ¡Puede decirse
que reza igual que respira! Y la alegría se convierte en un
componente fundamental de esta oración, a pesar de los reveses:
“Encuentro bella la vida y me
siento libre. En mí se abren los cielos, tan vastos como el firmamento sobre
mí”.
En el momento en que Etty
abandona el campo de Westerbork en dirección a Auschwitz, ya se ha convertido
en una mística, ebria de Dios.
Un “aleluya” salta continuamente
de sus labios, como un canto del corazón. Su oración es ahora incesante, con
esta consciencia viva de que Dios está con ella y ella con Él,
independientemente del espesor de las tinieblas en las que se hunde, hasta su
ofrenda final.
Entrevista realizada por Luc
Adrian
Fuente: Edifa






