16 – Junio. Miércoles de la XI semana del Tiempo Ordinario
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Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no
tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna,
no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas
y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han
recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu
mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oréis, no seáis como los
hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas
de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han
recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra
la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te lo recompensará.
Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros
para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido
su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,
para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo
escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Comentario
En el Evangelio de hoy, el Señor
nos propone tres grandes monumentos que podemos levantar en nuestra vida
cristiana: la limosna, la oración y el ayuno. Son tres maravillosas obras que
agradan a nuestro Padre que está en el cielo.
Para que estas acciones no
pierdan su valor, las hemos de realizar de cara a Dios. Dar limosna, rezar o
mortificarse solo para quedar bien o dar la impresión de que “somos personas
buenas” oscurece el brillo de una acción hermosa de por sí. Sería como poner un
velo encima de un monumento artístico o añadir una pincelada inexperta a una
pintura que ya estaba acabada.
Jesús utiliza una frase
recurrente cuando expone estas enseñanzas: tu Padre ve en lo oculto. Todos
percibimos que las buenas obras tendrían que ser reconocidas, y el Señor no
niega esa realidad. Pero nos recuerda que el mejor reconocimiento es el que
viene de Dios. Lamentablemente, los hombres podemos halagar hoy a una persona y
mañana criticarla. Pero la mirada paterna de Dios nunca cambia.
El Señor aprecia nuestra caridad,
nuestra oración y nuestros sacrificios, por más pequeños y escondidos que
parezcan. Cuando lleguemos al cielo, podremos contemplar junto a Él los
monumentos de amor que hemos levantado en nuestra vida, y nos alegraremos al
descubrir el inmenso valor que tenían ante sus ojos.
Rodolfo Valdéz
Fuente: Opus Dei