20 – Mayo. Jueves de la VII semana de Pascua
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
En aquel tiempo,
Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo:
No solo por ellos ruego, sino
también por los que crean en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado. 22 Yo les he dado la gloria que
tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; 23 yo en ellos, y tú
en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has
enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. 24 Padre, este es
mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi
gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. 25
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han
conocido que tú me enviaste. 26 Les he dado a conocer y les daré a conocer tu
nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
Comentario
El Evangelio que la Iglesia nos invita a considerar
hoy forma parte de la oración sacerdotal de Jesús durante la Última Cena. En el
fragmento que hemos leído, Cristo pide de nuevo por la unidad entre todos los
que creerán en Él a lo largo de la Historia.
Un padre de la Iglesia comentaba a este
respecto que «todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a
saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque
seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo
habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por
sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su
respectiva singularidad y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí
mismo»[1].
El primer fruto de esta unidad de la Iglesia es la fe
de todos los bautizados en Cristo y en su misión divina (vv. 21.23).
El Señor concluye esta plegaria pidiendo para que
todos le acompañemos en el Cielo y podamos gozar para siempre de su gloria.
Para ello, esta vez no emplea el verbo “rogar” si no “querer”, con lo que queda
de manifiesto que esta petición es la más importante y que coincide con la voluntad
de su Padre: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad (cfr. 1 Tm 2,4).
A propósito de esta oración de Jesús pidiendo al Padre la unidad de los suyos en el amor, san Josemaría comentaba: "Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo"[2]. Ojalá sepamos nosotros seguir poniendo en práctica el mismo grado de amor con quienes nos rodean.
[1] San Cirilo de Alejandría, Commentarium
in Ioannem 11,11.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei