El Espíritu Santo es capaz de llenarme de alegría y esperanza en mis tristezas
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Marco Sete | Shutterstock |
Me
gusta pensar en el Espíritu Santo. Implorarlo, rezarle para que me traiga paz y
consuelo:
«Ven, Espíritu divino, manda tu
luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre. Fuente del mayor consuelo».
Me gusta este Espíritu que me
consuela cuando vivo con angustia, cansado, sin paz y atormentado. Es el
gran Consolador que calma mis ansias.
El Espíritu que me pacifica cuando
mi corazón está en guerra. Me hace más humilde cuando me muestro
altivo y lleno de vanidad ante los hombres.
Quien te da alegría y esperanza
Me impresiona este Espíritu
que es capaz de llenarme de alegría y esperanza en mis tristezas.
Y calma todos mis miedos
levantando mi espíritu cuando decae y no sé dónde ir. Ese Espíritu Santo que me
llena de alegría:
Ven,
dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Es el Espíritu que me refresca el
corazón y me hace sentirme en paz y feliz con la vida que
tengo, con los sueños que llevo grabados en el alma.
Renueva mi interior
Trae la paz cuando deseo la
guerra. Da el perdón cuando brota en mí el odio. Despierta la alegría cuando
es más fuerte en mí la tristeza.
¿Cómo lo puede hacer para que
cambie todo lo que estoy sintiendo dentro de mi alma? ¿Cómo hace para cambiarme
los sentimientos que brotan y que así se asemejen a los de Jesús?
Miro mi alma inquieta y apesadumbrada en
muchos momentos de mi vida. Cuando las circunstancias son hostiles. Cuando lo
que pasa a mi alrededor me llena de inquietud y de miedo.
Un Espíritu Consolador es lo que
necesito. Que me consuele en mis pesares. Que me levante en mis caídas. Que
insufle aire nuevo en mi interior y me eleve por encima de mis
límites.
Mira… ven…
Me gustaría mirar hoy a lo alto y
pedir que venga a mí el Espíritu de Jesús, el Paráclito que prometió enviarme
Jesús para cambiarme la vida. Me gusta la oración que hoy rezo:
«Mira el vacío del hombre si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el
sendero».
Cuando me equivoco en mis
decisiones. En los momentos en que me dejo llevar por las tentaciones para no
hacer lo que me conviene y hacer precisamente lo que me hace daño.
Cuando me desvío del camino
marcado por Dios, ese que me lleva a la paz y a la alegría. En los tiempos en
que me siento seco y tengo una sed que no logra saciar este mundo que habito.
Cuando me siento enfermo en mi
forma de amar a los demás y no logro quererlos como Dios los quiere.
Lava, levanta, salva
Tengo tanta necesidad de tocar el
cielo que imploro ese Espíritu que me recomponga, que me levante y me
salve.
Que lave mis manchas, esas que no
logro perdonar porque me consume la culpa cuando peco y no alcanzo esos ideales
que se dibujan ante mis ojos.
Quiero que dome mi espíritu
rebelde, ese que no quiere ser dócil al querer de Dios y se levanta airado
cuando el mundo no funciona de acuerdo con mis deseos.
Quiero calor de Dios para calmar
los fríos que me paralizan impidiéndome así amar al prójimo y evitando que
aflore en mí la compasión por aquel que más sufre.
Necesito en definitiva esa paz
que me calme, ese fuego que me encienda, esa alegría que aleje todas mis penas.
Necesito elevarme por encima de
todos mis miedos y límites. Y saltar todas las barreras que se interponen entre
la cima de mis sueños y los límites de mis fuerzas.
Brisa y fuego
Un Espíritu como un aire
nuevo, una brisa que todo lo cambie en mi corazón: mi forma de mirar, de
hablar, de escuchar, de esperar con paciencia, de amar con ternura y delicadeza.
Un fuego que acabe con el frío
glacial que a veces tengo en la mirada. Y que elimine esa indiferencia tenaz
que me lleva a desentenderme de los problemas de los que están lejos y de los
más cercanos.
Un Espíritu que me regale
la paciencia que me permita recorrer tranquilo días y caminos antes
de llegar a ese final que sueño.
Un Espíritu que dibuje en mi alma
el deseo más noble y profundo, ese deseo que a veces tengo de dar la vida, de
entregarme hasta el extremo, de mirar bien a los hombres y amarlos sin
barreras, sin límites ni prejuicios.
Una necesidad vital
Tengo una necesidad imperiosa de
recibir un Espíritu que forje de nuevo mi alma y me haga volver a ser un
niño confiado y lleno de ilusiones.
Quiero ese Espíritu que aparte
los malos presagios, elimine las tentaciones. Acabe con las angustias y haga
nacer en mí, muy dentro, una vida nueva.
Quiero tener ese Espíritu que me
permita escuchar con claridad y ver lo que Dios me pide, lo que susurra en mi
oído. Sus más leves deseos de dar la vida y servir a los que lo necesitan.
Quiero recibir un Espíritu que
colme todos mis vacíos y sane todas mis heridas.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia