22 – Mayo. Sábado de la VII semana de Pascua
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Pedro,
volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que
en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién
es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este,
¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti
qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de
que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si
quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?».
Este es el
discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos
que su testimonio es verdadero.
Muchas
otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo
entero podría contener los libros que habría que escribir.
Comentario
Después de
considerar ayer la figura de san Pedro y cómo el Señor le confirmó en la misión
de apacentar sus ovejas (cfr. Jn 21,17), en continuidad con este mismo pasaje,
la Iglesia nos invita a considerar hoy los últimos versículos del Evangelio de
san Juan.
Y es que, ante
la pregunta de san Pedro sobre qué será de Juan, Jesús le responde de un modo
un tanto enigmático (vv. 21-22). Será el propio discípulo y evangelista quién
aportará más luz a esas palabras del Señor, explicando su sentido (v. 23).
Sin embargo,
hoy ponemos el foco en los dos últimos versículos del evangelio: en cómo se
acude al testimonio de su propio autor, "el discípulo al que Jesús amaba
(v.20), como garantía de que lo escrito en el evangelio es verdad.
San Juan
escribió su evangelio, inspirado por el Espíritu Santo, para fortalecer nuestra
fe en Jesucristo, en lo que hizo y en lo que nos enseñó.
Precisamente,
esta profundización en la Persona de Jesucristo, hasta dejarle ser el centro de
nuestra vida, es a la que nos invitaba Mons. Fernando Ocáriz en su primera
carta pastoral[1], tras ser
elegido prelado del Opus Dei. Este trato cada vez más profundo con Jesucristo
siempre constituirá una fuente inagotable para la vida interior de las personas
de todos los tiempos.
Así lo expresaba el beato Pablo VI: «cuando comienza uno a interesarse por Jesucristo ya no le puede dejar. Siempre queda algo que saber, algo que decir; queda lo más importante. San Juan Evangelista termina su Evangelio precisamente así (Jn 21,25). Es tan grande la riqueza de las cosas que se refieren a Cristo, tanta la profundidad que hemos de explorar y tratar de comprender (…), tanta la luz, la fuerza, la alegría, el anhelo que de Él brotan, tan reales son la experiencia y la vida que de Él nos viene, que parece inconveniente, anticientífico, irreverente, dar por terminada la reflexión que su venida al mundo, su presencia en la historia, en la cultura, y en la hipótesis, por no decir la realidad de su relación vital con nuestra propia conciencia, exigen honestamente de nosotros»[2].
[1] Cfr. F. Ocáriz, Carta pastoral 14-II-2017, n. 8.
[2] Beato Pablo VI, Audiencia general, 20-II-1974
Pablo Erdozáin