29 – Mayo. Sábado de la VIII semana del Tiempo Ordinario
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Volvieron a Jerusalén y,
mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los
escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién
te ha dado semejante autoridad para hacer esto?». Jesús les replicó: «Os voy
a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Contestadme». Se
pusieron a deliberar: «Si decimos que es del cielo, dirá: “¿Y por qué no le
habéis creído?”. ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». (Temían a la
gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y
respondieron a Jesús: «No sabemos». Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo
con qué autoridad hago esto».
Comentario
La purificación del Templo dejó
atónitos a los jefes religiosos del pueblo. Fue una especie de restauración del
culto, como la que tuvo lugar en tiempo de los Macabeos; por entonces fue una
celebración muy solemne: “lo celebraron durante ocho días con alegría” (2
Macabeos 10,6), porque habían sido derrotados los enemigos del pueblo de
Dios que profanaron su Templo. Pero ahora la profanación venía de dentro del
pueblo: las autoridades permitieron que la Casa de Dios dejase de ser casa de
oración para ser casa de negocios. Hacía falta una potestad superior, la de
Jesús, para restablecer el orden en aquel lugar santo.
Nos sorprende también a nosotros
este diálogo. Jesús, ante la pregunta desconfiada, responde con otra pregunta
con la que invita al interlocutor al examen de conciencia. Así suele hacer el
Maestro cuando encuentra una actitud hostil a sus acciones y enseñanzas. Quien
había escuchado al Bautista y había aceptado su predicación, estaba bien
dispuesto para acoger a Jesús como Maestro. Pero aquellos jefes no acogieron
con humildad el ministerio de Juan. No reconocen la verdad de aquellas palabras
proféticas, aplicadas al precursor: “Es como fuego de fundidor, como lejía de
lavanderos. Se pondrá a fundir y a purificar la plata; purificará a los hijos de
Leví, los acrisolará como oro y plata: así podrán ofrecer al Señor una oblación
en justicia” (Malaquías 3,2-3). Como no aceptaban la purificación de sus
corazones, no entendieron la purificación del Templo.
Necesitamos hacer un esfuerzo
interior para entender a Jesús en todos sus gestos y palabras. Aquellos hombres
no fueron sencillos como palomas; por eso Jesús se mostró sagaz como una
serpiente (cf. Mateo 10,16), y los dejó sin palabras. No pudo haber
diálogo sincero. La sinceridad es necesaria para el entendimiento con las
personas, en primer lugar, con Dios. Una virtud que acaba convirtiéndose en
sencillez. Lo vemos en la Virgen María, en el diálogo con el arcángel, que
concluyó con un sencillo y entregado “hágase en mí según tu palabra”. Se la
pedimos a Ella para poder hablar con Dios, y conociéndole más cada día, nos
conozcamos mejor a nosotros mismos. Así, conscientes de que somos también
templos de Dios (cf. 1 Corintios 3,16-17), desearemos la purificación
de nuestros pecados.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei